IAN BLACK
Una voz chillona me perfora los oídos. Me llevo ambas manos a la cabeza, apretando las sienes con fuerza.
—Dios… —gruño.
No recuerdo cómo carajos llegué a… Me incorporo de golpe y abro los ojos.
Renata está sentada frente al tocador, maquillándose con toda la calma del mundo. Cruza miradas conmigo a través del espejo y sonríe.
—Te decía, amorcito… —alarga la palabra con dulce en exceso—, ¿dónde quieres que desayunemos hoy? Tengo un super restaurante al que podemos ir.
Golpeó el colchón con el puño, y miró el reloj de mi muñeca.
—Voy retrasado —escupo—, ¿por qué no me despertaste? ¿Por qué sigues en mi casa?
Me pongo de pie y entró directo a la ducha que está dentro de la habitación. Activo el polarizador del vidrio con un solo toque, necesitaba dejar de verla.
—Tuviste pesadillas —dice desde afuera, omitiendo lo que le preguntó—, hablas dormido, bueno, mejor dicho gritabas como un crío.
Aprieto la mandíbula.
—¿Quién es Mila? —pregunta de pronto y ahora su tono cambia—, era su nombre que gritabas—Cierro los ojos bajo el agua caliente. Respiro profundo. Pensé que ya no hablaba dormido y mucho menos que ya no soñaba con ella—, sabes que tengo suficiente con competir con todas las loquitas que tienes detrás, como para además hacerlo con un fantasma, porque nadie de nuestro círculo se llama así tan feo.
Apago el agua de golpe y me secó rápido, sin mirarla. Busco mi traje casi a ciegas y salgo a vestirme a la otra habitación. No quiero oírla. Entro de nuevo solo para agarrar su cartera. La tomó del brazo sin delicadeza y ella chilla.
—¡Eres un animal! —grita, revolcándose en mi agarre—, ¡siempre haces lo mismo, suéltame!
Hoy más que nunca agradezco no vivir con mi padre; de ser así, nos habría echado a los dos sin dudarlo.
—Que raro, siempre terminas en la cama de este animal silvestre —le digo, mirándola por fin a los ojos—, ten claro algo, Renata: no quiero nada contigo— Ella abre la boca para responder, pero no la dejo—, no me molestes en mi empresa. No me llames. No te aparezcas—Le señalo la entrada—, y vete. Ahí tienes tu coche.
Cierro la puerta de golpe.
Me apoyó en ella, la frente contra la madera, respirando pesado. La mano se me va sola al pecho y masajeo la zona con fuerza.
<<Esto me está consumiendo>>
Tomo mis medicamentos sin agua, como si no importara o hicieran algo y subo a mi otro coche. Sabrá Dios dónde dejé el anterior.
Marco a Damon y no atiende.
El tráfico es un infierno. La cabeza me va a estallar y miro la hora: 10:27.
—Genial —murmuro.
No puedo llegar tarde a la reunión con la diseñadora. Espero que se retrase. Todas las mujeres se retrasan. Cuando por fin salgo del atasco, Damon me devuelve la llamada. Ya estoy por llegar a mi cafetín.
—¡¿Sabes lo que hizo mi padre?! —grita apenas contestó—, ¡me canceló el vuelo! ¡Ninguna aerolínea quiere venderme un boleto!
—¿Qué esperabas? —respondo, seco, mientras estaciono—, le encanta recordarte quién manda.
—¡Tenía todo listo! — grita como un desquiciado—, necesito llegar a ese bendito convento.
—Llama a Aitor —le digo—, tiene un avión privado…
—¡También tengo uno, imbécil!
—No es tuyo —le recuerdo—, es de tu padre, te recuerdo que por esa razón compras boletos.
Silencio al otro lado.
—Gracias —murmura y cuelga.
Si soy un amargado él es el doble. Lástima que no sufre del corazón y yo sí, porque le vendría bien bajarle dos. Miraba mi Rolex y solo esperaba que la inversión de mi vida valiera el ingenió de esa mujer, me costó que la empresa aceptará mi oferta. Es momento de ampliar el patrimonio de mi padre, Black Medical Systems alcanzó la cima con su creación de tecnología moderna para equipos y monitoreo cardíaco y ahora necesitamos lo que ha cautivado y ayudando hasta sanado por lo que he escuchado a muchos niños en otros países. Que tiene esta diseñadora no lo sé, pero pocos logran tener una cita frente a frente y la quiero aquí creando el mejor muñeco terapéutico para mi empresa.
Sorbo mi taza de café con mucha azúcar, debo relajarme o me dará un infarto. Mi corazón lleva semanas comportándose de la patada, pero hoy…, está peor y no se por que. Pido también una porción de pastel de chocolate doble para calmar la ansiedad que me ataca sin motivó y masajeo mi pecho.
Cuando el mesero lo deja en la mesa, escucho un susurro, por el rabillo del ojo miro disimuladamente a unas pequeñas de cabellos negros y largos, llevan lazos en su coronilla y me hacen recordar a quien un día decidí no buscar nunca mas. La deje ir, la deje escapar, sí yo me fuí primero, pero años después ella desapareció sin dejar rastros. Deje toda mi energía en encontrarla, sus padres juraban no saber de su paradero y sus amigas, pero se que algunas mentían y sobre todo Abril.
—Mira se ve rico… —dice una de las niñas y señala el pastel —, muy rico, baja, vamos.
<<Son idénticas... ¡Dios sus ojos, son grises…, grises exactamente como los míos!
Aunque es algo normal, cualquiera podría tenerlos>> — repetía en mi cabeza, pero se que no es común.
La más aventada me mira directo, sin miedo, como si el mundo fuera suyo y la otra se esconde detrás de ella, aferrada a su vestido con los deditos temblorosos y casi no me mira a los ojos.
<<Son preciosas…>>
—No deberías acercarte —digo en un gruñido intentando sonar firme, pero no lo logró.
No me gustan los niños, me hacen recordar mi infancia solo entres paredes de una clínica.
—¿Por qué? —pregunta la única que se atreve hablar alzando una ceja igual que yo cuando era niño—, ¿el señor estirado se va enojar?
Me muerdo el interior de la mejilla para no reír.
¡Mocosa!
—”El señor estirado” sí se enojara mucho y esto— señaló la porción de pastel —, le costó dinero.
Ella frunce los labios.
Editado: 19.12.2025