Corazón Delirante

12 de febrero, 2018

A veces hace mal esperar algo a ciegas por mucho tiempo sin hacer nada concreto para conseguirlo. Creí haber resuelto algo que lleva meses abrumándome, pero al enfrentarlo me di cuenta de que en realidad no se ha ido. Siempre estuvo ahí, solo que se mantuvo envuelto en un telón negro para pasar desapercibido.

May me dijo que no tomara decisiones presurosas. Me advirtió más de una vez que era probable que cambiara de opinión. Claro, la contradije y le recalqué que esta vez no sería así. Como siempre, tenía razón. Me enojaría si se tratara de otra persona, pero May se preocupa de mí más que cualquier otra persona, entonces no soy capaz de subirle el tono. Si llegara a hacerle algo, me dolería más a mí que a ella. No me preocupo por mí misma, eso es irrelevante, pero la idea de hacer que ella pase un mal rato por querer mantener mi orgullo es un pecado capital.

Nuestra amistad va más allá de cualquier clase de límite. Difícilmente algo puede llegar a interponerse. Bueno, casi nada. Las peleas sin sentido se abren paso de vez en cuando, pero no va más allá de lo manejable. No imagino como sería mi vida si nuestras discusiones pasaran a ser algo más serio, y tampoco quiero hacerlo. Estaría sufriendo en vano.

Hoy almorzamos en una mesa de madera frente al borde costero. La playa estaba repleta de turistas y las olas estaban más grandes que nunca. Teníamos sal y arena en el pelo mojado, que nos caía a ambas en una trenza sobre el hombro. Nuestras puntas estaban decoloradas por el sol, teníamos la tez bronceada por el exceso de calor y nuestros tobillos y muñecas estaban llenos de hilos de colores.

El verano en nuestra ciudad se basa en eso: comer frente a la costa, bajar a la playa todos los días, caminar el resto de la tarde por los suburbios bajos de la zona y pasar parte de la noche en la casa de alguien que viva en la parte alta de la ciudad, como May, yo y la mayoría.

Pasadas las cinco de la tarde, casi todos estaban instalados en la arena tomando jugo congelado, sumergidos en el mar o jugando rugby en el caso de los hombres. Estaba empezando a quedarme dormida sobre la toalla con la cabeza apoyada sobre mi mochila, cuando sentí que alguien se recostaba sobre mí. Era muy liviana y se movía con delicadeza, así que supuse que era mujer. 

Y estaba mojada.

Salté de inmediato para sacármela de encima, y al voltear la cabeza me di cuenta de que se trataba de Emma. 

Emma Gardner y yo somos amigas desde hace más de cinco años. Vive junto a mí y después de clases suele colarse en mi casa para pasar la tarde conmigo. Es alta y tiene una larga cabellera rubia que le cae en ondas hasta la cintura. Sus ojos verdes son grandes y brillantes, como los de una niña pequeña, y su sonrisa blanca y radiante destaca por sobre la mayoría. Tiene una bella personalidad, inocente y generosa, convirtiéndola en ese tipo de persona al que es imposible odiar.

—¡Buenos días, Lis! –me dijo entre risas.

Gruñí, sentándome sobre la arena y buscando mis lentes de sol a ciegas sobre la toalla. Al encontrarlos, me los puse y me levanté del suelo. 

—¿Qué quieres? No puedo pagarte nada, estoy corta de efectivo.

—No, no es eso. 

La quedé mirando, esperando una respuesta, pero no hacía más que sonreír y parpadear suavemente. Después de unos segundos, alcé la voz diciendo:


 —¿Me vas a decir o no?

—Alex está bajando las escaleras.

—¿Para eso me has despertado? –le dije tumbándome nuevamente en el piso mientras bostezaba.

El brillo en los ojos de Emma me decía que no era eso nada más. Probablemente no venía solo. Nunca baja solo.

—No, no es eso. Declan viene con él.

Lo supuse. Aún siendo verano, sigo siendo una de las pocas personas que, sin conocerlo de toda la vida, a logrado vincular con Declan Ellis. Al principio no nos atrevíamos a hablarle, porque es extremadamente callado. 

—Ah... ¿y qué?

—No entiendo –dijo Emma, mirando como Alex, Declan y el resto del equipo de rugby del colegio, incluyendo a mi hermano, bajaban por la escalera central de la playa —. Eres la persona más ridícula y torpe que conozco y Declan es completamente lo opuesto. ¿Cómo logras congeniar con él cuando casi nadie más lo hace?

¿Congeniábamos? Nunca lo había pensado así. Solo hablábamos una que otra vez.

De vez en cuando, Declan y yo nos enviamos mensajes de texto, nada fuera de lo normal. Nunca había pensado que, tratándose de Declan, eso podía no ser tan común. Sentí un intenso cosquilleo en el estómago. Comenzaba a ponerme nerviosa.

—Lis, no –Emma detuvo mis pensamientos —. No te pongas nerviosa. No ahora.

Tarde.

—Tiene algo que me gusta...

Emma bajó el mentón y parpadeó lentamente una vez, dejándome claro lo ridículo que era decir eso.

—Eso opinas tu y todas las demás alumnas del colegio. Agradece que seas su amiga, pero no sé si sea sano hacerse mayores expectativas.

Tenía razón. Amo como Emma siempre encuentra la forma de solucionar mis problemas en un abrir y cerrar de ojos. O así era casi siempre, al menos. Es una amiga increíble, sin mencionar lo inteligente, hermosa, aplicada y honesta que es. 



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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