Corazón Delirante

19 de diciembre, 2018

Era mediodía cuando me desperté por una llamada telefónica. Al principio dudé si responder, pero luego vi que era mi papá quien llamaba así que me apresuré en contestar.

—¿Hola? —dije tratando de ocultar que acababa de amanecer.

—¿No habíamos quedado en que te levantarías todos los días antes de las 10:00?

—Sí, perdón. Me quedé hasta tarde anoche.

—¿Escribiendo?

Bajé la cabeza y empecé a mover los dedos por sobre la sábana.

—No he estado escribiendo mucho últimamente.

—¡No te creo! —exclamó sorprendido, algo molesto, incluso. Siempre me ha apoyado con todo el tema literario— ¿Ni siquiera tu diario?

—Sí, mi diario sí, pero lo retomé hace poco.

Hubo un corto silencio. Sentí su respiración pesada, como si analizara cada palabra que estaba diciendo.

—No te detengas, Melissa. Por favor, no lo hagas. Tienes verdadero talento.

No, no lo tengo.

Quise decir eso, pero no pude. No eran cosas que quisiera compartir, menos con mi papá. Bastó con un "vale, hablamos luego" para terminar con la conversación y volver a dejar caer mi cabeza sobre la almohada. No me gusta que la gente se entrometa en lo que hago, especialmente en mis escritos, pero a fin de cuentas, tenía razón. Dejé todo de lado, ¿y por qué? Por miedo a mi propia capacidad de hacerme daño... ¿o iba más allá de eso? Son cosas que no sé, y la verdad, prefiero no saber. 

Debo admitir que extraño mucho sentir la pluma rozando el papel con inconsciencia y velocidad, ya que para escribir en mi diario uso un bolígrafo común y corriente. Mi pluma estaba reservada exclusivamente para crear historias. Me puse a pensar en las noches del verano pasado; horas y horas escribiendo en mi cuadernillo azul, que ponía mi vista borrosa por la concentración, pasando una gran parte de esas mil horas escribiendo casi a ciegas. Era feliz. No es que ahora no lo sea, porque al dejar aquello que más amas, aunque al principio duele, la felicidad vuelve tarde o temprano. Es una de las cosas que aprendí este año y probablemente sea la más importante.

Sacudí la cabeza para aclarar mi mente y me senté en el borde de la cama. Toqué el suelo con la punta de los pies e hice presión sobre la colcha con ambas manos haciendo sonar los huesos de mi codo y luego mover la cabeza de lado a lado para tronar mi cuello. Me puse de pie e hice lo mismo con mis nudillos, para luego ponerme zapatillas y bajar a la cocina. 

Al llegar abajo me dí cuenta de que estaba sola en mi casa. Mis papás debían estar trabajando y no me interesaba saber que estaba haciendo Daniel a esas horas de la mañana. Seguramente con Max en algún lado de la ciudad. 

Me hice una taza de café con leche, chocolate y menta, también saqué un plato para servirme cereales, me senté en la mesa del comedor y encendí la radio de mi papá. Encontré un CD de uno de sus grupos de rock favoritos de los '80, así que aproveché de ponerlo. Estaba en paz, me sentí tranquila y, por fin, completamente sola. Se sentía bien, me encantaba estar a la deriva en mi propio océano de pensamientos sin tener que pensar en la velocidad del tiempo y la potencia de la marea. Me recosté sobre las sillas y me dejé caer hacia atrás. Mi respiración era lenta, había olvidado completamente todas y cada una de las necesidades de mi ser y dejé que todo funcionara por si solo. No sabía si tenía los ojos abiertos o cerrados, estaba fuera de mi cuerpo, fuera de mi misma... éramos solo mi alma y la música retumbando en las paredes de mi casa. Libertad plena finalmente, pero era triste saber que no duraría. Sí, era libre en ese entonces, pero aquel momento utópico era el ardor implícito de una opresión terrible impuesta por el propio deseo de querer olvidarlo todo. 

Perdí el equilibrio, las sillas se movieron y caí de espalda al suelo. Eso pasa cuando piensas mucho las cosas: caes. Me dolía todo. Volvía a ser una víctima del pesimismo. Era mi culpa, solo mía. Por eso decidí no volver a ponerme de pie. 

Como la mesa era de vidrio, podía ver la base de mi taza de café. Pensé en si quería beberlo o no, pero demoré más tiempo tomando la decisión que llevándola a cabo. Si lo pensaba, era una muy buena metáfora, pero olvidé lo que pensaba cuando escuché a alguien tocando el timbre de la casa.

Me asomé por la mirilla de la puerta y vi que May estaba al otro lado, tan arreglada como siempre. Abrí la puerta para que pudiera pasar y aprecié su atuendo con mayor detención antes de que lo hiciera: llevaba el largo cabello negro completamente liso, un collar dorado colgando en su cuello, pantalones blancos y una blusa gris sin abotonar que dejaba a la vista una camiseta negra ajustada. Sus zapatillas eran blancas y llevaba una tobillera de conchas de mar del mismo color. Entonces sonrió y todo lo que llevaba puesto adquirió un nuevo tipo de brillo. Juro por lo que sea; nunca nadie vera algo más lindo que la sonrisa de Maylor Kelly.

Me dio un abrazo y un beso en la mejilla, para luego dejar sus cosas en la mesa al lado de la entrada y subir las escaleras para entrar a mi habitación, sentarse en la silla que tengo frente a mi cama e inmediatamente caer al piso. Riendo, la ayudé a pararse y luego le conté que hace un par de días Gia vino mi casa y sufrió un pequeño accidente en esa silla. Estaba de pie sobre la silla cantando una de las canciones de una película que estábamos viendo, cuando por error pisó el respaldo, lo quebró y cayó al piso. Sin preocuparme de como estaba ella, empecé a reír desenfrenadamente mientras me miraba, aún en el piso, adolorida, pero aún así, riendo conmigo. 



#8900 en Joven Adulto
#34862 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.