CAPITULO 13
Cuando Allen salió de su oficina, Helena quedó desconcertada. ¿De qué bragas hablaba? Esa maldita costumbre de Allen de nunca hablar claro la molestaba. Pero rehusó indagar temiendo la respuesta. Su mente, sin embargo, la remontó a un año atrás, cuando tal vez por las prisas, dejó atrás alguna pieza. Pero, ¿Giannis oliendo sus bragas? ¡Que vergüenza!
Unos leves toques en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Margot asomó la cara por el resquicio y preguntó:
—¿Puedo pasar?
Helena le hizo un gesto de adelante y se sintió aliviada de que no fuera Allen. Cualquiera menos él.
Margot se veía nerviosa.
—¿Todo bien? —preguntó Helena.
—Estoy nerviosa. En unos minutos llega el arquitecto Benetton y…—no pudo terminar la oración.
Helena sonrió. Conocía bien esa sensación de mariposas en el estómago.
—¿Y? ¿Nerviosa por verlo?
Margot se sentó en la butaca frente al escritorio, inclinándose adelante y apoyando la cabeza entre sus manos.
—No lo puedo evitar —soltó entre suspiros.
—Bueno, solo actúa natural y verás como todo fluye…
Margot no parecía tan optimista.
—Es lo que he hecho por el tiempo que lo conozco y nada fluye. El muy maldito no me invita ni a un café —se lamentó —Con esfuerzo si logro que me mire…
La empatía de Helena hacia su nueva amiga era genuina. Conocía bien lo que era amar sin ser correspondido y no pudo menos que comprender.
—Bueno, pero quizás seas tú quien debe tomar la iniciativa… ¿Qué te parece si…no sé…lo invitas tú a ese café? Tal vez eso es todo lo que se necesita para romper el hielo…
—Soy muy tímida para eso…
Helena la mira con suspicacia.
—¿Tímida? No me pareces para nada tímida…
—Pero lo soy cuando se trata de él. Mas que eso, me pongo torpe… ¡hasta el nombre se me olvida!
Helena se echó a reír. Margot le parecía ahora una colegiala entusiasmada con su crush.
Le contó que conoció al arquitecto Benetton casi desde el primer día que comenzó a trabajar en la empresa. Él estaba sumergido en papeles que no lograba descifrar porque todavía no le asignaban una computadora y se le hacía difícil el retroceso al papel. Cuando ella lo vio por primera vez no vio un trabajador, un arquitecto ni un empleado más. Fue como si se le borrara todo el mundo que hasta entonces conocía y comenzaba la vida desde aquel día.
Benetton tenia todo lo que ella siempre pensó como su tipo ideal. Alto, de complexión fuerte, nariz recta, ojos oscuros y penetrantes. Observó su creciente sombra de barba y un hoyuelo sexy en su mentón. ¿Podía ser más perfecto? Margot lo dudaba.
Para su infortunio, Benetton pareció no ver en ella algo más que la chica que lo ayudaría con aquellos papeles. Aunque fue amable y mostraba una expresión sonriente, nunca dio indicios de que ella le atrajera de manera especial. Mas bien, toda su cortesía se basaba en su habilidad para sacarlo del atolladero de papeles.
Le contó que no solo lo ayudó a sortear cada documento, sino que hizo el trámite inmediato para que se le asignara su computadora. Al final del día ya la tenia consigo y le ofreció todo su agradecimiento junto con una sonrisa. ¿Eso fue todo? ¿Ni una pizca de coquetería? ¿Un sexy guiño de ojo? ¿Una invitación a un café, aunque fuera por agradecimiento? ¿Nada? Mira, este es mi número de teléfono… ¿tampoco?
Le quedó claro que el flechazo no fue mutuo, pero en lugar de descorazonarla, su entusiasmo se encendió. El arquitecto Benetton solo trabajaba por temporadas. En ocasiones no lo veía puesto que estaba demasiado ocupado para tomar proyectos adicionales. Pero Margot insistía y esperaba cada oportunidad esperanzada en que volviera, y que, aunque fuera para sacarlo de un problema clerical, él le dirigiera la palabra.
—¿Ves ahora la razón de mi inútil nerviosismo? —le preguntó a Helena quien se había quedado absorta con el relato.
Helena suspiró profundo antes de responder.
—Lo comprendo —asintió convencida —Sé que es difícil amar sin ser amado.
Margot ahora sonríe.
—¿Cómo lo vas a saber? Si ya veo que el jefe anda encantado contigo…—soltó con picardía.
Helena se sonrojó y esquivó su mirada avergonzada.
—¡Vamos! No te pongas así —la animó.
—Es que no sabes…—su voz vacilante.
—No sé porque no me cuentas…
Helena siempre había sido una mujer discreta. Ni siquiera su tía Theresa – quien era todo lo que le quedaba en la vida – conocía los detalles oscuros de su vida. No obstante, la buena química que sentía entre ellas y la franqueza con la que Margot le confesó su adoración por el arquitecto Benetton, la hizo sentirse en confianza. También porque las penas compartidas pesan menos.
—Voy a confesarte algo, pero prométeme que no se lo dirás a nadie…
Margot abrió los ojos encandilados y colocó su mano derecha sobre el corazón.
—Lo prometo.
Helena meditó un momento antes de lanzarse al fuego de las confesiones.
—Ya conocía a Giannis antes de llegar aquí…nosotros pasamos juntos unos días durante una gran nevada…—soltó y sintió en ese momento que ya no era dueña de su secreto, pero al mismo tiempo se sentía liberador.
La sorpresa reflejada en el rostro de Margot fue mayor a la que hubiera imaginado.
—Entonces… ¿Los conocías a los dos? ¿A Sullivan y a McGregor? ¿Hablas en serio? Te juro que si es cierto, no vuelvo a gastar un centavo más en cine… ¡Que película!
—Así es, los conocía a los dos. Solo que con Allen – al que yo conocía como Alexander – hubiera querido no volver a verlo nunca más.
—No te culpo, el señor McGregor no es… ¿Cómo decir? No es buen hombre…pero…tengo una duda…
—Dime…
—¿De quien es el hijo? ¿De Giannis o de Allen?
Helena no respondió. Quedó helada con la figura de Giannis que se apareció sigilosa detrás de Margot.
¿Cuándo entró?
¿Habrá escuchado?
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Editado: 04.03.2025