MILAGROS
La noche llega más rápido de lo que quiero. Miro el móvil y tengo varias llamadas perdidas de Joseph y también de mi padre. Dios…, no podré verlo a la cara. Me dieron más que confianza, me lo dieron todo, y les oculté algo tan grande.
Apago las luces de la sala con una sola mano, mientras con la otra sostengo a Lia, que ya cabecea sobre mi hombro. Su respiración es suave, tranquila, como si no tuviera idea de que su mundo está a punto de cambiar…, el mundo de las tres, el mundo que creé para ellas. Lea camina detrás de mí, arrastrando su manta y gruñendo porque no la cargo. Ella entiende que su hermana necesita más atención, pero a veces, como toda niña, se siente desplazada, aunque trato de hacer todo lo posible por darles mi amor a ambas.
Las acuesto, siempre dormimos juntas. Necesito sentirlas cerca, y más cuando temo que el mundo sea demasiado grande para ellas y les pongo el pijama. Lia se deja hacer todo en silencio. Lea pelea conmigo y dejo de luchar la dejala como quiere. Se acurruca al lado de su hermana y las observó por un buen rato y sonrío. Son tan bellas…, mis pequeñas. Sus cabellos resaltan entre las sábanas blancas, tan negros como los de…
Sacudo mi cabeza.
—Bebés… —susurro, aunque sé que están medio dormidas.
Lea abre un ojo y frunce el ceño.
—¿Vamos a morir?
Parpadeo. ¡Esta niña!
—No…
Lo digo bajito.
—Entonces no me despiertes —responde, dándose la vuelta, empujando a su hermana.
Lia me mira y jala mi vestido y la cargo en mis brazos. Me recuesto en el espaldar de la cama y jalo a Lea, que se resiste, pero viene.
—Mis amores… —susurro—, vamos a hacer un viaje… Y quiero que estén listas. Que se porten bien. Sobre todo tú, Lea.
Lea se incorpora como si le hubiera dicho que le daría pastel.
—¿Un viaje? ¿Con maletas y mucha comida deliciosisimaaa?
Sonrío porque la comida y todo lo que se le atraviese es comida para ella. Lia nos mira en silencio mientras juega con mi cabello. Aprovecha y jala la manta de Lea para ella.
—Vamos a conocer a unas personas muy importantes —sigo, con la voz temblando—, a mis padres…, bueno, sus abuelos y a muchas personas más.
Lia parpadea y hace un gesto con sus manos. Quisiera entenderla como a Lea.
—Lia pregunta si ellos te hicieron daño… —dice—, si es por ellos que lloras siempre, mami.
Se me aprieta el pecho.
—No…, no, corazón. Ellos me hicieron la niña más feliz del mundo. Sus abuelos darían su vida por mí. Dios, cariño…, es normal que mami llore. Mami está cansada, pero no se rinde.
Lea me mira.
—Mami necesita un príncipe bueno. Uno que la ayude…
Lia hace una mueca. Abre los labios, pero no habla, por un momento pensé que lo haría.
—Ni lo digas —sigue Lea—, ese tonto de Joseph no. Mami, por favor…, es tan tonto.
Suelto una risa que me tiembla y niego.
—Cariño, está mal lo que dices. Joseph es un buen amigo y ha sido muy bueno con ustedes. Pero tranquila, él solo es mi amigo. Por el momento no habrá un príncipe, te lo he dicho muchas veces.
Lia toma mi mano y la de su hermana. Eso sí lo entiendo y sonríe.
—Siempre juntas… —susurro.
Beso su coronilla y luego la de Lea.
—Te queremos, mami…
—Yo mucho más, mis traviesas.
Lea jala su manta baja de la cama como un resorte dejando a Lia chillando.
Esta niña cambia de ánimo en un parpadeo.
—¡Voy a preparar mi maleta!
—¡Espera, cariño!
Fue en vano, se había ido corriendo.
Cargo a Lia y salgo por el pasillo. Cuando llego, Lea está frente a su maleta rosa, metiendo comida, sus botellas de agua, sus tacitas, su peluche preferido de osito.
¿No piensa en qué se va a poner? Niego entre risas, mientras Lia baja torpemente a buscar sus vestidos desde el cajón, ella sí.
—Lea…, ¿por qué tanta comida? —preguntó, señalando la maleta —, allá también tendrás comida.
Me mira ofendida, con los brazos cruzados.
—Mami, mejor ir preparadas. Si mis abuelos no nos quieren, ¿qué comeremos? Tenemos que ir preparadas.
Me quedo en silencio dos segundos. Se me forma un nudo duro en la garganta y me arrodillo a su altura.
—Cariño, eso nunca va a pasar. Confía en mamá, ¿sí?
Frunce la nariz.
—Es que…, si no logro portarme bien…, si no les gusto, si no les gusta Lia y si…
Su voz se quiebra y la abrazo.
Lia nos mira y abro mis brazos para ella, pero niega con la cabeza. Avanza solo un paso. Se acerca lo suficiente para tocarme la manga del vestido.
—Te doy mi palabra —le susurro a Lea—, que hagan lo que hagan, todos las van a amar. Y si no es así…, yo tengo demasiado amor para ustedes.
Lea aprieta mi camiseta con los deditos y volvemos a la habitación. Apago la luz y dejo solo la lámpara pequeña encendida.
—Mami —susurra Lea—, ¿nos cuentas el cuento del príncipe tonto otra vez?
Asiento y me hago un lado en la cama. A veces, soy la culpable que ellas quieran un príncipe en mi vida, les lleno la cabezas de fantasías que les están haciendo daño.
—Había una vez una princesa muy especial —empiezo. Lia se acomoda pegando su frente a mi brazo—, la princesa vivía en un lugar muy alto. Tan alto que podía ver todo el mundo desde su ventana. Entre las nubes escuchaba oraciones y conocía todos los corazones. Pero la princesa tenía un secreto —bajo la voz—…, tenía un corazón muy grande. Tan grande que sentía el dolor de todos.
Lia entrelaza sus dedos con los míos mientras bosteza.
—Entonces apareció un príncipe —continúo—, no era perfecto. A veces decía cosas que no debía. Era gruñón, tenía un corazón débil y a veces tenía miedo. Pero amaba a la princesa.
Lea sonríe.
—Pero un día —susurró—, la princesa se asustó por algo que vio…, pensó que amar era peligroso, tenía miedo de perder a la persona que amaba y huyó.
Silencio.
—Se escondió en un lugar lejano. Aprendió a ser fuerte. Aprendió a cuidar dos estrellitas que llegaron a su vida para acompañarla.
Editado: 19.12.2025