La lluvia caía sobre el pueblo de Valdeamor en finas cortinas, empapando las calles empedradas y creando pequeños ríos que fluían entre las grietas del pavimento. Sebastián caminaba con la cabeza baja, el agua goteando de su cabello oscuro y mojando su abrigo. El cielo gris reflejaba su estado de ánimo, sombrío y cargado de una soledad que llevaba cargando desde que la bestia dentro de él había despertado por primera vez.
Mientras avanzaba hacia el bosque, donde solía refugiarse, no podía evitar sentir que algo estaba a punto de cambiar. Lo había sentido durante días, una inquietud que le revolvía las entrañas y agitaba la bestia que dormía en su interior.
De repente, escuchó una voz.
Clara: “¡Oye! ¡Espera!”
Sebastián levantó la cabeza, sorprendido. No estaba acostumbrado a que nadie le hablara. Casi nadie se atrevía a acercarse a él, y prefería que fuera así. Cuando giró, vio a una joven corriendo bajo la lluvia, con una sonrisa amplia a pesar de estar completamente empapada.
Clara: “¡Te vi caminando hacia el bosque! ¿Eres de aquí?” —dijo, respirando agitada, mientras sacudía las gotas de lluvia de su abrigo.
Sebastián la miró, sin saber muy bien qué decir. Su primera reacción fue dar un paso atrás. No quería que nadie se le acercara. Especialmente no alguien que irradiaba tanta vida.
Sebastián: “Sí... soy de aquí. Pero no suelo... no suelo quedarme en el pueblo.” —respondió, su voz baja y cautelosa.
Clara: “¡Oh! Yo soy Clara, por cierto. Trabajo en la floristería de mi tía. Recién llegué al pueblo hace un par de semanas, así que aún me pierdo un poco.” —dijo, riendo suavemente mientras le extendía la mano.
Sebastián la miró por un momento, dudando si estrechar su mano o no. Finalmente, cedió y la tomó por un segundo, pero retiró la suya rápidamente.
Sebastián: “Sebastián.” —murmuró, sin mirarla a los ojos.
Clara: “¡Es un gusto conocerte, Sebastián!” —exclamó Clara, su entusiasmo no se veía afectado por la reserva de él—. “Me encanta este lugar, ¿y a ti? El bosque, las colinas... Todo es tan hermoso.”
Sebastián asintió con la cabeza, pero no respondió de inmediato. Sus ojos oscuros se dirigieron hacia el bosque, su refugio, el único lugar donde podía ser él mismo, aunque fuera bajo la sombra de su maldición.
Clara: “¿Te gusta el bosque?” —preguntó Clara, inclinando la cabeza con curiosidad.
Sebastián dudó un momento antes de hablar.
Sebastián: “Es tranquilo... Me gusta la tranquilidad.”
Clara sonrió y se sacudió una gota de lluvia de la nariz.
Clara: “A mí también. La ciudad siempre está tan llena de ruido. Aquí es como si el tiempo se detuviera. Como si todo... fuera más simple, ¿no crees?”
Sebastián no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, algo que no había hecho en mucho tiempo.
Sebastián: “Sí, puede ser...”
Clara lo observó por un momento, sintiendo que había algo más detrás de sus palabras. Algo que no estaba diciendo.
Clara: “Pareces... distante. ¿Puedo preguntarte por qué te alejas tanto del pueblo?”
Sebastián se tensó de inmediato. No quería hablar de eso. No con ella. No con nadie.
Sebastián: “Es mejor así.”
Clara frunció el ceño, pero no presionó. En lugar de eso, cambió de tema, hablando de las flores que había visto ese día y de cómo algunas de ellas le recordaban a su infancia.
Clara: “Las flores son tan delicadas. Pueden florecer en los lugares más inesperados. A veces me siento un poco como ellas, fuera de lugar, pero... aún así encuentro belleza en lo que me rodea.” —dijo, mientras seguía caminando junto a él.
Sebastián la miró de reojo. No entendía cómo alguien podía ser tan abierta con un completo desconocido. ¿No temía lo que él pudiera ser?
Después de caminar en silencio durante unos minutos, Clara lo miró de nuevo.
Clara: “¿Y tú? ¿Qué haces cuando no estás en el pueblo?”
Sebastián tragó saliva, incómodo con la pregunta.
Sebastián: “Prefiero estar solo.”
Clara lo miró con una mezcla de curiosidad y simpatía.
Clara: “¿Por qué? A veces es agradable tener compañía.”
Sebastián: “No para mí.”
Hubo un silencio incómodo, pero Clara no se dejó desanimar.
Clara: “Bueno, tal vez algún día cambies de opinión.”
Sebastián no respondió. No podía permitirse cambiar de opinión. No podía permitirse la compañía de nadie, y mucho menos de alguien como Clara, que parecía tan llena de vida, tan llena de luz. No quería arrastrarla a su oscuridad.
Finalmente, llegaron a la entrada del bosque. Sebastián se detuvo.
Sebastián: “Debes volver al pueblo. No es seguro aquí, sobre todo con este clima.”
Clara lo miró, divertida.
Clara: “¿No es seguro? Es solo un poco de lluvia, Sebastián. No me voy a derretir.”
Sebastián: “No lo entiendes...” —dijo, sin poder evitar que un tono sombrío se deslizara en su voz—. “Este bosque... tiene secretos.”
Clara: “Todos los lugares tienen sus secretos, ¿no?” —respondió, encogiéndose de hombros—. “Pero a veces esos secretos no son tan malos como parecen.”
Sebastián sintió un nudo en el estómago. Ella no tenía ni idea de lo cerca que estaba de la verdad, pero decidió no responder. En lugar de eso, miró hacia el bosque, esperando que ella captara la indirecta.
Sebastián: “Debes irte, Clara. No quiero que te pierdas en este lugar.”
Clara lo miró con una leve sonrisa y asintió.
Clara: “De acuerdo, iré por ahora. Pero... espero verte de nuevo, Sebastián. Valdeamor es un pueblo pequeño. Estoy segura de que nos encontraremos.” —le lanzó una última sonrisa antes de dar media vuelta y caminar bajo la lluvia, de regreso al pueblo.