Corazón Tallado

CAPÍTULO 1 — EL MAPA DEL DESIERTO

El viento del desierto rugía como si quisiera borrar cada huella que dejaba atrás.

Kaela Beaumont corrió entre las rocas, apretando contra su pecho un paquete de cuero desgastado que valía más que su propia vida. El sol caía sin piedad y el aire olía a pólvora. No sabía cuánto tiempo llevaba huyendo, solo que sus piernas se movían por instinto… y por terror.

Detrás de ella, los gritos retumbaban:

—¡Atrápenla! ¡La quiere viva!

Kaela se forzó a no mirar atrás. Sabía quién había enviado esa orden. Sabía de quién huía.

Silas Crowe.

El hombre cuya sombra podía caer sobre un pueblo entero y apagarlo en silencio.

Un disparo le rozó el brazo, arrancándole un grito que se perdió con el viento. Cayó de rodillas, respirando polvo, pero no soltó el paquete. Nunca. Ese mapa era lo único que quedaba de su padre… y lo único que Silas no podía tener.

Se levantó como pudo y siguió corriendo hasta que la tierra cedió bajo sus botas.

Un pequeño desfiladero.

No había paso. No había escape.

—Perfecto… —murmuró con la respiración entrecortada—. De todas las direcciones posibles, tenía que perderme en esta.

Su corazón golpeaba contra las costillas cuando escuchó pasos acercarse. Tres hombres bajaron por la colina, armados, sudorosos, con la mirada de quienes ya se creen vencedores.

—Se acabó, muchacha —dijo el que iba al frente—. Entréganos el mapa y te dejaremos con vida.

Kaela apretó los dientes. Sus manos temblaban, pero su mirada no. Sabía que era mentira.

Silas nunca dejaba testigos.

—Tendrán que arrancármelo —dijo, levantando la barbilla con una valentía que no sabía si era real o consecuencia del miedo.

Los hombres se carcajearon.

Uno se adelantó, levantando el revólver para golpearla con la culata.

Y entonces ocurrió.

Un caballo descendió por la colina a toda velocidad, levantando una nube de polvo.

El jinete no dijo palabra.

Disparó una sola vez.

El hombre que iba a golpearla cayó de espaldas como un muñeco de trapo.

El silencio que siguió fue brutal.

Kaela levantó la mirada.

El vaquero desmontó con la precisión de alguien que ha hecho esto toda su vida. Alto, marcado por cicatrices, mirada fría. El tipo de hombre que no busca problemas pero los resuelve cuando llegan.

—Levántate —dijo él sin girar a verla, mientras apuntaba a los otros dos atacantes—. Si quieres vivir.

Kaela sintió un escalofrío. No por él, sino por cómo los otros hombres reaccionaron al verlo.

—Colt Maddox… —susurró uno, retrocediendo—. No puede ser…

Colt no necesitó responder. Disparó dos veces. Dos cuerpos cayeron al polvo.

Y el desierto quedó quieto otra vez.

Kaela apenas respiraba cuando Colt se volvió hacia ella.

Su voz fue tan seca como la tierra bajo sus botas.

—¿Vas a quedarte ahí tirada?

Ella se obligó a ponerse de pie, sosteniendo el paquete con ambas manos.

Colt la observó un segundo. Solo uno. Pero bastó para notar algo:

Tenía miedo… y también una fuerza que no se veía a simple vista.

—¿Quién te persigue? —preguntó él.

Kaela tragó saliva.

—Alguien que no debería tener este mapa.

Colt chasqueó la lengua.

—Perfecto. Más problemas.

Ella frunció el ceño.

—¿Quién eres tú?

—El tipo que acaba de salvarte —respondió él, guardando su arma—. Y el tipo que piensa que no fue buena idea.

Kaela apretó el paquete contra su pecho.

Colt la miró, midiendo cada gesto.

—Si esos hombres te querían viva —dijo, ajustándose el sombrero— entonces no podemos quedarnos aquí. Vienen más.

Kaela sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

El día recién comenzaba…

y su destino acababa de cambiar para siempre




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