Ava
—¿De dónde eres? —me preguntó Spencer.
—Inglaterra.
—¿Inglaterra? No lo pareces, tu acento...
—No me refería a mí, la obra se basa en Inglaterra, en la Edad Media.
—Jaja. Eres muy especial. Estoy entre rejas e intento distraerme y tú me sales con eso.
—Si me reuní contigo no fue para tener una especie de cita o algo así.
—Eres muy aburrida y por tu culpa estoy aquí. Te salvé y ni me agradeciste.
—Podíamos habernos marchado en paz, no era necesario llegar a ese punto.
—En tus libros no has leído lo mucho que un hombre lucha por el respeto.
—Sí.
—Pues ese fue el precio. Ahora cambiemos de tema, desde que llegaste me has dado lata con Tristán e Isolda.
Yo sonreí porque era cierto, pero no encontraba otra forma de distraernos.
—Y encima te ríes.
—Está bien —cerré el libro—, gracias por salvarme de ese tipo.
—De nada. Pero no fue gratis.
—Claro. Si no sacabas provecho de esto...
No me dejó terminar la frase.
—Hablas como si me conocieras.
—Solo hace falta mirarte.
—Mmh y ¿qué ves? —preguntó curioso.
—Pues... —sonrió.
—Olvídalo, no quiero saber que dirás. De una pervertida se pude esperar cualquier cosa.
Metí el brazo por la celda y le di un golpe en el hombro, pero fue más rápido que yo y agarró mi mano.
—Suéltame y si me vuelves a llamar pervertida te voy a acusar por difamación.
—Jaja y yo a tí por acoso. Le diré a ese oficial de que la prueba está en tu teléfono.
Cuando lo mencionó, recordé que aún no había borrado la foto.
—Tu silencio lo confirma —sonrió el muy engreído.
—Ya te dije que no te fotografiaba a ti.
—Mmju. Pero está bien, eres guapa y solo por eso te lo dejaré pasar. Pero no te vayas a sonrojar, no es para tanto.
Fruncí el ceño y entrecerré los ojos.
—No necesito que nadie me diga cómo me veo por fuera para creerlo, me amo como soy.
—Tienes mucha confianza en ti misma.
Comenzó a acariciar mi mano.
—Harold te llamó Ava, es así como te llamas.
—Sip.
—Un gusto soy Freddie Spencer, pero me puedes llamar Fred —hizo una pausa—. Por favor no extiendas la mano.
Puse los ojos en blanco y sonreí cuando besó el dorso de mi mano.
—Jaja. Ya déjalo, lo de romántico no te va.
—Tienes razón. Mis relaciones no duran el tiempo suficiente como para regalar flores o algo así...
—Eso no es asunto mío.
—Solo lo decía porque sé que con la chica correcta podré comprometerme.
—Suelta mi mano por favor.
Entrelazó más nuestras manos. Al parecer hablaba con la pared y no con Fred.
—Deberías de tener alguien que te cuide, un chico fuerte que...
—Si, cualquiera sería bueno menos tú.
—No me juzgues tan rápido. Además cualquier chica estaría contenta de estar aquí conmigo.
—Menos mal que lo sabes, si vine fue para terminar la tarea.
—¿En serio?
Sus ojos negros me miraron fijamente y me puse un poco nerviosa.
—Sí. Ya debería irme —le dije.
—Veo que no estabas tan mal como sonabas por teléfono. Si quieres puedo regresar más tarde.
Miré hacia arriba y vi a un hombre trajeado de aproximadamente de unos cuareinta años. Llevaba un portafolios. Sin duda era el abogado. Spencer soltó mi mano y ambos nos pusimos de pie.
—Que bueno que llegaste —le dijo Fred.
Un oficial fue hasta nosotros y abrió la celda dejando libre a Fred.
—Ya puedes regresar a tu casa —le dijo el abogado.
—Sr. Fernández cree que puedo quedarme un rato más.
—No digas bobadas —le dije.
—La chica tiene razón, vamos.
Nos dirigimos hacia la salida, eran alrededor de las nueve de la noche. Caminé hacia mi auto.
—Ava, no te piensas despedir.
—Adiós Fred —le dije.
—No ,así no.
Me puse un poco nerviosa, que intentaba hacer. Me dio un beso en la comisura de mis labios.
—¿Ahora sí? —dijo alejándose.
—Te has vuelto loco. —dije mirándolo fijamente y enojada.
—Es el riesgo de pasar tanto tiempo contigo. Ahora acábate de ir, no quiero que te den un sermón por mi culpa.
—Esto no se quedará así, me escuchaste —una vez que hablé me arrepentí de no usar otras palabras porque presentía que las interpretaría a su antojo.
Enarcó sus cejas, miró hacia un lado y luego a mí.
—Claro que no, pronto podré devorar tus labios, hasta eso entonces tendrás que...
—Ya cállate.
Subí a la jeepeta y di un puertazo.
Fred
En cuanto mis padres terminaron con sus regaños, fui a mi habitación y me duché. La pantalla de mi teléfono se iluminó, era un mensaje.
—Tan pronto me extrañaste.
Fui con una sonrisa a leer el mensaje, pensando que era de Ava, pero no. Decía:
Cuando habrá una próxima vez.
Suspiré decepcionado. Pero que me pasaba, tal vez era hambre. Le dije a la señora del servicio que me preparara un sándwich y regresé a la habitación. Intenté dormime pero no lo logré así que fui hasta la biblioteca que teníamos en casa y tomé el libro. Como estaba intentando coquetear con la chica nueva dejé a un lado la lectura y ni siquiera me prestaba atención a lo que decía. Me gustaba molestarla, pero ella parecía no poder quedarse callada. Una chica interesante a decir verdad y cuando Fred Spencer le hecha el ojo a una chica no la deja escapar hasta que la tiene.
Reanudé la lectura, intentaba no distraerme hasta que recordé lo cerca que estuve de sus labios. Nunca pensé que llegara a verlo de esa forma, pero el profesor Weler se merecía un ramo de flores. Ese trabajo sería la excusa perfecta para acercarme a ella.
Harold
Intentaba olvidarla pero no podía, era difícil verla todos los días pero no me atrevía a sacar nuevamente el tema. Cuando la vi con Spencer mis celos aumentaron nivel cien, no podía permitir que la historia se repitiera y mucho menos dejar que la dañara. Si yo no podía estar con ella Fred tampoco lo haría.
—Seré tu protector.
Ni me di cuenta que lo había dicho en voz alta.
—¿Qué dijiste? —me preguntó Jing.
—Nada, ya me voy.
—Está bien.
—Te veo mañana.
Salí de mi casa en la BMX, no pude evitar detenerme en frente de la casa del Sr. Pemberton.
—Ojalá estuvieras de nuevo tan cerca.