Corazón Delirante

31 de diciembre, 2018

Estaba de pie frente al espejo de pared de mi habitación, usando una camiseta negra, unos jeans azules y zapatillas blancas. Llevaba el pelo trenzado y una pulsera de hilo rojo rodeando mi muñeca izquierda. No sabía si me gustaba lo que llevaba puesto, pero el partido comenzaba en 20 minutos y tenía que correr. Los chicos se habían ido hace horas, May, Gia y Emma ya estaban abajo y Vee iba en camino. Corrí hacia mi escritorio para tomar las llaves, las metí en mi bolso y corrí hacia la gasolinera para tomar el transporte público.

Luego de diez minutos esperando a pleno sol mañanero, logré subirme a una hasta llegar a la entrada principal del colegio. Bajé, atravesé la entrada del colegio a toda velocidad y me encaminé hacia las gradas de la cancha, donde siempre nos sentábamos a ver los partidos. 

El campo deportivo de nuestro colegio consistía en una cancha de rugby, que también se usaba para jugar fútbol y hockey sobre césped, dos galerías, una cada lado de la cancha y una pista de atletismo por detrás de estas. Se puede ver desde fuera del colegio lo altas que son las gradas de madera azul, que son del mismo color que las líneas que definen los límites de la cancha. 

El pasillo para llegar hasta allí es un camino de piedra rodeado por pequeños árboles y pasto. Más atrás estaban las aulas de primaria, más arriba las de la secundaria y preparatoria, pero ignoré todo eso. No quería siquiera pensar en volver a clases. Seguí de largo, a punto de echarme a correr para llegar a una buena hora, pero algo me detuvo. Alguien, mejor dicho. Presionaba mi muñeca con tanta fuerza que ni siquiera tuve que mirarlo para saber quien era. 

—¿Viniste a verme ganar?

Suspiré, indiferente. 

—No a ti, precisamente, Marco. 

Él bufó y miró detenidamente a Declan y Alex, que se encontraban elongando a varios metros de distancia. De lejos se veían muy bien, con sus respectivos números y apellidos en la espalda, que me ayudaron a reconocerlos pues estaban de espaldas hacia nosotros. Marco pareció notar el cariño en mis ojos al observarlos, pues me dijo:

—¿Aún te juntas con esos críos?

—No le tienes una sola gota de respeto a tu primo, ¿o sí? —repliqué. 

Después de decir eso, volvió a mirarme con los ojos algo desorbitados y fríos, pero aún manteniendo su impenetrable sonrisa cruel en los labios. Era extraño que su sonrisa fuese tan parecida y tan diferente a la de Declan al mismo tiempo. Ambas muy frías, pero una escondía dulzura y la otra malas intenciones. 

—¿Quieres que te sea honesto, Fargo?

Asentí y la sonrisa en su rostro desapareció por completo. Por primera vez vi sus ojos sin expresión alguna. Vi los ojos de Declan en los suyos: su misterioso temperamento, su belleza silenciosa y sus complejas características, aún siendo un alma confundida, decadente, moribunda y débil...

—Declan me tiene preocupado. 

—Casi te creo. 

—Lo digo en serio. Lo metí como titular porque es uno de los jugadores más fuertes del colegio, pero hace tiempo lo veo muy enfermo y me da miedo que le pase algo. Puede que no nos llevemos de lo mejor y que no hagamos nada para que eso mejore, pero sigue siendo parte de mi familia y de mi equipo. Además, su papá era igualito a él cuando todo empezó...

—¿Hablas de la enfermedad? 

Asintió. No pude disimular mi sorpresa. Jamás imaginé que Marco sería capaz de demostrar siquiera una gota de compasión por Declan, ni siquiera en una situación de vida o muerte. Incluso a veces se burlaba de él, le decía que era un irresponsable y le echaba en cara su destino, haciendo que lo aborreciéramos todavía más. Sus palabras no me daban buena espina, además, si lo pensaba bien, podría haberlo hecho solo porque con Declan en el equipo sería mucho más fácil ganar. 

—Si haces todo esto solo por el equipo, no te culpo. Sin duda es el mejor jugador del equipo —dije a propósito. Él me miró consternado—, pero te dejo advertido desde ya: si se llega a sentir mal, lo sacas de la cancha, y si no lo haces, lo haré yo. 

—Sí, señora, pero déjeme decirle algo.

Me quede inmóvil esperando a que hablara. 

—Es sobre Ellis y Malcolm. Te recomiendo tomar una decisión. Están en medio de una guerra silenciosa disputando tu cariño y no sé si no te das cuenta o lo estás ignorando... —lo miré con espanto, a lo que él sonrió y prosiguió:— No me han dicho nada, pero no soy estúpido. Es obvio el cariño que les tienes a ambos como lo es el que ellos tienen hacia ti.

No quería hacerle caso, pero tenía toda la razón. Le mentí a Declan cuando le dije que comenzaba a enamorarme, como también lo hubiese hecho si le decía que no estaba enamorada en absoluto, y Alex, por otro lado, siempre ha sido dueño de un pedazo de mi corazón, jamás nadie podrá cambiar eso. Dudo que esto sea una decisión que tomar. Es más que nada un camino que seguir, una vida que vivir: es dejar que todo pase. No podía elegir entre plata y ónice. No podía someterme a semejante tortura...



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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