72 horas antes
Me desperté antes de que sonara la alarma. No por ansiedad ni nada raro… ya es costumbre. A veces creo que mi cabeza tiene un reloj interno que se activa justo media hora antes de que deba hacerlo.
Me quedé un momento acostado, mirando el techo. Escuché el ruido del tráfico colándose por la ventana y el sonido de una licuadora de algún apartamento vecino. Nada fuera de lo común. Solo otro martes.
Me levanté, me puse unos jeans y una camiseta negra que no estaba tan arrugada. El departamento en que vivo no es nada del otro mundo, pero es mío, y me siento orgulloso de poder pagarlo con mi dinero. Un cuarto, una pequeña cocina y una sala improvisada con un sofá que encontré en una venta de garaje. No me quejo. Solía vivir en peores lugares.
Preparé un café con la cafetera eléctrica que todavía sirve. Mientras se hacía, revisé el celular. Tres mensajes de Michael. Todos de anoche.
"Necesito hablar contigo. Urgente."
"Lin, contesta."
"Es sobre el trabajo."
No me sorprendió para nada. Michael siempre tiene algo entre manos. Y casi siempre implica un gran riesgo.
Tomé el café, abrí la ventana para que entrara un poco de aire y traté de pensar con claridad. Me gradué de la escuela cuando tenia 18. Han pasado varios años y aún no he podido entrar a la universidad porque no tengo cómo pagarla, y tampoco tengo la inteligencia necesaria como para pensar en una pública. Mi última opción es trabajar, pero conseguir un empleo fijo sin experiencia es más difícil de lo que parece.
He tenido la oportunidad de pasar por varios empleos informales. Mesero por unas semanas, ayudante en una tienda de repuestos, repartidor de un restaurante. Nada duradero. Nada suficiente.
Mi amigo Michael ha sido, en cierto modo, un apoyo para mí. Aparece cada vez que estoy por quedarme sin dinero, y me ofrece una salida… poco legal, pero efectiva.
Y ahora tiene otro plan. Uno grande, por lo que intuyo.
Guardé el celular en el bolsillo, me puse una chaqueta y salí.
La calle estaba igual siempre. Ni linda ni peligrosa. Simplemente normal. Gente yendo a su trabajo, carros pasando rápido, vendedores ambulantes montando sus puestos. Uno aprende a pasar desapercibido entre la rutina de otros.
La casa de Michael no estaba lejos. Diez minutos caminando si no hay distracciones. Llegué, toqué dos veces la puerta y esperé. Esta vez, no entré sin avisar como la última vez. Aprendí la lección de aquella bochornosa situación.
Michael abrió la puerta con una sonrisa adormilada y una taza de café humeante en la mano.
—Wow, que sorpresa verte aquí —dijo sarcástico.
—Mejor no empieces —le dije mientras entraba.
Nos sentamos en aquel mueble viejo de su sala. Tenía un par de papeles sobre la mesa auxiliar, planos impresos, marcas hechas a mano. El tipo de cosas que uno no debería tener a simple vista, cualquiera sospecharía.
—Entonces —dije, mirando los papeles sin tocarlos—, ¿qué tan serio es esto?
Michael se inclinó hacia adelante.
—Lo suficiente para que no puedas echarte atrás después de decir que sí.
La duda hizo aparición en mí, el miedo de involucrarme en algo tan serio que podría arriesgar mi vida o libertad era latente.
—Quiero que me expliques con detalle de qué va todo esto.
Michael se recostó en el sofá, estirando los brazos detrás de la cabeza. Parecía cómodo, como si fuera a contarme que tenía entradas para un concierto y no que estaba planeando un robo.
—Escucha bien, porque no lo repetiré —dijo, mirándome fijo—. Vamos a entrar a una sucursal pequeña, no una de esas centrales llenas de seguridad. Es un banco de barrio, tres guardias como máximo, turnos relajados y cámaras viejas.
Yo no dije nada. Solo asentí para que siguiera.
—El día elegido es el viernes. Última hora de la mañana. ¿Por qué? Porque el banco recibe una entrega de efectivo justo antes del almuerzo, lo vi con mis propios ojos. Y según lo que nos pasó John, el camión llega a las 11:20, en ese momento hay más dinero en la bóveda que en todo el resto del día.
Se agachó para tomar un papel de la mesa. Un plano impreso del banco, con círculos en rojo y números anotados a mano.
—Entramos por la puerta principal. Si aceptas, tú y yo nos encargamos de los guardias y de la gente, con armas falsas pero realistas. Las de fogueo que conseguimos. Solo hay que intimidar, no disparar. Fer y Esteban van directo a las cajas, mientras John baja al supuesto sótano en el que asegura que hay una bóveda con más dinero.
—¿Qué? a qué te refieres con supuesto sótano.
—A que no aparece en los planos del banco, ni en los registros públicos. John dice que es información de un contacto suyo, alguien que trabajó allí hace años. Al parecer, es una bóveda privada, nadie sabe que guardan ahí pero aun así no quiero arriesgarme — hizo una pausa— Preferiría que nosotros cuatro nos enfoquemos en lo fácil y seguro. John puede hacer lo que quiera con su bóveda.
—¿Y si resulta ser cierto? —solté sin pensarlo demasiado.
Michael me miró con seriedad, esa que solo usaba cuando de verdad quería que lo escuchara.
—Y si lo es, no cambia nada. No sabemos qué hay ahí ni cuánto se tarda en abrirla. Podría ser una trampa, un invento, o simplemente estar vacía. No pienso tirar todo el plan por una corazonada.
—Si alguien construyó una bóveda secreta, es por algo. Algo que vale guardar.
—O algo que vale ocultar — me cortó él— No somos profesionales, Lin. Vamos por el dinero fácil y nos vamos. Nada más.
No dije nada, pero dentro de mí la duda ya estaba haciendo ruido. Si pudiéramos conseguir más dinero, podría ayudar a mi madre, pagar mi universidad o incluso conseguir un mejor departamento.
—Está bien —dije finalmente— Sigue contándome el plan.
Michael me miró con desconfianza, pero siguió narrando su plan
—Tenemos tres minutos exactos. El sistema de alarma tiene una conexión directa con la policía. Si alguien presiona el botón de pánico, tendremos máximo ciento ochenta segundos antes de que aparezca una patrulla. A veces cinco minutos, pero no podemos arriesgarnos a contarlo.