Corazón Delirante

8 de febrero, 2018

Esta es la segunda noche que paso de largo escribiendo a solas en la terraza de mi cabaña. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me ensimismé con una historia hasta el punto de perder por completo la noción del tiempo, el hambre, el sueño y el frío. Ya no me distraigo con las estrellas que abundan en el obscuro cielo nocturno, ni las flores blancas cuyo nombre siempre olvido. 

No tengo como ver la hora, tan solo tengo una pluma, un cuaderno y mi taza de café, pero podría asegurar que ya son más de las cuatro de la mañana. El único sonido audible desde donde estoy es el que las olas provocan al chocar con las rocas de la costa.

Hoy en la mañana, una pareja de universitarios llego al camping de la playa en una combi. Pasaron toda la tarde corriendo, nadando, jugando y riendo como si fueran pequeños nuevamente. Me alegró ver como para ellos el amor parecía ser algo tan fácil. No les traía problemas ni les hacía enfadar. Supieron armar una sola forma de vida entrelazando sus corazones, dejando que la felicidad hiciera el resto. Me pregunto si lo suyo será eterno...

Me percaté de que los enamorados no estuvieron en la playa durante un par de horas. Volvieron cuando ya estaba oscureciendo, al igual que antes, ambos gritando, disfrutando al máximo cada segundo que pasaban juntos. El ocaso parecía deteriorarse tras la luz que ambos irradiaban, aunque quizás puede ser una simple ilusión óptica que mi inspiración y creatividad crearon en conjunto al ver lo que parecía ser un amor de verano eterno.

No pude evitar preguntarme como sería su situación. Probablemente aún no saben que hacer con sus vidas o como manejar un sentimiento tan confuso y complejo. Es difícil tratar de entender lo que una persona siente desde tan lejos y sin saber la historia que hay detrás de su mirada soñadora. Dejé de intentar y seguí con mi día. 

Cuando ya eran al rededor de las diez de la noche, estaban acurrucados frente a una fogata, comiendo pollo asado en un palo de madera y tomando cerveza de limón. No pude evitar imaginar a mis papás haciendo exactamente lo mismo hace unos años. Se conocen hace más de veinticinco años y desde entonces que son mejores amigos. Su lazo es tan fuerte como parece ser el de ellos: un romance lleno de aventuras, risas y cosas que solo ellos entendían.

Hablaron tranquilamente por mucho tiempo. No pude evitar observarlos. Rara vez me ha tocado ver indicios creíbles de amor verdadero, pero esto va más allá de cualquier tipo de poesía o carta. Era algo indescriptible. Al rato, mi familia llegó a la cabaña nuevamente para comer algo y luego bajar a la bahía a pasar el rato.

Cuando terminamos de comer, permanentemente escuchando música, me dejaron elegir una canción que poner en el parlante, sabiendo que corrían el riesgo de que me pusiera como loca por no saber que canción elegir. Recurrí a mi celular, busque el nombre de mi lista de música e hice click en aleatorio, ahorrándome el problema de tener que elegir una canción entre 300. Dejé que sonara mientras me sentaba junto a mi mamá.

—Tu papá se las sabe todas —dijo mi mamá riendo mientras ambas observábamos como, efectivamente, mi papá cantaba a todo pulmón cada canción que sonaba.

—Es el único que disfruta de mi música —le respondí.

—Heredaste sus gustos.

La miré. No nos parecíamos en nada. Ella era rubia, esbelta y tenía unos preciosos ojos verdes, mientras que mis tonos son oscuros y carezco de figura.

Seguimos hablando por un rato hasta que decidimos bajar a la costa para terminar la noche en familia.

No recuerdo bien como, quizás sea porque tomé un par de shots de tequila, pero terminé sentada en la arena, mojada hasta la médula, envuelta en una toalla, acurrucada en el hombro de mi hermano.

—Daniel, ¿me prestas tu chaqueta?

Me miró con duda reflejada en sus enormes ojos color miel. Mientras que yo era muy parecida a mi papá, él era una mezcla perfecta de ambos. Todos sus colores eran un balance, haciendo que adoptara un precioso color dorado en la piel, en los ojos y en el cabello.

—Vas a empaparla.

—Por favor, muero de frío.

—Y yo también.

Lo dejé ser. Por muy bueno que sea, es imposible no darse cuenta de que es un poco egocéntrico y vanidoso. Es entendible, y de hecho está bien, porque para el físico que tiene, debería serlo mucho más. Nunca falta la chica que esté pendiente de todo lo que hace, y aunque no lo parezca, a él le encanta llamar la atención. A pesar de todo esto, su corazón es tierno y blando, por lo que terminó pasándome su chaqueta sobre los hombros de todas formas.

A unos cuantos metros se encontraba la pareja que mencioné anteriormente. Él tocaba la guitarra y ella dormía tranquilamente sobre su hombro derecho. Se veían tan enamorados y felices, que por un momento me sentí dentro de una utópica historia de amor entre dos jóvenes que están aprendiendo vivir como corresponde. 

A pesar de que ella dormía, podía ver una pequeña sonrisa asomándose en las comisuras de sus labios, como si estuviera escuchando la música que su amado tocaba para ella. La escena no podía ser mas hermosa. 



#8892 en Joven Adulto
#34890 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.