Ava
El tío Louis salió temprano y no nos dejó salir. No creyó la explicación de Khate y yo no pude hacer nada para convencerlo. Luego de desayunar, mi prima fue a buscar un par de pelis mientras yo puse a hacer unas palomitas. Miré hacia un lado, las vajillas aún estaban sucias. Me llevó algunos minutos dejarlas limpias y relucientes, sin embargo el grifo comenzó a gotear. Intenté apretarlo pero se hizo más constante el goteo hasta convertirse en chorro.
—Uy, esto no estaba así.
Traté de arreglarlo, juro que lo hice, sin embargo la situación empeoró. Tal vez no debí de apretar tanto, así el grifo no terminaría en mis manos.
—Oh-o.
Un gran chorro mojó toda mi ropa.
—Él tío Louis me matará.
Busqué desesperadamente algo con que detenerlo y encontré un paño. No quería que los muebles empezaran a navegar. Pero fue en vano el chorro estaba algo fuerte.
—¡Khate! ¡Khate! —grité desesperadamente.
Corrió a la cocina
—¿Qué sucedió?
Fue una pregunta que ni siquiera tuve que responder.
—Ay mamá, de esta no nos salvamos —puso ojos de plato
—Ven aquí. Trae algo para sellarlo.
Esperé a que regresara y la dejé allí.
—Ava ¿a dónde vas?
—Iré a buscar ayuda.
—No conoces a nadie.
Era cierto pero no podía quedarme sin hacer nada, tenía que arreglar lo que había causado. Al salir de la casa, miré a un lado. Había un japonés regando las plantas de su jardín.
—¡Señor! —le grité pero no me ignoró.
Salí a correr sin saber a dónde, la calle estaba desolada. Minutos después me detuve para recuperar el aliento, un auto pasó a mi lado con gran velocidad y fue cuando me di cuenta de que no estaba en la acera, sentí el timbre de una bicicleta. Pensé que me chocaría pero logró frenar a tiempo, por el susto que me llevé terminé calléndome.
—¿Quieres morir? —preguntó el chico.
—Ay no, no pude ser —lo miré desde el pavimento.
—La chica problemática de los helados.
Me puse de pie tan rápido como pude y sacudí el polvo de mis manos y ropa.
—Dime... ¿viniste a disculparte?
—Claro que no, en todo caso serías tú quien lo hiciera. Terminé cayendo por tu culpa.
—Tal vez te lo merecías.
Nos pasaríamos todo él día discutiendo y yo no podía perder ni un solo minuto.
—Mejor me voy.
Me agarró del brazo.
—¿A dónde crees que vas? No hemos terminado.
—No tengo tiempo.
—¿Vas a arrojarle helados a alguien más?
Me solté de su agarre y lo miré con los ojos entrecerrados.
—No, intento salvar mi casa de una inundación.
—¿Inundación dices? Ahora sí creo que estás loca.
—No se ni para que te dije.
Me alejé pero sentí como me seguía.
—¿Es de verdad? —preguntó una vez que estuvo a mi lado.
—Crees que saldría a correr a esta hora que hace tanto sol.
—¿Cuál es el problema? —fruncí el ceño y él prosiguió—. Me refiero al de la inundación.
Me detuve y él también.
—El grifo se rompió. ¡Necesito un plomero! —dije deseperafa—¿Conoces alguno?
—Sí, pero demorará mucho tiempo en que venga. Si quieres te puedo ayudar.
—¿Hablas en serio?
—No bromearía con una situación así.
—Entonces vamos.
—Sube a la bici.
Examiné su BMX negra, era pequeña para poder subirnos ambos.
—Y donde voy ¿en el volante?
—Si quieres o mejor espera te llamaré un taxi —entrecerré los ojos— Está bien, sube a los cilindros.
—No. Mejor yo conduzco.
—No puedes ni liderar con un helado, ¿podrás hacerlo con una bici?
— Obsérvame.
Se bajó y yo tomé su lugar. Él subió a los cilindros y se sujetó de mis hombros. Pedalié tan rápido como pude hasta llegar a la casa y la puerta continuaba abierta.
—Vamos entra —le dije al chico y cerré la puerta—. Sígueme.
Lo guié hasta la cocina. Mi prima estaba empapada y el chorro aún sin controlar. No quedaba ya vasijas en donde almacenar el agua y la que tenía estaba a punto de llenarse.
—¿Y él quién es? —preguntó mi prima, pero al apuntarlo un chorro terminó mojándolo.
—Por Dios, que ustedes tienen en contra de mi ropa —el comentario me pareció gracioso—. Ey tú, busca un corcho —me dijo.
—¿Corcho?
—¿No sabes lo que es? Aich, creo que será más difícil de lo que pensé.
—Ni siquiera sé dónde mi padre guarda su dinero, como vamos a encontrar un corcho —dijo Khate.
—Ok, ok. La llave de paso... al menos saben dónde está.
—Sí, está en el patio —respondí.
Lo llevé allí. Al regresar por fin Khate pudo descansar.
—Pensé que nunca llegarías —suspiró aliviada mi prima.
—No encantaba a nadie que me pudiera ayudar.
—Veré que puedo hacer —dijo el chico.
No podía presentarlo ni siquiera sabía cómo se llamaba.
—Herramientas —pidió.
—Iré a buscarlas —dijo Khate y se retiró.
—Las instalaciones son viejas —dijo.
—Sí, eso parece.
Miré hacia un lado. Ay no, no, no. El horno de microondas estaba echando humo.
—¡Las palomitas!
Corrí hacia allí y lo apagué. Al abrirlo tosí, la cocina se llenó de humo.
—Genial, solo falta que le pegues fuego a la casa —se burló el chico.
Pero me quedé callada.
—¡Ava! Ay que darse prisa —dijo al entrar a la cocina—, ¿también el microondas?
Yo asentí.
—Como sea, mi papá llamó. Viene en dos horas.
—¿Dos horas? —pregunté sorprendida.
—Sí.
—¿Y las herramientas? —preguntó el chico.
—Oh, están aquí —Khate se acercó con una caja roja.
Él las examinó y luego me miró.
—Necesito algunas piezas.
Fue en dirección a la salida y lo seguí.
—Por favor regresa.
Me miró y sonrió.
—Está bien. Se que me necesitas —me guiñó.
Mientras esperaba su retorno boté las palomitas y limpié el microondas, quedó igual de blanco de hecho no parecía que estaba roto. Había que impedir a toda costa que el tío lo utilizara. Secamos un poco el piso, regamos el jardín con el agua acumulada y nos cambiamos de ropa. Yo permanecía en la sala y mi prima no dejaba de ver el teléfono.
—Creo que tu amigo no vendrá. Aún nos queda una hora y media. Tiempo suficiente para empacar e irnos a mi casa.
—No Khate. Yo soy la culpable de todo. Mira en lo que te he metido.
—Mi padre también tiene culpa. Las instalaciones son muy viejas, pero él no quiere gastar ni un dólar en arreglar un grifo.
Sonó el timbre y fui corriendo a abrir. Me dio un poco de miedo ¿y si era mi tío?
—Sé valiente Ava y enfréntate al problema —me dije.
Por fin abrí la puerta.
—Hola.
—Hola.
Le respondí a una señora.
—¿Todo está bien? —preguntó y yo fruncí el ceño.
—Lo siento pero no sé quién es usted.
—Oh, déjame presentarme soy... Rosmary —dijo tendiéndome la mano—, una vecina del señor Pemberton.
—Mucho gusto, yo soy Ava, su sobrina.
Tomé su mano, pero ella no me miró intentaba observar por la abertura que había entre la puerta y yo.
—¿Desea algo? —pregunté y recuperé su atención.
—Beber agua, si no es molestia.
Por suerte mi prima hizo presencia.
—Hola Rosmary —dijo y ella le dio un abrazo.
—Khate. Que bueno verte —dijo.
—Prima, trae una botella, yo me encargo —me dijo bajito.
Fui corriendo y regresé con la botella de agua, sin duda esa no era una visita, mi instinto me decía que había algo más.
—Mi padre no está —escuché decir a Khate.
—Lo sé. Precisamente él me envió para que comprobara si todo estaba bien.
—Sí, claro que lo está. Crees que mi padre nos habría dejado solas si no fueramos responsables.
—Aquí tiene —dije dándole el agua.
—Gracias querida —respondió.
—Ava, sabes que la señora Rosmary tiene una pastelería.
Bien hecho prima que bueno que desviaste la conversación, pensé.
—Asombroso —exclamé.
—Sus pasteles son deliciosos, especialmente los de lima, sin duda son los mejores que he probado.
—Ay gracias —se sonrojó por los halagos.
—Tenemos que probarlos —dije.
—Con gusto las esperaré. Yo mejor me voy. Veo que todo está bien.
—Que tenga un buen día —le dijo Khate.
—Igual para ustedes.
Suspiramos una vez que se fue y volvimos a entrar a la casa.
—¿Quién pudo haberle avisado al tío de que algo estaba mal?
—No lo sé. Tal vez el vecino.
El timbre sonó y abrí la puerta.
—Que bueno que llegaste. Vamos entra.
—Había llegado hace unos minutos. Pero al ver a la Sra. Díaz decidí esconderme.
—Te lo agradezco.
—Voy a la cocina —dijo el chico.
—Oye, tu amiguito si volvió.
—Shhh —le dije a mi prima y lo seguimos.