Corazón Pequeño, Amor Grande

2. El deseó de vivir, aún no la tengo.

Luna.

Sentía que corría sobre un laberinto, sin salida. Estaba desesperada y el corazón se me estaba haciendo chiquito; dolía, hasta en mi sueño… de lejos, podía varias sombras, quería atraparlas entre mis manos y apapacharlas, pero no sabía qué eran, así que me acerqué aún más.

Era un ramo de rosas, al otro extremo tulipanes. Los solté de mis manos y el aroma me invadió, pero luego… mucha sangre. Los tulipanes se convirtieron en sangre. Quise gritar y retrocedía, pero la sangre me seguía, manchándome todos los pies. Quise levantarme, pero a lo lejos escuché mi nombre:

—Zai… Despierta, Zai…

Todavía había una persona que me llamaba de esa manera. Sentí mi rostro ardiendo y luego su cercanía. Abrí los ojos con dificultad.

—Ya estoy aquí.

Era Bruno. Me abrazó con fuerza y me dio un beso en los labios. Me alejé porque me sentía aturdida.

—Estás empapada, tenías una pesadilla.

—No… no es nada.

—Dime la verdad, ¿nuevamente tuviste esa pesadilla?

Solté un suspiro y me levanté de la cama, pero nuevamente ese maldito mareo… pensé que caería, pero mi esposo me sujetó de la cintura, me elevó en sus brazos y me puso sobre la cama otra vez.

—Necesito cepillarme.

—Tranquila, aún es de noche.

—¿Es de noche?

—Sí. Supe por Dinora que habías quedado dormida muy temprano. Son las once de la noche.

—Pensé que no llegarías que tenía mucho trabajo. No quise molestarte— lo dije con sinceridad, porque de algo sí estaba segura: yo no molestaba mucho a Bruno. No desde aquella vez.

—No digas tonterías. Vine para estar con mi esposa, así que bueno… vamos a dormir.

No dije nada. Él se recostó, quitándose la ropa, y luego me apapachó en sus brazos. Para qué, si siempre ganaba. Sentí sus besos en mi mejilla, pero hasta ahí, nada más. Frío, calculador, como si estar conmigo fuera una obligación y no una decisión.

—Cuando vuelvas a sentirte mal, por favor no dudes en avisarme.

Lo escuché decir. Sentí que me estaba durmiendo, pero cuando dijo eso, levanté la mirada y lo vi.

—¿Por qué tendría que decirte algo que pasa? Estoy bien… no estoy muerta.

Soltó un suspiro y sonrió de lado. Sabía que lo hacía porque estaba irritado, era siempre así.

—A veces me gustaría entenderte y que me entendieras a mí, pero se nota que nunca podremos llevarnos bien, ¿verdad?

Solo asentí, moviendo la cabeza. Esperé a ver si se levantaba de la cama, sin embargo, solo nos arropó y me atrajo a su cálido pecho. Cálido por fuera… pero en su interior guardaba un corazón frío como el hielo. No tanto como el mío, porque el mío era peor.

—La próxima vez que te sientas mal, no dudes en llamarme. Soy tu esposo, ¿okay? Nos casamos, hicimos un juramento en el altar, así que estoy en las buenas y en las malas. No quiero que tu padre vuelva a llamarme y hablarme de esa manera, y tampoco quiero verte estresada, ¿entendido, Luna?

Levanté nuevamente la cabeza y lo miré.

—Si se me ocurre, te voy a llamar —le dije, desafiándolo.

Él bajó la cabeza, pero luego acercó sus labios a los míos y me dio un beso. Yo giré el rostro para que me besara en la cara, pero me sujetó con un poco de fuerza, atrayéndome a él y besándome los labios, a como él quería, cuando quería que aceptara lo que decía. No hice nada más. Solo nos quedamos ahí, en silencio, como ya era costumbre.

***

Ordené los libros que habían leído los invitados y algunos alumnos de la universidad cercana. Cuando todos se retiraron, dejé todo en su lugar.

—Luna, supe por medio de tu madre lo que te sucedió. Creo que te estás exponiendo demasiado —me habló Lucía.

No le hice caso. No tenía tiempo para detenerme en esas absurdidades.

—Sabes muy bien, Lucía, que amo esto. No necesito reposar, estoy bien aquí. Amo este lugar y no pienso abandonarlo mientras siga caminando.

Lucía rodó los ojos, me quitó los libros de las manos y empezó a ordenarlos ella misma.

—Estás tan terca… te pareces a mi abuela. Nunca hacía caso.

—Pero vivió muchos años —le dije.

Ella alzó las cejas.

—Sí, tienes razón. Sin embargo, no quiero que nada malo te pase. ¿Y por qué tu esposo te dejó venir?

Me encogí de hombros sin darle importancia.

—No entiendo a Bruno… —volvió con el mismo tema.

Estaba harta de hablar de él.

—Y dime, Lucía, ¿cómo está todo para la visita al orfanato?

—Todo listo, será este fin de semana.

—Ya quiero que sea sábado.

—¿Por qué? —me preguntó.

—Porque yo también iré.

Lucía me miró sorprendida.

—¿Cómo? ¿Vas a ir?

—Sí. No quiero ser un fantasma. Quiero que las hermanas de la iglesia sepan… bueno, tampoco así, ¿verdad? Pero deseo que me vean, jugar con los niños, con las muchachitas que están por salir. Qué bonito sería.

—No te puedes agitar, por favor, entiende —me recordó con tono cansado.

Me encogí de hombros y solo la miré.

En ese momento, sonó mi teléfono. Miré la llamada: Bruno.

—¿Que pasa, es tu amado? — preguntó Lucía al notar mi expresión.

Contesté sin animos.

—Hola.

—Cariño. ¿Estás en casa?

Abri los ojos sorprendida.

—¿Por qué me lo preguntas?

—Si no estás ocupada… —escuché un suspiro de su parte—. Iré por ti.

—¿Por mí? ¿Para qué?

—Para que vayamos a ver a mi madre.

—¿A tu madre? Pero si siempre está ocupada…

—Vamos a ir a almorzar. Paso por ti en media hora. Estate lista. Ah, y no olvides tu abrigo, que volveremos en la noche.

Colgué y quedé mirando a Lucía.

—Debo irme. Te dejo todo listo. Por favor, cuando termines, manda temprano a Yanexia y a las demás.

—No entiendo… —me dijo.

—A la librería. Si Bruno se da cuenta, habrá pleito con mi padre. Mi padre no debe saber que he venido a la librería, ni mucho menos Bruno, así que mejor no lo comentes a nadie.

Me subí al coche y arranqué rápido. Por suerte mi casa quedaba a unas cuadras. Al llegar, le tiré las llaves al chofer.



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En el texto hay: milagros de vida, segundas opotunidades, madreehijo

Editado: 25.09.2025

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