CORAZONES DE HIELO
CAPITULO 1
La nieve que caía en Denver era en verdad inesperada. Si existía una ciencia en la que Giannis Sullivan no confiaba era en la meteorología. Había viajado desde New York en vano y ahora lo sorprendía el mal tiempo que le impedía regresar a casa.
Los negocios de bienes raíces estaban en su mejor momento. Sin embargo, la compra del mismo hotel donde se estuvo quedando quedó truncada. Si deseaba revender a buena ganancia, necesitaba que el número de venta se redujera unos cuantos ceros. No lo logró pese a ser un lobo de afiladas fauces en esos menesteres. No en balde su abuelo, luego su padre y ahora él, había construido el imperio Sullivan’s. No se daría por vencido con esa compra. La localización era excelente aunque el hotel estaba algo decadente. Solo la construcción de un buen centro comercial podría salvarlo. Por eso necesitaba la reducción en el precio. Por eso, además, dejaría el asunto descansar y volvería a intentarlo más adelante. No le importaba tener que esperar. De hecho, Giannis Sullivan es de los que piensan que todo lo que vale la pena, se trabaja despacio.
Pero la fuerte ventisca presagiaba un aplazo de su vuelo de regreso a New York. Revisó el estado de su número de vuelo en el móvil y “Retrasado” era la palabra que sobresalía en la pantalla. Media hora más tarde, volvió a revisar y se encontró con “Cancelado.” Cuando volteó la vista al área de alquiler de automóviles encontró un aviso de “Cerrado.”
“¡Maldición! Debo irme de aquí y esta nieve que no deja de caer…Tendré que quedarme en Aspen. Encontrar un taxi que me lleve será igualmente difícil. Vaya suerte la mía…—murmuró con los dientes apretados por el inesperado cambio de planes.
Quedarse en Aspen era lo que para otra persona significaría una estupenda vacación. La ciudad es famosa por sus montañas blancas y grandes parques para esquiar. Cada año, miles de turistas –expertos y principiantes- llegaban para practicar el deporte. No era un destino turístico barato, quedarse en sus hoteles podía costar el salario de meses de un empleado regular. Pero para Giannis Sullivan, era su segundo hogar.
Para ella, Helena Harris, el nombre de Giannis Sullivan no le era desconocido. De hecho, lo reconoció al instante. Había visto su foto en varias partes de la casa que cuidaba su tía Theresa, en diarios, en la sección de empresas y negocios. Recientemente, su nombre encabezó la lista de los hombres más exitosos del año. Más que eso, era el jefe de su tía Theresa, con quien planeaba quedarse a vivir por los siguientes meses.
Era la primera vez que lo veía en persona. Le llamaron la atención sus ojos azules enmarcados en espesas pestañas. Las fotos no le hacían justicia al cielo de su mirada. Su rostro, aunque descompuesto por el mal rato, no ocultaba sus facciones varoniles y atractivas. Con la mandíbula cuadrada y un cabello castaño claro, entendía a perfección porque su fama con las mujeres.
Para Giannis, ella era una perfecta desconocida. Joven y guapa, sin duda. Pero lo que más llamaba su atención era verla vestida completamente de negro. Desde el gorro de lana en su cabeza hasta sus botas de tacón.
Se encontraban en el vestíbulo del hotel esperando sus respectivos taxis que habían pedido a través de la recepción del hotel. Aunque se miraron furtivamente ninguno le prestó demasiada atención al otro con los ojos fijos al exterior en espera del ansiado taxi que los sacaría de allí para llevarlos a Aspen, un viaje largo desde Denver que sería todavía más atropellado debido a la nevisca.
Ambos se pusieron de pie al ver el taxi llegar. Tomaron su equipaje y salieron afuera ajustándose el abrigo. El frio y los pequeños copos nieve les abofetearon la cara al salir de la tibieza del vestíbulo. Apresuraron sus pasos deseando entrar con la mayor rapidez al auto que los llevaría a su destino.
El taxista no tenía tiempo para perder. Su expresión era de apuro. Bajo aquellas condiciones de frio y nieve ni siquiera se molestó en ayudarles con el equipaje arriesgando así su propina. Ese sería el último viaje que haría aquel día. No trabajaría más hasta que pasara la nevisca. Era un largo tramo, hubiera preferido largarse a su casa y descansar pero el dinero de este viaje era demasiado tentador como para dejarlo pasar.
La mano de Helena tropezó con la Giannis en la manija de la portezuela.
—Disculpe señorita, pero este es mi taxi…—dijo él con gesto contrariado.
Ella negó enfática con la cabeza.
—No, señor. Pedí este taxi en la recepción del hotel. Es mío y…perdone que no pueda cederlo pero me urge llegar a Aspen.
—Lo del mal tiempo no tiene que decirlo, ya lo puedo ver —carraspeó intranquilo —pero para serle franco, es usted quien se ha equivocado de taxi y no puedo cederlo porque a mí también me urge llegar a Aspen.
El taxista bajó el cristal irritado y asomó la cabeza para intervenir.
— ¿Se pondrán de acuerdo los tortolitos? El tiempo va a empeorar, decídanse o me iré…—amenazó con fastidio.
Helena y Giannis se miraron, cada uno pensando en lo absurdo que el taxista los hubiera confundido por una pareja pero en especial en cómo hacer para salirse con la suya. Al final, Giannis cedió.
—Ante todo soy un caballero…vaya usted. Ya buscaré quien me lleve…—lucía contrariado pero en paz con su decisión.
—Muchas gracias —respondió Helena y se acomodó en el asiento trasero sin pérdida de tiempo. Sacudió la nieve de su abrigo y colocó su pequeña maleta a un lado.
El auto emprendió la marcha y el taxímetro comenzó a correr. Los remordimientos a Helena no le tardaron en llegar. ¿Cómo estar tranquila sabiendo que pronto llegará a su destino cuando dejó atrás a una persona que igualmente ansiaba regresar a casa? Peor aún, sabiendo que es el jefe de su tía Theresa.
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Editado: 30.01.2025