Corazón Delirante

23 de febrero, 2018 (parte 1)

Desperté con el sonido de mi celular. Me refregué los ojos para ver mejor. Mi corazón prácticamente se detuvo al leer el nombre que iluminaba la pantalla:

Alex Malcolm: dos llamadas perdidas

No supe que hacer. Conociéndolo, estaría aún más enojado porque no fui capaz de contestarle de lo que estaba antes. Por esto mismo, si le escribía, ignoraría completamente mis mensajes. Vi la hora, preguntándome que debería hacer. Eran las 10:33 A.M. May probablemente dormía y no despertaría en un buen rato, así que le marqué a Vee rápidamente. Ella también debía de estar dormida, pero a diferencia de May, ella sí despertaría con mi llamado.

Luego de cinco segundos, una voz adormilada y entrecortada atendió:

—Estoy durmiendo, ¿qué quieres?

—Perdón, pero es urgente.

Escuché un largo suspiro de su parte.

—¿En tu casa o en la mía?

Sonreí.

—Estoy allá en una hora.

—Vale. Espero que valga la pena.

Corté. Vee y yo tenemos la costumbre de nunca hablar nada importante por teléfono. Basta con ponernos de acuerdo para ir a tal lugar a tal hora para contarnos todo en veinte minutos, luego fingir que somos capaces de resolverlo y terminar peor de lo que habíamos empezado. Aún así, no hay forma de enfrentarnos a todo si no es juntas, por muy empeoradas que terminen las cosas. Si terminamos mal, terminamos mal ambas. A eso le llamo amistad verdadera.

Me apresuré en ir a ducharme, vestirme y arreglarme. Cuando iba saliendo me encontré con Daniel en la reja de entrada. Estaba embarrado de pies a cabeza, le sangraba una rodilla y estaba cubierto en una fina capa de sudor.

—Veo que tuviste una mañana difícil.

—Nos matan cada día un poco más —me dijo sonriendo, a penas.

—No entiendo que es lo que tanto les gusta de ese deporte. Solo chocan uno contra el otro peleando por una pelota.

Daniel se encogió de hombros. 

—Supongo que es justo por eso. La adrenalina ayuda a liberar tensión.

Me dio un beso en la mejilla, dejándola llena de tierra, y siguió caminando. 

Adrenalina. Quizás es justo eso lo que necesito. De todos los deportes que he practicado, ninguno involucra riesgos o tienen la necesidad de ser valiente. Es algo para mantenerse en forma, no para pasar el rato. Tampoco es que pueda jugar rugby. Siempre he sido muy tradicional cuando se trata de la femineidad, y no me siento capaz de jugar un juego tan violento, más que nada por lo delicada que soy.

Una hora más tarde, estaba parada en el porche de Vee esperando a que me abriera la puerta. Luego de unos segundos, se asomó por el umbral vestida con una bata, el cabello envuelto en una toalla y zapatillas para levantarse

—Esperaba encontrarte con esta pinta —le dije mirándola de arriba a abajo.

—¿Por qué te produjiste tanto? No pienso salir de aquí en todo el día, así que tú tampoco vas a hacerlo.

Me agaché para darle un beso en la mejilla y sonrió.

—Uno nunca sabe...

Vee se sacó la toalla de la cabeza y dejó caer su larga melena sobre los hombros. Deslumbró una sonrisa y dio media vuelta para que la siguiera hasta su alcoba. La casa de los Evans es enorme, ya que son cinco hermanos y todos muy independientes. El señor Evans trabaja como piloto internacional y su esposa es propietaria de una boutique en el centro de la ciudad. Esta es una de las razones por las que Vee tiene tan buen sentido de la moda; casi toda la ropa que usa proviene de la tienda de su mamá, que es una de las más prestigiosas de la región.

Por supuesto, no usa esos atuendos a no ser que vaya a salir, pues en su casa viste coma vagabunda. No sobraba decir que cada vez que Max iba a alguna fiesta o junta de amigos, Vee vestía sus mejores ropas. Era evidente, aunque no quisieran admitirlo; está loca por él, y él también por ella. Los ojos redondos y grandes de Vee se iluminan cada vez que lo ve pasar. Se entrevé un secreto detrás de su mirada, como si quisiera gritar algo que no debería decir. Por parte de él, no es muy distinto. Siempre se le ve nervioso cuando Vee dice algo, e incluso solo porque esta cerca. Es tierno, claro, pero en mi opinión, es bastante cobarde. 

Me senté sobre su cama mientras ella sacaba un cepillo de pelo de su tocador. Entonces se sentó en una silla frente a la mesa de noche, puso su pierna sobre la otra y dijo: 

—Entonces, ¿qué es lo que pasa?

Tomé aire.

—Alex se ha enojado conmigo.

El brillo en los ojos de Vee se esfumó. Frunció el ceño y volvió a hablar:

—¿Alex? Ay, Lis, ¿qué has hecho ahora? Alex nunca se enoja por más de cinco minutos... ¿hace cuánto no hablan?

—Un par de días... y la verdad, no sé que pasó. No he hecho nada tan grave como para que se enfadara tanto. Estábamos hablando de lo más bien, sin ningún tipo de percance, pero luego, después de un par de horas, comenzó a decir cosas sin sentido. Estoy muy confundida.

—Pero, ¿qué te ha dicho?

Sentí la presión de las lágrimas tratando de salir quemándome la garganta, pero no, no iba a llorar. No hoy. Logré controlar mis impulsos y contesté:



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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