Corazón Delirante

18 de febrero, 2018

A veces es muy fácil demostrar cariño. Con ciertas personas, los lazos son tan fuertes que dos palabras son capaces de contar una historia completa. Al decirlas, quien lo haga tiene el universo entero escrito en los ojos, y eso es lo más lindo de todo. Me es difícil decir todo lo que siento, cuando lo intento me da la impresión de que me quedan muchas cosas por decir y por eso suelo ser muy fría cuando hablo. Me da miedo desilusionar a quienes esperan mucho de mí.

Hay tres ocasiones en las que he logrado abrirme prácticamente por completo. Son los recuerdos que más protejo y atesoro, pues son lo único capaz de llenar los espacios que han dejado mis pasos en falso, a excepción de una de ellas, que no hace más que quemar mi memoria. Las otras dos son regalos que, gracias a Dios, se han quedado conmigo en altos y bajos, siempre dándome una mano a la cual puedo aferrarme cuando comienzo a perder el control. Y pasa muy seguido.

Una de esas ocasiones se ha repetido reiteradas veces. Es más fácil contar las estrellas en el cielo que contar cuantas veces May me ha escuchado llorar por la presión que el resto me impone. Después de diez años de amistad, un lazo de amor incondicional nos ha unido por lo que parece ser el esto de nuestras vidas. Cuando estoy con ella, me siento yo misma. No tengo que fingir ni esconder nada, ya que si lo hago, por más insignificante que sea el detalle, ella se dará cuenta.

Por otro lado, cuando conocí a Alex, nos hicimos amigos rápidamente, pero no sobrepasamos el límite de confianza inmediata que suelo tener con gente agradable. Siempre me había llamado la atención su forma de ser, además de lo lindo que era. Amaba su sonrisa, siempre lo he hecho, pero eso es lo que todo el mundo piensa de él una vez que lo conocen. Son cosas deducibles a simple vista.

Habíamos hablado un par de veces, nos llevábamos increíble, pero nada más que eso. Una vez que empezó el verano, comenzamos a hablar más y más, sentía que quería conocerme, pero no como lo hace todo el mundo. Estaba tratando de indagar en lo que hay detrás de mi personalidad y eso fue lo que más me atrajo a querer conocerlo: su interés en lo desconocido.

Una noche me puse a pensar en todo lo que había hecho por mí en tan poco tiempo, todas las horas que había gastado en escucharme gritar las cosas que me pasaban todos los días, mis enormes exageraciones, mis berrinches y problemas, cuando no tenía por qué hacerlo. Todo esto me llevó a escribirle un mensaje tremendo diciéndole lo mucho que lo quería y como siempre quería tenerlo cerca mío. Pasé horas escribiendo sin parar, llorando y riendo mientras dejaba salir las palabras que hace tanto tenía atascadas en mi garganta.

No recuerdo muy bien si le envié el mensaje finalmente, pero así, repentinamente, se volvió mi mejor amigo.

En eso, mi celular comenzó a vibrar.

Llamada entrante: Alex Malcolm

Sonreí y contesté. Qué coincidencia.

—¿Hola?

—Es la primera señal de vida que das en los últimos tres días, Lis.

—Sí, perdón. Últimamente no me han dado ganas de salir.

Escuché como cambiaba de posición. Probablemente estaba acostado.

—Esa no es excusa para no decirme que ha sido de ti.

Me senté a lo indio sobre mi cama, apoyándome en la pared.

—No ha pasado mucho, la verdad. Me quedé en casa durmiendo y viendo películas...

—¿Estás hablando con alguien más?

—¿Qué? –pregunté riéndome.

Es típico de Alex preguntar esas cosas. Empieza a suponer cosas, que a veces son verdad, y me interroga hasta que logro calmarlo.

—¿Hablas con Declan ahora?

Eso sí que no me lo esperaba. Es verdad que hablamos más que antes, pero aún así no es mucho. Él no es como Alex. Nadie jamás podría serlo.

—Ambos sabemos que eso no va en serio.

—Con toda la atención que le prestas, la verdad no te creo. He visto cómo te pones cuando está cerca. La última vez que te pusiste así, fue cuando conociste a Everett.

Mi corazón se comprimió. La conversación está dando giros que no pensé que daría. Jamás voy a entender por qué mi respiración se corta cada vez que escucho su nombre, aún después de tanto tiempo. 


No, no. Tenía una promesa que cumplir.

—No es así... tan así.

Escuché a Alex suspirar pesadamente.

—¿Qué voy a hacer contigo?

Reí ligeramente y me mordí la punta del pulgar.

—Siempre me dices lo mismo. Es como si yo fuera una carga con la que tienes que lidiar.

—¡Y lo eres! –me gritó —. No sé qué sería de ti si no te tuviera la cantidad de paciencia que te tengo.

Bajé la vista a mi computador cerrado frente a mis piernas cruzadas. Tenía el celular en una mano y un lápiz en la otra.

Como no sabía que responderle, cambie el tema:


—Quiero verte.

Supuse que estaba sonriendo. Siempre lo hace cuando calla antes de hablar.



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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