La estación de policía de Mauthausen estuvo con mucho trabajo al día siguiente.
Si bien los asuntos de delitos menores era dado a las autoridades locales, esto no era uno de esos. Los implicados 6 adultos, estaban acusados de desacato a la orden y a traición. Todos, sentados en la sala de espera, esperaban a ser interrogados.
El sargento Clemens, un hombre gordo y con un gracioso bigote negro como sus cabellos, estaba nervioso. Los altos mandos que fueron enviados en una misión de alta complejidad al pueblo, aguardaban frente a los acusados.
Clemens observo como el alto teniente en jefe del ejército no apartaba la vista ni un segundo de la nueva bibliotecaria del lugar. La joven era una belleza andante, nadie se podía negar aquello, pero los ojos del teniente parecían querer fundirla allí mismo. Era una mirada cargada de fuego puro.
—Bueno… empezaremos con los hombres —dijo él, queriendo cortar el pesado ambiente.
El comandante de las SS se levantó primero, sonriendo burlón.
—En realidad, mi muy querido sargento —comenzó diciendo —, entrara primero la dama ahí sentada.
La joven se cruzó de brazos, tranquila y lo perforo con la mirada, irritada.
—El protocolo dice…
—El protocolo soy yo ahora —lo corto, enojado —. Levántate, iras tu primero.
Mercedes se levantó, al mismo tiempo que Klaus lo hacía, y lanzo una mirada cargada de desdén hacia Josef.
—Como ordene —respondió, aburrida.
Clemens la dejo entrar, y le permitió sentarse frente a él. Los dos hombres entraron a la sala y se acomodaron cerca de ella. Josef, junto a la ventana y Klaus casi a su costado. La joven ni siquiera pestaño hacia ellos, sus ojos estaban fijos en el policía.
—Muy bien, señorita —dijo — ¿Qué hacía a esas horas con gente reunida?
—Doy clases de lectura, oficial —tomo aire —. Los adultos que están esperando en aquella sala, son mis alumnos. Les enseñaba a leer.
— ¿Cómo podemos comprobar que dices la verdad? —se burló Josef, riendo.
—Dándoles algo para leer no creo —bufo ella —, sabiendo que sus soldados entraron y rompieron todo mi material de lectura, ¿no es lo suficientemente listo para darse cuenta de eso?
—No le conviene hablarme de esa manera —gruño él —. Esto es un interrogatorio.
—Exactamente —peleo ella, divertida — ¿Qué hace usted aquí? Es al oficial al que tengo que explicarle las cosas que pasaron, ¿o es a usted?
Josef se levantó, sorprendiendo a Clemens y se dirigió a ella. Klaus se interpuso.
— ¿Cómo explicas los niños? —pregunto él, calmado —. Habla sobre eso.
—Si esos adultos no pueden leer, ¿Qué le hace pensar que sus hijos pueden hacerlo? —escupió, enojada —. Trabajan 12 horas diarias junto a sus padres, en medio del sol, sin comida siquiera. No tienen la posibilidad de una educación básica.
—Y usted es tan considerada que se ofreció a ayudarlos… —continúo Josef.
—Soy católica, comandante —explico, arrogante —. Mi dios me dice que todos venimos a la vida para tener las cosas básicas para poder aprender —un sonrisa perezosa aprecio en la cara de la joven —. Si no aprenden a leer, aprenderán a usar un arma y…bueno, ya lo vio usted, luego se convierten en bestias incapaces de pensar por sí mismas.
Josef gruño más alto y maldijo a Mercedes entre dientes, queriendo acercarse a ella y jalarla del pelo. Klaus lo empujo, fuerte, por el pecho y lo señalo con un dedo.
—Compórtate.
— ¿Qué no la oyes? —la señalo, furioso —. Se está burlando de nosotros, como si fuéramos bestias que lo único que solo saben pelear y nada más.
Mercedes se rio en voz baja y abrió la boca para agregar algo más, para hacerlo irritar tanto que este sacando humo de las orejas, pero Klaus le dedico una mirada severa.
—Este ni siquiera es tu asunto —enfatizo —. Así que las interrogaciones las terminare ahora mismo. Aquí no hay nadie cometiendo un delito.
—Estas cometiendo un error…
—Lo hice cuando interrumpí una clase de lectura para gente analfabeta —gruño —. Tú y yo hablaremos después.
Clemens los miraba asustado, sin saber si meterse o no. Klaus, mirando por última vez a Mercedes, dirigió su atención hacia él, ordenando que deje a todos los implicados libres. Los adulos suspiraron con alivio y Mercedes se acercó a hablar con ellos, tratando de que vuelvan a las calces. Ninguno quiso volver a correr el riesgo.
Josef se mostró complacido cuando el último campesino se fue, dejando a la joven hablando sola y insistiendo en seguir con las lecciones. Al final, cuando los dos estaban fuera de la estación de policía, ella los vio y se acercó furiosa, a punto de golpearlos tan fuerte que…
Papeles volaron, miles de ellos y todos los que caminaban se quedaron congelados. En el cielo, azul y libre de nubes, panfletos como los de la última vez surcaron por el aire, burlándose de los dos altos mandos que miraban con asombro como caían en el suelo.
Esta vez, a diferencia de la otra, el mensaje estaba dirigido hacia ellos. Sus caras, tachadas con pintura roja, tenían una fecha de caducidad de los alemanes en el poder y, incitaba de una manera fuerte, a los aldeanos para tomar el poder por ellos mismos y acabar con la tiranía de los nazis.
— ¿Y era yo la que me burlaba de ustedes? —soltó, muerta de risa, pero con un dejo de indignación —. Ahora, su problema es este. Es hora que hagan su trabajo y dejen de entrometerse en asuntos que nada tiene que ver con su propósito aquí.
—Tu… maldita… —Josef dio un ademan para acercarse, pero Klaus interrumpió su camino.
—Yo no soy la que tiene un problema ahora mismo, comandante —siguió, burlona —. Si me disculpan, caballeros, debo volver a casa. Espero que el trabajo les sea leve.
Klaus empujo a Josef para que camine, para que deje de verla de esa manera tan asquerosa y se concentrara en el verdadero problema ahora.
—Ve a buscar a esos perros que tienes en tu equipo —le gruño, enojado —. Esto no se quedara así, haz hecho que nos desviáramos del camino principal y tu darás la cara.