NARRADOR
Un día después, el aeropuerto estaba lleno de maletas rodando. Milagros avanzaba entre la multitud con una maleta en una mano y la otra ocupada sujetando a Lea, intentando que no se metiera nada más a la boca, Lia agarrada de su vestido. Su pecho se sentía apretado, como si cada paso fuera un error muy grande.
Sentía que el aire le faltaba.
Lia percibió la tensión de su madre de inmediato. Aunque no pronunciaba una palabra, sus ojos brillaban con la claridad de alguien que sabe leer emociones. Recordaba perfectamente a su mamá triste, hablando en voz baja, pidiendo que las quisieran. Lia entendía más de lo que parecía.
Despacio y, con su manita pequeña, tocó el brazo de Milagros. Ese brazo que sujetaba a Lea con fuerza, evitando que se comiera todas las galletas del área de espera.
Milagros se sobresaltó un poco y bajó la mirada.
—Todo está bien, cariño —dijo, forzando una sonrisa mientras dejaba un beso en el cabello de Lia.
Pero su voz tembló y Lia lo notó.
—Lia siente que tienes miedo —intervino Lea con la boca llena, metiéndose otro puñado de galletas y soltándose de la mano de su madre para ir por más.
Milagros cerró los ojos un segundo. No quería que ellas lo notaran. Se agachó frente a Lia y negó con suavidad, acariciándole la mejilla.
—No, tesoro. No tengo miedo. Con ustedes a mi lado jamás lo tendré —dijo despacio, como si necesitara convencerse también—, quiero que olvides lo que escuchaste, ¿sí?.
—¡Señora, puede agarrar a su hija! —gritaron de pronto.
Milagros dio un saltó y giró rápido. Lea estaba siendo sujetada del vestido por Joseph, que la había atrapado justo antes de que se trepara a una silla para agarrar más galletas.
Milagros apoyó una mano en su pecho, respirando hondo.
—¡Eres un idiota, me asusté! —protestó Milagros y se acercó, la tomó en brazos y la calmó con un par de besos rápidos.
—Ya, ya…, ven acá —la sentó junto a su hermana—, quédate quieta.
Se apartó un poco con Joseph.
—En este sobre tienes todo —le dijo él, entregándoselo—, el coche y el apartamento donde vivirán. No creo que quieras llegar de golpe a casa de tus padres. Contacta por mensaje lo antes posible al CEO de Boston, te dejé el número. Y por favor…, llámame, te alcanzo apenas deje todo listo en la fábrica de mi padre.
Le acarició el mentón con cuidado. Milagros tomó el sobre con ambas manos y asintió. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejó que cayeran.
—¡No toques a mi mami! —gritó Lea desde el asiento.
Lia, en cambio, saludó a Joseph con entusiasmo. Él le lanzó un beso al aire, que Lea agarró del aire y pisoteó al bajarse del asiento.
—Ella te quiere —murmuró Milagros para hacerlo sentir mejor. Joseph peinó su cabello castaño con sus dedos y nego—, solo está de malcriada…, tiene hambre.
Mentía. Lea no lo quería.
—Claro —respondió Joseph.
El parlante sono muy fuerte.
—Señores pasajeros con destino a Boston, es hora de abordar.
Lia se tapó los oídos de inmediato. Lea bajó sus manos con cuidado y buscó en su morral los audífonos protectores.
—Es hora —susurró Milagros.
—Nos vemos pronto… —dijo Joseph—, te dejaría un beso en la mejilla, pero quiero conservar mis dos rodillas.
Milagros sonrió apenas y guardó el sobre, en su cartera y miró a sus pequeñas.
Lea tomó la mano de Lia y levantó la vista hacia su madre con esa mezcla de admiración que siempre la desarmaba.
—¿Saben quién estará allí? —preguntó Milagros, sonriendo mientras tragaba el nudo en la garganta.
Las niñas se miraron.
—¡Tía Cielo! —gritó Lea, saltando de emoción.
Lia, leyendo sus labios perfectamente, sonrió.
—¡Siii! ¡Quiero ver a mi tía de nuevo!
Milagros sonrió, con lágrimas asomando en los ojos y entró en ese pasillo con sus dos hijas.
<<No tengo nada que temer. Puedo perderlo todo…, pero ellas no. Ellas siempre estarán a mi lado… >> pensó dándose la fuerza que le faltaba.
Juntas subieron al avión. Un avión sin retorno, aunque ella todavía no lo sabía…
ʕ•ᴥ•ʔ
El aeropuerto de Boston la golpea de frente apenas cruza las puertas automáticas. El ruido, la gente, los recuerdos. Milagros se detiene en seco como si el cuerpo se negara a avanzar.
Busca con la mirada a su amiga, Cielo y la encuentra con una sonrisa enorme y los ojos verdes brillosos, y cuando Milagros enfoca mejor, ve detrás de ella a Gael y queda helada. El mundo se detiene, la historia con su padre fue difícil mientras crecía y batalla con una malformación cerebral, que Dios le sanó, pero la dejo con el don de visiones, Gael luego se volvió el padre que siempre necesito, aunque era su tío. Tenía la bendición de tener dos padres, su padre de sangre y su tío que desde niña le decía papá también, fueron hombres que lucharon por el amor de su madre, pero sólo uno ganó, solo uno la amo de verdad y solo uno era su padre biológico, Kasian Vex Miller.
Mira a Cielo, desesperada, buscando respuestas. Cielo solo se encoge de hombros sonriendo, ella sabía que el miedo de Milagros solo está en su cabeza.
—¡Niñaaas! —chilla con emoción, Cielo y corre abriendo sus brazos.
No alcanza a decir más.
—¡Tííííaaaaa! —grita Lea de pronto, soltando la mano de Lia y corriendo como si el suelo no existiera. Lia corre detrás, un poco más torpe.
Cielo se arrodilló y las abraza a las dos, apretándolas contra su pecho, riendo y llorando al mismo tiempo.
—Mis amores…, mírenlas nada más… —les besa las mejillas—, están enormes.
Milagros da un paso…, y luego otro. Gael no dice nada. No pregunta. No reprocha. Solo abre los brazos. Eso basta y Milagros se derrumba contra su pecho como cuando era pequeña y su madre no cumplía sus berrinches, cuando se sintió desplazada con la llegada de Kenox su hermanito.
Llora sin aire, con el cuerpo temblándole.
—Papá… —solloza.
Editado: 19.12.2025