Corazón Dolido.

Capítulo 1

El último adiós

Elena sabía que algo no estaba bien. Lo había sentido en la manera en que Daniel la miraba últimamente: distante, ausente, como si estuviera físicamente presente pero con el corazón en otro lugar. Sin embargo, cuando él la llamó para invitarla a cenar en el restaurante donde solían celebrar sus aniversarios, su corazón, ingenuo, quiso creer que tal vez aún quedaba algo que salvar.

Esa noche se esforzó más de lo habitual: un vestido azul que sabía que le gustaba, el cabello cuidadosamente arreglado, incluso un toque de perfume que él siempre decía que le recordaba a los primeros días juntos. Pero cuando llegó al restaurante y lo vio sentado, con la mirada perdida en la copa de vino frente a él, supo que algo irrevocable estaba por suceder.

—Llegas tarde —dijo él, sin siquiera levantarse para saludarla.

Elena sonrió con nerviosismo, intentando ignorar la frialdad en su voz.

—Había tráfico —mintió, aunque en realidad había dado vueltas en su auto, buscando el valor para entrar.

Se sentó frente a él y esperó. El silencio entre ellos era pesado, cargado de palabras no dichas. Finalmente, fue Daniel quien habló.

—Elena, tenemos que hablar.

Sus palabras eran como un cuchillo, y aunque ya lo había sospechado, escucharlas en voz alta le arrancaron el aire de los pulmones.

—¿Sobre qué? —preguntó ella, a pesar de que ya conocía la respuesta.

Daniel bajó la mirada, jugueteando con la servilleta.

—Esto... nosotros... ya no está funcionando.

Elena sintió cómo su corazón se rompía un poco más con cada palabra.

—¿No está funcionando? —repitió, con un hilo de voz—. Daniel, si hay un problema, podemos solucionarlo. Solo tienes que decirme qué hacer.

Él negó con la cabeza, finalmente levantando los ojos para mirarla.

—No es algo que puedas arreglar. Ya no siento lo mismo, Elena. Hace tiempo que no lo siento.

Elena se quedó en silencio, las palabras atoradas en su garganta. Podía sentir su corazón latiendo desbocado, como si intentara advertirle que lo peor estaba por venir.

—Hay alguien más —confesó él, con voz apenas audible.

Y ahí estaba. La verdad que ella había temido durante semanas, meses, se estrelló contra ella como una ola fría y despiadada.

—¿Alguien más? —repitió, su voz temblando.

Daniel asintió, incapaz de sostener su mirada.

—Se llama Clara. La conocí en el trabajo. No fue algo planeado, simplemente... sucedió.

Elena sintió como si el suelo bajo sus pies se desmoronara. Durante meses había sentido la distancia entre ellos, pero nunca imaginó que esa distancia tenía un nombre, un rostro.

—¿Suceder? —repitió, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. Daniel, ¿cómo puede "suceder" algo así mientras yo estoy aquí, creyendo que tú y yo tenemos un futuro juntos?

Él no respondió. Sus hombros estaban caídos, como si estuviera cansado, pero a Elena no le importaba su cansancio. Ella estaba rota, y no había forma de disimularlo.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó, apenas logrando contener el llanto.

—Unos meses... —admitió, como si fuera un dato cualquiera, sin comprender que esas palabras eran como un puñal.

Elena no pudo evitarlo. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, calientes y amargas.

—¿Meses? ¿Y todo este tiempo me dejaste creer que había algo que yo podía hacer para salvarnos? ¿Me dejaste aferrarme a esta relación mientras tú estabas con otra persona?

—No quería lastimarte, Elena —dijo él, con un tono que pretendía ser compasivo, pero que sonaba vacío.

—¿No querías lastimarme? —repitió, con una risa amarga y desesperada—. ¿Y qué crees que estás haciendo ahora?

Elena se levantó de la mesa, incapaz de soportar un segundo más de esa conversación. Se sentía humillada, traicionada, pero sobre todo, rota.

—Espero que Clara sea todo lo que buscas, Daniel —dijo con voz temblorosa, intentando recuperar un poco de dignidad—. Porque acabas de destruir todo lo que éramos, todo lo que teníamos.

Sin esperar respuesta, salió del restaurante. La noche estaba fría, pero no lo notó. Las lágrimas caían sin control, empañando su vista mientras caminaba sin rumbo por las calles. Recordó las risas, las promesas, los sueños que habían construido juntos, y sintió que todo eso se desmoronaba como un castillo de arena arrastrado por la marea.

Cuando llegó a casa, se dejó caer en el suelo de la sala, abrazándose a sí misma mientras el llanto la sacudía. Sabía que no debía culparse, pero no podía evitar preguntarse qué había hecho mal, en qué momento dejó de ser suficiente para él.

Esa noche, entre sollozos y recuerdos rotos, Elena entendió que no solo había perdido a Daniel. También había perdido una parte de sí misma. Y aunque en ese momento le parecía imposible, también sabía que algún día tendría que encontrar la manera de reconstruirse, pieza por pieza, desde las cenizas de lo que una vez fue.




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