Corazón Delirante

30 de enero, 2018

Hay días en los que me dan ganas de tirar todo por la borda, deshacerme de todo y todos solo para poder mirar hacia afuera por un rato. Siento que mi cerebro esta reteniendo más información de la que necesita. No es sano sobreexplotar la mente hasta que empieza a hacer daño. He sido una tonta al querer saber todo sobre algo que quedó fuera de mi alcance hace ya mucho tiempo.

Las estrellas se estaban despertando y la luna se asomaba por encima de las montañas. El cielo de a poco perdía sus colores, a medida que el sol dormía tranquilamente una larga siesta bajo del mar. Yo seguía sentada en la silla con ruedas frente a mi escritorio, contando las millas que separan a una estrella de otra mientras daba vueltas lentamente. Me había sacado los audífonos hace un par de horas, pero dejé la música prendida con el fin de seguir escuchándola, pero en menor volumen.

Fue una larga noche. Una canción acústica, la favorita de May, de hecho, sonaba una y otra vez, repitiéndose y repitiéndose sin parar. Me acuerdo que en el invierno ella la ponía todo el día. Se la sabía de memoria, y cada vez que la tocaban en la radio, ella comenzaba a bailar y a actuar una escena con la canción. Sonreí al recordar. Yo seguía cantándola, sin importar lo mucho que me dolía la garganta de tanto forzarla. Además, a pesar de ser verano, la noche estaba muy helada y empezaba a resfriarme. 

Siempre me ha gustado el rock. Mi papá lo ponía en siempre cuando era pequeña, y supongo que al crecer en ese ambiente, me quedó gustando. Desde rock latino, hasta rock ochentero e incluso rock alternativo. Lo escucho hasta para dormir. Es un gusto que he adoptado con el pasar de los años y que ahora es parte de mí. Es una lástima que sea tan raro conocer a alguien con la misma adoración por este género.

A Everett le gustaba y él fue quien hizo que me gustara aún más... pero además de él, no creo conocer a nadie que escuche rock constantemente como yo lo hago.

Es muy raro que sea una de las pocas personas de mi generación que aún gusta de la buena música. Basta con escuchar las canciones en mi lista para darte cuenta que grupos como Guns y Nirvana destacan sobre cualquier otro artista o género musical. No sobra decir que la variación de estilos es abrupta, pues no solo tengo rock pesado, sino también jazz, pop, blues, e incluso canciones acústicas, casi todas elegidas por May.

Tenía una página en blanco abierta en mi diario, pensando en un cuento que escribir, ya que hace un tiempo no lo hacía. Aún no se me ocurría nada. Hice todo lo posible por idear algo, pero no hubo caso. Terminé dibujando líneas y espirales en todo mi muslo derecho.

Di media vuelta y quedé mirando mi cama. Además del brillo de la pantalla de mi computador y un tenue destello de luz nocturna que se asomaba por detrás de la cortina, no había una sola refulgencia en la habitación. Sobre mi cama, aún hecha, se encontraba una desgastada chaqueta de mezclilla que suelo ponerme cuando hace frío y tengo que salir.

En cada hilo suelto de ella se esconde una historia. Desearía olvidarlas de una vez por todas. A veces duele recordar los momentos que uno deja escapar con tanta facilidad y que ahora valen una fortuna. Desde dar por sentado que una noche volverá a ocurrir hasta pensar que todos se quedarán hasta el final. Yo solía creer eso. Grave error.

Admito con orgullo que me han roto el corazón varias veces. Después de todo, he logrado volver a pegarlo, y eso es mucho más valioso que decir que jamás te has enamorado, aunque en realidad, yo tampoco lo he hecho todavía.

Mi historia con Everett fue muy venenosa como para ser llamada amor. La experiencia hace a la persona, y es eso mismo lo que nos lleva a negar nuestros errores: el miedo a ser juzgados por las veces que hemos pecado y no por el bien que hemos hecho. Esta es una de las muchas cosas que Alex me ha enseñado en sus espontáneas clases de filosofía.

—Equivocarse no es el fin del mundo, Lis —me dijo una vez después de que me peleara con Daniel, mi hermano.

Daniel es el estereotipo de deportista coqueto que la televisión y la literatura juvenil han creado con el pasar de los años. Muchos lo conocen como "el chico dorado" por sus rizos, piel y ojos, todos del mismo color. Tiene diecisiete, pero repitió un curso y por eso está en segundo como yo. Es uno de los mejores jugadores de rugby que el colegio ha tenido, y sobra decir que todas las mujeres de la secundaria opinan lo mismo. Más allá de rasgos, es una persona increíble... casi siempre. Quizás algo reservado y a veces se enoja muy rápido, pero tiene un gran sentido del humor, y aunque no lo demuestre, lo quiero un montón.

—Le grité que era un irresponsable sin futuro frente a todo el colegio.

—Sí, la verdad eso si se salió mucho de contexto.

Bufé, frustrada y Alex me abrazó con ternura.

—No te preocupes. Daniel no es estúpido. Sabe tan bien como yo que una persona se mide en sus victorias y no en sus duelos perdidos.

Me deslicé suavemente hacia el frente, me afirmé del cobertor y saqué la chaqueta de un tirón. La estiré en mi falda y la alisé con las manos. Finalmente me la puse, sintiendo como una avalancha de recuerdos entraban en mi cabeza a paso rápido.



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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