Corazón fuera de servicio

CAPÍTULO 1

Los lunes siempre son un caos. La única guardería/jardin en toda la bolita del mundo que decidió que los lunes no trabajan. Trato de guardar las loncheras de las gemelas mientras me alisto, me maquillo y hago el intento de peinarme.

Cielo habla con las niñas por videollamada; es mi salvación cada lunes para entretenerlas.

—Dios…, que hoy se porten bien. Te lo pido. Bueno, solo Lea…, que se comporte —susurro, y terminó sonriendo.

Aunque me queje, amo este caos. Amo a mis niñas, y sé que solo están siendo eso: niñas.

—¡Tía! ¿Quién es ese príncipe que pasó detrás? ¡Oh, mira! —me asomo a la pantalla justo cuando Lea levanta la cara de Lia para que vea al “novio por obligación” según Cielo, este la agarra sin delicadeza y le llena la mejilla de besos—, ¡mami, tía tiene novio!

—No, no. Nada de eso. Él…, es mi empleado doméstico—balbucea Cielo, sus mejillas están muy rojas y tiene los rizos alborotados, sonrió al verla.

Al menos mis amigas si pudieron estar al lado de buenos hombres…, bueno, buenos, no, pero ellos quemarían el mundo por ellas, así como los personajes ficticios que leo cada noche.

Aitor empuja a Cielo para agarrar la cámara.

—Soy su tío, el dueño de su tía; Aitor Moretti. El único que van a tener. Adiós. Tenemos cosas de adultos de qué hablar.

La videollamada se corta y Lea me mira con una sonrisa. Lia corrió directo a mis brazos y la llenó de besos.

Debo aprovechar.

—Me gustaría que tuvieras a alguien así, mami… Un novio, un príncipe —dice Lea.

—Las tengo a ustedes, mis traviesas —respondo.

Lia niega en silencio, mientras Lea agarra su bolso de unicornio y sale del apartamento como si tuviera dieciséis y no tres años y medio.

Las subo al coche.

—No es lo mismo… Lo sabes, ¿cierto? —insiste, esperando que la mire.

No lo hago, prefiero asegurarles los cinturones y esperar que deje el tema.

—Mami…, siempre somos nosotras tres —dice en voz baja.

—Y así seguiremos siendo. Las tres mosqueteras. Ahora, silencio —le doy un beso en la frente.

Lia giró la cara y le lanzó un beso, su límite diario de afecto dura 1 minuto exacto.

<<Mi niña arcoiris. Mi pequeña Lia >>

La observo por el retrovisor: ojos grises enormes, cabello negro y largo. Su mirada temerosa, perdida en la ventanilla. Lea, en cambio, tiene la misma melena negra, pero vive sonriendo, gruñendo y comiéndose todo lo que esté al frente.

Arranco el coche, y mientras manejo, mi reflejo aparece en el espejo cuando me acomodo el cabello. El tinte negro ya está revelando una línea castaña en la raíz.

—Dios no ha pasado ni una semana que lo retoque— suspiro.

Las niñas van ocupadas peleando por un peluche que ellas mismas olvidaron toda la semana y conduzco hacia la empresa que me dio una oportunidad cuando nadie más quiso hacerlo. La empresa que me acogió como si siempre hubiese sido parte de ellos.

Quién diría que de querer servir a Dios, terminaría creando peluches ortopédicos para niños que esperan un trasplante o desahuciados. Muchos han sido sanados después de recibirlos…, me gustaría que fueran todos, pero solo algunos tienen un propósito y cuando se me revela, llevan una nota escondida que dejó entre las costuras, una que trae sanidad.

Las niñas van detrás de mí mientras yo corro por los pasillos hasta mi oficina llena de felpa, telas y botones. Dejo sus cosas en el sofá y busco los diseños nuevos que debo entregar. A mis niñas les encanta venir conmigo; para ellas este lugar es un parque de diversiones lleno de peluches a medio hacer.

Siento que me jalan de la falda, bajo la mirada y Lia señala hacia donde está su hermana.

—¡Eso no se come! —grito mientras corro hacia Lea y le quitó la bandeja de…, Dios…, ¿quién trajo arena de gato?

En ese momento entra Joseph con una bolita de pelos en las manos.

—Creo que fue mala idea dejar aquí la caja de arena —dice, y yo niego entre risas mientras le limpio la boca y las manos a Lea, y busco su termo de agua para que beba.

—Quería probar. Se veía rico, mami —dice tranquila, sin un gramo de culpa y bebe agua.

Lia, en cambio, está a punto de lanzarse encima de Joseph para agarrar el gato. Él se lo entrega. Joseph se ganó el cariño de las niñas desde que llegamos aquí. Bueno…, solo de Lia.

—No nos comprarás con un gato feo —dice Lea, señalándolo con el dedo, fingiendo que no se derrite por esa cosita peluda.

—¿Cómo piensas eso de mí? Mejor me lo llevo… —bromea él, dando un paso atrás.

Lia pega un grito tan fuerte que hasta el gato se asusta. Lea se pone enfrente de Joseph como una guardaespaldas.

—Ahora te quedas sin gato. Lia lo quiere para ella —le saca la lengua. Después la ayuda a subir al sofá con el gatito como si estuvieran salvándola del mundo.

—Lo siento —le digo a Joseph. Él solo sonríe; esos ojos verde claro siempre brillan cuando mira a mis hijas.

A veces, pienso que, si yo no estuviera tan enfocada en mis niñas y en mi trabajo, Joseph sería un buen padre. Pero no siento nada por él. Además, mis niñas ya tienen un padre…, aunque él no tenga la remota idea.

—Ya estoy acostumbrado —dice—, te venía a avisar por la caja de arena, por si acaso Lea quería…, bueno, ya es tarde. Y también que mi padre te necesita con urgencia en la oficina.

—Dios… ¿qué hicieron las niñas? ¿Mataron a sus pericos exóticos y refinados?

Joseph ríe y niega.

—No, mis hermanitos están bien. Es algo de trabajo. Parece urgente. Un CEO quiere pagarte una fortuna por tus servicios…, bueno, por tus diseños. Eso sonó rarísimo.

—¡Cállate! —agarro mi carpeta y miró a mis hijas—, Lea, manos arriba.

Ella levanta las manos como si fuera una fugitiva. Sirve para que no toque nada o se coma algo.

—Mami… —chilla haciendo un puchero—, ¿cómo le daré cariño al gatito?

—¿No que no lo querías? —la molesta Joseph.

—¡Mami! —protesta, ofendida.




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