Corazón Delirante

10 de enero, 2019

La muerte de Alex Malcolm destrozó toda clase de emoción vigente dentro de mí. Me hizo añicos en menos de 24 horas. El poder que la muerte tiene sobre nosotros, mundanos, llega a dar miedo. Las horas en el hospital se hicieron eternas, pero desde un principio tuve el presentimiento de que ese iba a ser el fin, solo que no el de él precisamente... Jamás me había sentido tan mal. No dejaba de transpirar, lloraba, chillaba, temblaba, pero Declan estuvo allí todo el tiempo para confortarme. Ese primer día del año fue el fin de la mejor época de mi vida y el inicio de una nueva que ni siquiera sabía como comenzar. Nunca pensé que vería a mis amigos llorar como lo hicieron cuando el doctor vino a darnos la noticia de su fallecimiento. Declan se tiró al piso, gritando y sollozando como si el que había muerto hubiese sido él mismo. Y en parte lo fue. Yo también lo fui. Una parte de nosotros murió aquella madrugada del primero de enero, y lamentablemente, subió al cielo con Alex. No hay forma de recuperarla. Estaba inconscientemente enamorada de él y lo sigo estando. Siempre lo voy a estar. Fue mi verdadero primer amor. Él y Declan lo fueron. En realidad, no fue un sentimiento tan inconsciente como digo que es. Fue más negación que otra cosa y ahora me parte el alma decir que no me atreví a hacer lo que debí haber hecho. El tiempo se vino en mi contra y no tuve tiempo de pensar y actuar. Además, me inmergí a ciegas en un lío que debería haber dejado atrás hace tiempo. Por lo que Declan sentía por mí, por lo que yo sentía por él y por el terrible miedo a su enfermedad que tuve por meses de corrido. Me dejé llevar por el pavor a la pérdida, a arrepentirme por no haber aprovechado cuando pude haberlo hecho y es mórbidamente irónico que eso haya sido exactamente lo que paso a fin de cuentas.

Ya habían pasado diez días cuando decidí por fin salir de mi casa. Hacía un frío infernal en la mañana, como el que hay en las noches de invierno. Me duché, me vestí con ropa abrigada y me miré al espejo. Hace diez noches que no conciliaba el sueño, y mis ojeras eran casi tan grandes como mis mejillas, mi tez pasó de ser morena a verde y mis ojos estaban hinchados de tanto llorar. Imaginé la voz de Alex diciéndome que me veía bonita igualmente, pero que me arreglara antes de salir. Siempre decía cosas así. Sabía como golpearme con la realidad, pero anestesiándome antes de ello. Mis ojos comenzaban a inundarse con lágrimas nuevamente. Me limpié ambos lagrimales rápidamente y me apresuré para llegar a la entrada de mi casa.

—¡Voy a salir! —grité con la voz quebrada.

Mi mamá apareció precipitadamente por el umbral de la puerta de su habitación, con el cabello enmarañado y los ojos entrecerrados.

—¿Estás segura que estás bien, Lis? Si quieres puedo llevarte, ¿vas a la playa.

—Sí, pero tranquila, puedo bajar yo sola. 

No le di tiempo para responder. Salí disparada por la puerta y corrí hasta la parada de transporte público para poder bajar a la costa. Me llegaron tantas memorias a la cabeza, tantas veces en las que estuve en ese mismo transporte, con la cabeza apoyada en el vidrio, mirando hacia afuera y las manos reposando sobre mis muslos, pero consciente de que estaba Alex a mi lado, jugando sudoku en su celular. Trataba y trataba de sacar la imagen de su sonrisa de mi mente, pero era inútil. La tenía grabada cual tatuaje sobre la piel. 

Me bajé y caminé hasta la muralla de piedra en la que solíamos sentarnos a conversar durante horas. Sentía las piedras frías bajo la palma de mis manos, como si nadie se hubiese sentado en ellas durante años. Me llevé ambas palmas al rostro y deje caer las lágrimas que me tragué en el transporte. Lloré y lloré, porque debía y podía hacerlo. Dejé salir la rabia, la pena, la crueldad que todo el 2018 presentó y no se me ocurrió pensar que alguien me miraba. Nunca pensé que alguien estaría allí.

—No me sorprende verte aquí —dijo una voz ronca y masculina a mis espaldas.

Me detuve en seco. Un escalofrío recorrió mi espalda.

—¿Qué haces aquí, Declan? —dije en un delgado hilo de voz— No se te habría ocurrido venir por gusto nada más. ¿Te mandó May?

—May no ha hablado con nadie más que contigo, Lis. No sé si sabías, pero Gia se enteró de lo que Daniel y Vee hacían a sus espaldas dos días después del día del partido. Al padre de Vee lo transfirieron y se va a vivir al norte, gracias a Dios. No sé como habrían conllevado todo eso a lo largo del año, además ya tienen que lidiar con la...

Se detuvo y yo terminé por él.

—...con la muerte de Alex.

A Declan se le tensó la mandíbula y apretó los labios, aguantando las lágrimas. A pesar de que, como yo, se notaba que hace mucho no dormía, tenía mucho mejor cara que hace diez días. Me hizo sentir mejor en cierta forma, pero me rompió el corazón en otra.

—¿Terminaste tu diario de vida? —me dijo repentinamente.

—¿Cómo sabes eso? De todas formas, sí. Lo hice. 



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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