Corazón Delirante

7 de febrero, 2018

Ver el cielo tan despejado a estas horas de la noche me hace recordar una historia que leí hace años: una mezcla perfecta entre romance, acción, drama y ciencia ficción, dividida en siete libros que robaban mi aliento cada vez que tenía que pasar la página. Lo primero que llegó a mi cabeza cuando llegué al borde costero, fue una escena en la que los personajes principales iban a una pequeña laguna, con el cielo estrellado y radiante sobre ellos, más bello que nunca, creando un ambiente que es capaz de enamorar a cualquiera con solo leer sobre él.

Mi familia decidió pasar dos noches en una playa al norte del país para que descansemos un poco del tráfico y el ruido de la ciudad. Es usual que hagamos esto de vez en cuando. Me encanta conocer nuevos lugares con ellos, siento que nos acerca más. Una vez cada dos meses mis papás eligen algún lugar cerca de donde vivimos para pasar el fin de semana, sea una playa o un bosque no muy lejos de nuestro hogar.

Me senté afuera de la cabaña en la que me estaba quedando alrededor de la una de la mañana con una pluma azul y mi viejo cuaderno para escribir un rato. Al principio no supe como partir, pues no veía nada, a excepción del cielo, pero no sentía tener el derecho a explicarlo. Merecía ser descrito a la perfección y yo no era capaz de de hacerlo. Las estrellas eran millones. Nunca había visto tantas en una sola noche. Parecían haberse derramado sobre el firmamento, como si alguien las hubiera volteado por error y no las hubiera recogido después.

No podía ver la bahía. El paisaje era un manto negro con relieves y una estela de espuma blanca que separa al mar de la arena. Las casas eran todas iguales; blancas, azules y cuadradas, armando un paisaje parecido al de una isla Griega.

Allí me encontraba, con lápiz en mano y mi creatividad en cero. Todos dormían, el silencio reinaba en el cerro y el sueño comenzaba a dominarme. Diferí que no podría pasar la noche de largo sin cafeína, así que me levanté, tomé mis audífonos y entré, con sumo cuidado, a la cabaña. Al cerrar la puerta, saque el celular del bolsillo de mis pantalones de buzo y puse mi lista de música en aleatorio. Escuché el estrambótico comienzo de las canciones del álbum In Utero de Nirvana, que hace poco se había vuelto una de mis favoritas.

Tomé el tarro de café que descansaba sobre el mesón de la cocina, una caja de leche blanca del refrigerador, tres hojas de menta y una bolsa con chocolate en polvo de la despensa. Con la mayor delicadeza posible, me preparé una taza de café de menta y chocolate para poder seguir con mi tarea nocturna, sin despertar a los demás.

Al salir a la terraza, me percaté de algo que anteriormente había pasado por alto. A lo lejos había una carretera que pasaba por entremedio de los cerros que conformaban el lado oeste de la bahía. Frente a mí, había un farol parpadeante que alumbraba una banca de madera a un lado de la calle. Estaba al otro lado del cerro, por lo que no puedo describirlo con precisión, pero puedo ver claramente como la luz blanquecina se prende y se apaga con pulso regular. Me extrañó como el cerro parecía nublarse alrededor del farol, como si fuera lo único que no estaba cubierto por la neblina que se formaba diariamente. Cuando la luz, por un par de segundos, dejaba de brillar, todo el cerro quedaba en penumbras. 

A pesar de que estar rodeada de gente, me sentí terriblemente sola. Las almas de todos descansaban, mientras yo, sentada frente al mar, construía un universo alterno, libre de dolor y felicidad: lo más cercano a un mundo perfecto.

Siempre dicen que un mundo lleno de amor es lo que más se asemeja al paraíso, pero yo, en lo personal, estoy completamente en desacuerdo. El amor a veces puede ser un martirio y cualquiera que no sepa lidiar con el ardor de un corazón roto puede ser destruido en segundos. La tranquilidad es la base de la perfección, sin nada ni nadie que perturbe los momentos más importantes de nuestras vidas.

El silencio se convirtió en mi mejor amigo, que con el suave sonido de la brisa lograba una sinfonía casi tan precisa como una canción de milenios que hasta el día de hoy permanece en pie. He perdido la noción del tiempo, mi taza café esta media vacía y mis ojos ya no luchaban por cerrarse. El frío aumenta cada vez más, igual que mi impaciencia e intranquilidad, hasta recordé que a veces un cuento incoloro puede resultar extravagante y distinto... Valía la pena tratar escribir uno.

La canción que estaba escuchando con anterioridad comenzó a sonar nuevamente, adentrándose en mis pensamientos junto a un shock de inspiración, que en adición a la falta de sueño, me llevo a escribir la siguiente historia:

Dos almas y media

Dos muertos se encuentran sentados en una banca, mirando cómo el sol empezaba a asomarse sobre la cordillera. El mundo había perdido sus colores, entonces todo parecía una escena de una película de los años cincuenta. Hay un farol parpadeante sobre la banca, la cual se encuentra frente a una amplia y larga carretera junto al mar, que desde el lugar en el que los muertos estaban, parecía no tener final.

Adela movía las piernas hacia adelante y hacia atrás alternadamente. Vestía un vestido de novia rasgado, por lo cual ahora le llegaba hasta los muslos en vez de los tobillos. Estaba llena de tierra, su cabello recogido en un rodete tenía mechas sueltas que le caían sobre los hombros, logrando un terminado a la vez bello, extravagante y desordenado. Llevaba un ramo de rosas negras en la mano y con la otra se afirmaba del borde de la banca. Tenía los ojos clavados en la cordillera, la mirada perdida y la mente dispersa en cualquier lado, menos en el valle en el que estaba sentada.



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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