Corazón Delirante

13 de diciembre, 2018

—Lis... Lis, despierta.

Apenas podía oír la voz. No era capaz de distinguirla. Era aguda y suave, evidentemente de una mujer, pero no era mi mamá. Estaba muy cansada, tanto que ni siquiera era capaz de abrir los ojos, de hablar o escuchar con claridad.

—Cinco minutos y voy... —dije gruñendo. 

—Melissa, ponte de pie antes de que decida volver a mi casa.

Me di una vuelta en la cama, me refregué los ojos lentamente y miré hacia el frente. Me encontré con una la silueta curva, relativamente alta y vestida de blanco y negro.

—...¿May?

Comenzó a chillar y se lanzó sobre mí para abrazarme. Una oleada de su característico perfume chocó contra mi rostro y el corazón se me llenó de cariño y calor. Estar con ella se siente tan bien como llegar a mi hogar después de pasar noches fuera de ella. Puedo ser quien soy sin tener miedo a ser juzgada, pues ella conoce perfectamente cada uno de mis defectos y los ama incluso más que mis virtudes. Sabe que soy histérica, yo sé lo mucho que le importa la opinión de la gente, ella sabe que lloro por todo, yo sé que es muy insegura; nos complementamos a la perfección. 

—¿Cómo estuvo la capital? —le pregunté.

—Compré mucha ropa, además de eso, nada muy interesante —me contestó sonriendo mientras se sentaba en el pie de mi cama. Me senté yo también.

—No me extraña viniendo de ti.

Me golpeó el muslo suavemente y volvió a hablar:

—Ahora, cuéntame, ¿cómo vas con Declan?

Miré al suelo. No quise responder. Me troné el cuello y los dedos velozmente para luego cerrar los ojos y levantar los hombros en señal de indiferencia. May frunció el ceño y comenzó a parpadear con rapidez.

—¿Pasó algo aquella noche en el club?

Asentí. Amplió los ojos.

—Hablamos, me cantó una canción, me besó, me dijo lo mucho que me quería, luego comencé a dudar, discutimos y desde entonces no he sabido nada de él.

Quedó perpleja. No sabía si quería abofetearme, llorar o gritar. Hizo ese gesto tan característico suyo mientras me miraba esperando a que terminara de hablar. Cuando se dio cuenta de que no diría nada más, dijo:

—Necesito más información.

Tomé aire y le conté todo lo ocurrido aquella noche desde que Declan me ofreció el vaso con agua, hasta que amanecí en lo de Alex al día siguiente. Respondí las mil y un preguntas que May hacía por minuto y así pasaron horas hasta que no quedó nada más que decir. Al terminar estuvimos cinco segundos en silencio. Tomé mi vaso de agua y bebí un largo sorbo.

—¿Y besa bien?

Me atraganté con el agua, la escupí y comencé a toser. May se reía mientras yo trataba de recobrar el aliento. Se limpió la mejilla pues le había caído agua, yo me sequé la boca con la manga del pijama y me recosté sobre la cama. 

—¿No me vas a responder? —dijo después de un rato.

—No quiero hablar de eso ahora.

Hubo otro silencio vacío, pero May lo rompió diciendo:

—¿Eso es un sí?

—Sí —contesté.

Reímos nuevamente. Me chocó los cinco y chillando gritó:

—¡Esa es mi amiga! 

—Shh —la hice callar—, mi familia duerme.

—Me encontré a tu papá al entrar, ya saben que estoy aquí. Saben que esperar.

Una de las mejores cosas de nuestra amistad es exactamente eso: mis papás la conocen de toda la vida, como también los suyos me conocen a mí.

Como crecimos juntas, tenemos muchos beneficios que solo ciertas amigas llegan a tener. Nunca faltan los malos ratos en los que alguna de las dos se siente mal sin saber por qué e inexplicablemente, la otra si lo sabe. Hace un tiempo May comenzó a salir con Matías Santelices, uno de los chicos que pasaron a último año. Él era el hombre perfecto en muchos aspectos y a May le encantaba, pero las cosas cambiaron. Se puso más frío, ella comenzó a preguntarse que había hecho mal, haciendo que su inseguridad se acrecentara muchísimo.

—Ya no sé que hacer, Lis —me decía entre sollozos—. Siempre ha estado ahí para mí y ahora que lo necesito, esta ocupado todo el día, todos los días... ya no tiene tiempo para mí. Prefiere salir con sus amigos, y si no hace eso es porque esta estudiando o entrenando.

—Así y todo le gustas mucho, no te preocupes.

—No sé, la verdad. Soy yo la que está perdidamente enamorada de él.

Pasó la manga por sus mejillas mojadas y trató de respirar con mayor lentitud para calmar sus nervios, sin obtener grandes resultados.

—No llores, May —le decía yo—, tranquila. Se van a poner bien.

—¡Es que no sé que me pasa! —exclamó tratando de no gritar.

La estreché entre mis brazos mientras le acariciaba la cabeza con sumo cuidado. Sentía como su pecho se movía al son de sus sollozos, como sus lágrimas caían sobre mí, formando un nudo en mi garganta que me daba ganas de llorar junto a ella. Entonces ella volvió a hablar.



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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