Corazón Pequeño, Amor Grande

9. El deseo de Zai.

Bruno

Ya nos encontrábamos en el orfanatorio, un edificio antiguo ubicado a casi dos horas de la ciudad. Mientras esperábamos a la Herman Lourdes para que apareciera, los de la organización no dejaban de observarnos con atención, como si midieran cada uno de nuestros gestos. Adoptar a un niño con esas condiciones era demasiado delicado, así que debía tener en cuanta actuar emocionado.

A mi lado estaba mi esposa. Y verla así, con esa sonrisa ligera dibujada en el rostro, fue como ver un rayo de sol colarse entre la tormenta. Hacía tanto tiempo que no la veía sonreír de esa forma. Desde aquel accidente que cambió nuestras vidas para siempre, ella apenas reía. Su mundo se había llenado de lágrimas, de encierros prolongados, de silencios que dolían más que cualquier palabra, mas su enfermedad sumada era lo peor. En ese tiempo su mirada se volvió opaca, y junto a ella también se apagó un pedazo de mí.

Nunca pensé que llegaría a este punto. No sé si llamarlo locura o simplemente miedo. Estoy a punto de aceptar algo que no nació de mi corazón, algo que no planeé, que no deseé… y no sé cómo saldrá todo esto. No lo acepto internamente, aunque no lo diga en voz alta. Pero lo hago por ella. Porque sé que Luna es capaz de dejarme si no cedo, ya me lo ha dicho con esa frialdad que antes no existía en ella. Y yo no puedo soportar la idea de perderla definitivamente deseo cumplir su deseo de ser madre a dejarla.

Desde aquel accidente, nuestros corazones ya no laten igual. Ya no somos los mismos que cuando nos conocimos. Aquella ilusión que teníamos al inicio se ha transformado en un peso silencioso. Ahora todo es distinto. Lo único que me queda es aceptar esta idea que se ha metido en su cabeza. Adoptar a un niño. Y no cualquier niño… sino uno que necesita atención especial, porque tiene síndrome de Down.

Sé lo que eso significa. Sé que estos pequeños son delicados, que se enferman con facilidad, que necesitan más cuidados, más paciencia, más amor. Y aunque Zai insiste en que está lista, yo no estoy seguro de que ella esté en condiciones para algo así. Pero prefiero adoptarlo que perderla a ella. Porque, aunque ya no es la misma mujer que conocí, sigo amándola con cada rincón de mi alma.

Recuerdo cuando reía a carcajadas, cuando salíamos tomados de la mano sin importar el destino. Cuando los viajes eran aventuras y un simple helado compartido bastaba para sentirnos felices. Ella me acompañaba a mi trabajo, me hablaba de sueños, de hijos, de un futuro que ahora parece tan distante y tan ajeno.

Hoy esa mi esposa ya no está. En su lugar, hay una mujer rota que busca aferrarse a algo que le devuelva la esperanza. Y si ese algo es un niño, aunque no haya salido de nosotros, entonces lo aceptaré.

A veces es mejor ocultar los sentimientos más profundos que dejarlos salir y arriesgarse a ser herido otra vez. Porque las palabras que me dijo aquella vez… fueron como cuchillos. Me dejaron marcas que aún sangran por dentro. Pero si esta decisión la hace sonreír otra vez, aunque sea un poco entonces sí lo haré, he cumplido uno de sus lista de deseos.

Dejó mis cavilaciones cuándo aparece la hermana Lourdes. Ella nos saludo a Lunazai y a mi para luego dirigirse a los de la organización. Empezo a explicar la condición del niño llamado Samuel, que ahora sera nuestro hijo, él necesita cuidados especiales, que seguiría siendo siempre un niño con una inocencia que no se vería cincelada por el tiempo como en otros niños.

— Aun cuando crezca, Samuel será siempre especial — Expreso dirigiendo la mirada hacía nosotros.

Esas palabras me atravesaron. Ya que no se si podré ser un buen padre para un niño así.

Luna, sin dudarlo, se inclinó hacia los papeles y firmó. La vi hacerlo con una determinación que a mí me faltaba. Su firma fue clara, segura; fue la confirmación de un deseo que llevaba años latiendo en ella. Ser madre.

Cuando la mujer de la organización me miró, su pregunta me clavó en el pecho.

—Señor, ¿está usted decidido a cumplir con todo lo que la ley estipula?— Fue un momento de vértigo. Todas las certezas que había ido acumulando en la vida se me desmontaron en segundos, el miedo a no saber hacerlo bien, la vergüenza de creerme insuficiente. Respiré hondo; no quería fallarle a Luna, ni a ese niño que todavía no conocía.

—Sí —respondí con la voz quebrada—. Samuel estará en mis manos. No soy su padre biológico, pero seré su padre adoptivo. Tendrá nuestro cariño.—Asegure sin embargo espero poder darle ese cariño.

Al firmar, el papel dejó salir un suspiro. Las hermanas se acercaron, nos tomaron de las manos, nos dieron abrazos cálidos. Luna me besó la mejilla y para luego mirarme con alegría.

—Gracias por este hermoso regalo.

—Fue tu deseo cariño. — logre decirle en un susurro.

Nos condujeron por un pasillo largo. Había pequeñas aulas algunos niños recibiendo clases y en otras aulas algunos pequeños siendo cuidados. Observé todo con un nudo en la garganta, y con la pregunta del ¿Cómo alguien puede abandonar a su hijo? Y al mismo tiempo, recordé las noches en las que Luna y yo habíamos soñado con este momento, las mismas noches en que ambos nos mirábamos con una mezcla de anhelo

Cuando abrimos la puerta de la sala donde estaba el niño. Observé a varios niños y un pequeño rubio alejado de los demas. En ese momento Lunazai al ver al niño se acercó y el pequeño la llamo.

—¡Mamá!— Mi esposa se agachó, lo abrazó con fuerza y él se hundió en ese abrazo como si hubiera esperado toda la vida por ese abrazo. Y yo me quedé ahí, inmóvil, observando esa escena

El niño era rubio, con unos ojos azules ligeramente achinaditos que reflejaban una curiosidad infinita. Tenía unos dientecitos que asomaban tímidos y una expresión de total entrega cuando me miró.

—Te presento tu nuevo papá— le dijo mi esposa con la sinceridad de ella, ya que aún la mia no estaba. No tenia certeza de quien otorga un lugar sin condiciones. Me agaché a su altura, intentando modular mi voz para que no temblara.




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