Corazón fuera de servicio

PREFACIO

IAN BLACK

Entré al cafetín mientras escuchaba los gritos de Damon, si soy un amargado él es el doble. Lástima que no sufre del corazón y yo sí, porque le vendría bien bajarle dos. Miraba mi Rolex y solo esperaba que la inversión de mi vida valiera el ingenió de esa mujer, me costó que la empresa aceptará mi oferta. Es momento de ampliar el patrimonio de mi padre, Black Medical Systems alcanzó la cima con su creación de tecnología moderna para equipos y monitoreo cardíaco y ahora necesitamos lo que ha cautivado y ayudando hasta sanado por lo que he escuchado a muchos niños en otros países. Que tiene esta diseñadora no lo sé, pero pocos logran tener una cita frente a frente y la quiero aquí creando el mejor muñeco terapéutico para mi empresa.

Sorbo mi taza de café con mucha azúcar, debo relajarme o me dará un infarto. Mi corazón lleva semanas comportándose de la patada, pero hoy…, está peor y no se por que. Pido también una porción de pastel de chocolate doble para calmar la ansiedad que me ataca sin motivó y masajeo mi pecho.

Cuando el mesero lo deja en la mesa, escucho un susurro, por el rabillo del ojo miro disimuladamente a unas pequeñas de cabellos negros y largos, llevan lazos en su coronilla y me hacen recordar a quien un día decidí no buscar nunca mas. La deje ir, la deje escapar, sí yo me fuí primero, pero años después ella desapareció sin dejar rastros. Deje toda mi energía en encontrarla, sus padres juraban no saber de su paradero y sus amigas, pero se que algunas mentían y sobre todo Abril.

—Mira se ve rico… —dice una de las niñas y señala el pastel —, muy rico, baja, vamos.

<<Son idénticas... ¡Dios sus ojos, son grises…, grises exactamente como los míos!

Aunque es algo normal, cualquiera podría tenerlos>> — repetía en mi cabeza, pero se que no es común.

La más aventada me mira directo, sin miedo, como si el mundo fuera suyo y la otra se esconde detrás de ella, aferrada a su vestido con los deditos temblorosos y casi no me mira a los ojos.

<<Son preciosas…>>

—No deberías acercarte —digo en un gruñido intentando sonar firme, pero no lo logró.

No me gustan los niños, me hacen recordar mi infancia solo entres paredes de una clínica.

—¿Por qué? —pregunta la única que se atreve hablar alzando una ceja igual que yo cuando era niño—, ¿el señor estirado se va enojar?

Me muerdo el interior de la mejilla para no reír.

¡Mocosa!

—”El señor estirado” sí se enojara mucho y esto— señaló la porción de pastel —, le costó dinero.

Ella frunce los labios.

—Yo también.

—¿Qué? —parpadeó sin entender y ella pavonea su cabello largo azabache.

—Cuesto dinero. Mi mami dice que valgo muchísimo.

Mi corazón da un golpe tan fuerte que me agarro el pecho con una mano. La pequeña detrás de ella se asoma, muy breve.

Sus ojos también son grises y sonríe mirando a su hermana, me ve y se oculta de nuevo.

<<¿Tan feo soy? ¿Le doy miedo? >>

—¿Podemos probar?

—No —respondo automático y niego dos veces.

—¿Por qué eres malo? —dice sin miedo y frunce el ceño —, mi mami dice que si compartes, Dios se regocija por qué estamos haciendo el bien.

Sus palabras me hacen recordar con más fuerza a Mila. Me humedezco los labios, incómodo y suelto un poco mi corbata.

—No soy malo. Solo…, no deberías tomar lo que no es tuyo.

Ella me mira profundo. Demasiado profundo para ser una niña de tres o cuatro años.

—No lo tomaría. Solo lo probaría un poquito…

Y acto seguido, mete un dedo en el pastel. Un dedo completo y lo chupa feliz, hace los mismo por segunda vez llenándolo de baba y le da su hermana que lo chupa rápido.

—Está rico —dice orgullosa—, ¿quieres?

Antes de que pueda regañarla, mete su dedo de nuevo y una voz aparece detrás de ellas…, esa voz.

La escucharía entre un millón de personas y reconocería su voz…, ocho años sin oírla y aun así mi corazón sabe cómo latir por ella.

—Niñas…, otra vez, que les he dicho de…—se detiene, cuando nuestras miradas se encuentran. Mi corazón juro que se detuvo—, Ian…

Me congeló, la busqué por tanto tiempo.

<<Milagros… Más mujer. Más hermosa… Tiene el cabello pintado de negro>>

Sus ojos se llenan de un miedo que no entiendo.

—Mila… —susurro.

Mi voz sale ronca, rota, como si mis cuerdas vocales recordarán que ella fue lo último que amaron. Las niñas la miraban y la atrevida mete su mano completa agarrando pastel en un puño y dice:

—Mami, ¿quieres?

Algo en mí se parte, mi corazón va a explotar con lo que escucho. La pequeña sonríe feliz y se devora el pastel en su mano, pero Milagros se queda helada. Primero mira a la niña, luego a mí.

—¿Mami…? —repito, con un hilo de voz y me pongo de pie, se ve diminuta bajo mi sombra, sus ojos están llenos de lágrimas—, ¿son…?

Agarra a las niñas con fuerza y sale deprisa casi corriendo de la cafetería.

—Vámonos, rápido niñas—les ordena en un susurro desesperado.

<<¿Cuando regresó? ¿Tuvo dos niñas? ¿Cómo pasó esto? ¿Quién es el… ?>> No logro ni terminar las miles de preguntas en mi cabeza

—¡Milagros! ¡Detente!

No se detiene. Mi corazón golpea tan fuerte que mareo y antes de que salgan la alcanzó a agarrar del codo.

—¡Mila! —La giró hacia mí y la miró con desesperación, mis mirada no dejaba de grabar cada fracción de su rostro.

—¡Así no se agarra una dama, estirado! Menos a mi mami— me patea la niña y omito el dolor de cada patada en mi rodilla y su…, su madre las carga a ambas de prisa y la suelto.

Su respiración tiembla.

—Mira… —mi voz tiembla por primera vez en años y bloqueo su camino—, mírame.

—No —susurra.

—¿Son tus hijas?

Ella cierra los ojos un segundo y cuando los abre, su azul brilla con más intensidad por las lágrimas contenidas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.