Corazón Pequeño, Amor Grande

8. Firma.

Luna.

Lo quedé mirando fijamente. Él, sorprendido, se acercó a mí, pero luego se detuvo, como si no supiera qué decir.

—¿De verdad crees que te voy a dar el divorcio por una estupidez como esa? —preguntó con dureza.

—No es ninguna estupidez —respondí sin temblar—. Si no aceptas, tendré que divorciarme para adoptar sola al niño. No te estoy pidiendo que seas su padre, solo que firmes. Pero si no lo haces, no podré continuar con el proceso, porque estoy casada… y ambas partes deben aceptar. Así qué, lo mejor es separarnos para criar solo al pequeño que yo ya decidí adoptar.

Él frunció el ceño, confundido y molesto.

—No sé qué te está pasando, pero creo que no debiste ir a ese lugar.

—Pues lo lamento, pero ya fui —contesté, cruzando los brazos—. Y si no quieres, está bien. No te estoy obligando.

Molesto, me arrebató el folder que tenía en las manos y lo abrió bruscamente. Lo observó en silencio unos segundos, hasta que pronunció algo que me dolió en lo más profundo.

—¿Tiene síndrome de Down? — expreso con un tono seco, casi frío.

Sus palabras me desgarraron.

—¿Y qué tiene de malo? —repliqué con la voz quebrada—. ¿Qué tiene de malo que el niño tenga síndrome de Down? Es un ser humano, un niño que necesita amor de una madre y quiza de un padre.

—Luna, esto es una locura. Esos niños necesitan mucha atención. Tú no tienes mucha fuerza. A veces estás bien, otras no. Estás enferma…

—¡Lo sé! —lo interrumpí gritando—. ¡Pero eso no me impide amar! Yo quiero un niño, y no me importa si tiene o no un síndrome. Es un niño, igual que todos los demás. ¡Entendiste!

—No...por qué tu eres la que no entiende lo delicado que es cuidar un niño con esas condiciones.

Me quedé mirándolo con rabia y tristeza.

—¿Qué hubiera pasado si yo hubiera tenido un hijo con ese síndrome? ¿Lo habrías rechazado también?

Él bajó la mirada.

—Eso no es el caso…

—¡Pues para mí sí lo es! —le grité, sintiendo cómo mis ojos se llenaban de lágrimas—. Si no quieres aceptar, entonces dame el maldito divorcio. Yo sí voy a adoptar a ese pequeño y punto.

Me levanté bruscamente, pero un mareo me golpeó de pronto. Todo me dio vueltas, y tuve que sostenerme de la mesa.

—¡Luna! —gritó Bruno corriendo hacia mí. Me levantó en sus brazos y me llevó hasta la cama.

—¡Suéltame! —le grité entre sollozos—. ¡No quiero que me toques! Un hombre como tú, que en vez de apoyar…

—Por favor, no te alteres —me interrumpió con preocupación.

Pero ya no podía detenerlo. Empecé a temblar, y las malditas lágrimas volvieron a caer una tras otra.

—Sé muy bien que soy débil, Bruno… lo sé —murmuré entrecortadamente—, pero ya tomé mi decisión.

Él se sentó a mi lado, suspirando, y me acarició la espalda.

—Tienes que pensarlo bien, Luna. No estás en condiciones de…

—¡Ya lo pensé! —dije interrumpiéndolo de nuevo—. Y no quiero pensar más. Mi decisión está tomada. Si tengo que hacerlo sola, lo haré. Pero no voy a dejar pasar esta oportunidad.

—No estás bien —susurró, bajando la voz—. No quiero verte mal, sin embargo estas provocando sentirte mal por si, sola.

—¿Eso es lo que deseas? ¿Verme mal? Pues lo estás logrando —le solté con impotencia.

Bruno me abrazó con fuerza, cerrando los ojos.

—Esto es demasiado difícil… —dijo casi en un suspiro—. No entiendes que todavía no estoy preparado. Me tomaste desprevenido, Luna.

—Deberías solo aceptar y darme el gusto. El pequeño será cuidado por mi, de todos modos, buscaré una niñera.

—Yo sé muy bien cuál es tu deseo —contestó en un murmuró —. Pero las cosas apresuradas nunca funcionan bien.

—Pues ya dije lo que tenía que decir. Si no aceptas, entonces buscaré la manera de divorciarme de ti. —Me levanté despacio, limpiando mis lágrimas.— Y así me daré cuenta de que nunca me amaste como decías… Ahora lo entiendo todo. Nos casamos solo por conveniencia.

—No digas eso, por favor —murmuró él, acercándose—. No es cierto.

—Sí lo es —respondí con la voz apagada.

Solté un suspiro largo y cerré los ojos. No quise seguir discutiendo. Ya había tomado una decisión. Sí o sí, iba a adoptar a ese pequeño. Con o sin él.

Aunque me doliera, sabía que era lo correcto.

***

Por la mañana, ya estaba diferente con Bruno. Este día no podía ser peor. Él ni siquiera decidió irse al trabajo segun tenia el dia libre y queria estar conmigo, además, su teléfono no paraba de sonar, ya me tenia harta. Pensé en la posibilidad de contestar y decirle a su supuesta amiga que deje de llamar a mi esposa, ya no sabia que pensar de esos dos, o eran amantes o ella era la hostigosa.

Cuando veo que nuevamente lo llama instante, respondi sin decir nada.

—Bruno, te he llamado mas cientos de veces, se que estas ocupado cuidando a la tu delicada esposa. Por lo menos podrías contestar los mensajes. Los trámites para el proyecto necesitan tu firma urgente.
¡Hola, Bruno!

—Mi esposo esta ocupado — espeté ya aburrida.

—Oh, entiendo. ¿Podría hablar con él? —preguntó Catalina.

—No, porque esta en el baño —contesté rápidamente—. Y tengo entendido que es su dia libre, asi que por favor, no lo llames hoy.

—Es importante, así que notificaselo.

Solté un bufido y colgué la llamada.

Volvió a llamar, pero bloqueé la llamada de inmediato. Eliminé todos los mensajes y la bloqueé su WhatsApp también.

—Lo siento, Catalina, mi esposo no está disponible —murmuré para mí, intentando calmar mi nerviosismo.

Terminé de prepararme y, sorpresivamente, vi que los documentos estaban firmados. La alegría me llenó por dentro. Decidí agradecerle por lo qué, me quitó la ropa, rápidamente entré al baño y él se asustó al verme.

—¿Puedo acompañarte? —le pregunté con coquetería.

Me miró de arriba abajo, y de repente me jaló de la cintura atrayendome hacia él.

—¿Así que firmaste? —dije, mientras acariciaba su brazo. Beso mis labios con ternura y me dejé llevar.




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