Corazones de Sangre y Magia

Capítulo 8: El Refugio de los Secretos

Los días comenzaron a fundirse en una rutina que nunca hubiera imaginado posible—una danza íntima entre la luz y la oscuridad, entre lo mortal y lo eterno.

Cada mañana, justo cuando los primeros rayos del sol comenzaban a amenazar el horizonte, sentía el tirón del vínculo llamándome. No importaba cuán profundamente estuviera durmiendo, mi cuerpo respondía a esa necesidad silenciosa, despertándome con una precisión que ningún reloj podría igualar.

Esta mañana no fue diferente.

Abrí los ojos en la penumbra de nuestra habitación, las pesadas cortinas de terciopelo bloqueando casi toda la luz del amanecer. Elian estaba recostado a mi lado, sus ojos ya abiertos y fijos en mí con esa intensidad que todavía me robaba el aliento después de semanas.

"Buenos días, mi pequeña bruja," murmuró, su voz como terciopelo oscuro en la quietud.

Una sonrisa curva mis labios. "Buenos días."

Su mano se deslizó por mi brazo, dejando un rastro de calor a pesar de la frialdad natural de su piel. "¿Dormiste bien?"

"Siempre lo hago cuando estoy contigo," respondí, acurrucándome más cerca de él.

Podía sentir su hambre a través del vínculo—no era una urgencia desesperada, sino más bien una necesidad constante, como una marea que subía lentamente. En las primeras semanas después de establecer nuestra conexión, había intentado ocultarla, preocupado por presionarme. Pero yo había aprendido a leer las señales: la tensión casi imperceptible en su mandíbula, la forma en que sus ojos se oscurecían al azul profundo del hielo antiguo, el control férreo que ejercía sobre cada movimiento.

Sin decir palabra, me incorporé y aparté mi cabello hacia un lado, exponiendo la curva de mi cuello. Era un gesto que se había vuelto tan natural como respirar—una ofrenda silenciosa que renovaba cada amanecer.

Los ojos de Elian se iluminaron, pero en lugar de aceptar inmediatamente, su mano subió para acariciar suavemente las marcas que ya adornaban mi piel. Algunas eran frescas, apenas un día o dos de antigüedad, pequeñas marcas gemelas que se desvanecerían pronto. Otras eran más permanentes—las que había hecho durante momentos de intensa emoción, imbuidas con suficiente poder como para dejar cicatrices plateadas que brillaban débilmente bajo la luz adecuada.

"Eres tan hermosa así," murmuró, trazando la marca más prominente justo debajo de mi oreja. "Decorada con pruebas de mi devoción."

"¿Tu devoción?" pregunté con una sonrisa traviesa. "Yo lo llamaría posesividad."

Una sonrisa depredadora curvó sus labios. "¿Y eso te molesta?"

"En lo absoluto," admití sin vergüenza.

Con un movimiento fluido, me atrajo hacia él hasta que quedé sentada en su regazo, mi espalda contra su pecho. Sus brazos me rodearon, manteniéndome segura mientras su nariz trazaba la línea de mi cuello.

"He estado pensando," dijo suavemente, sus labios rozando mi piel con cada palabra. "En lo perfecta que es esta vida que hemos construido. Hace solo unos meses, no podría haberlo imaginado—no podría haber imaginado a ti."

Mi corazón se hinchó. "Yo tampoco podría haberlo imaginado. Pensé que vendría aquí, resolvería el misterio de los ataques, y me iría. Nunca pensé que encontraría..."

"¿El hogar?" completó suavemente.

"Sí," susurré. "Hogar."

Sus colmillos rozaron ligeramente mi piel, y mi cuerpo respondió instantáneamente, relajándose contra él en anticipación. Pero en lugar de morder, besó suavemente el lugar, luego otro, y otro más.

"Cada vez que me permites hacer esto," murmuró contra mi piel, "cada vez que me ofreces tu cuello sin que lo pida, sin dudarlo... me haces sentir más humano de lo que he sido en siglos."

"Elian..."

"No, déjame decir esto," continuó, su voz espesa con emoción. "Durante trescientos años, la alimentación fue una necesidad, nada más. Algo que hacía para sobrevivir, con cuidado de no tomar demasiado, de no dejar evidencia. Pero contigo... contigo es sagrado. Es intimidad en su forma más pura."

Giré mi cabeza ligeramente para poder ver su rostro. "Para mí también lo es."

Sus ojos se encontraron con los míos, y en ellos vi vulnerabilidad—algo que rara vez mostraba. "¿De verdad? ¿No te sientes... usada?"

La pregunta me rompió el corazón. "Nunca," dije firmemente, enmarcando su rostro con mis manos. "Elian, esto es algo que elijo dar. Cada día, cada noche, cada momento. No porque deba, sino porque quiero. Porque alimentarte me hace sentir necesaria, valorada, amada."

Un temblor lo recorrió. "Estás muy lejos de ser simplemente amada, Lysandra. Eres adorada."

Sus labios capturaron los míos en un beso que fue sorprendentemente gentil considerando la hambre que podía sentir pulsando a través del vínculo. Cuando finalmente nos separamos, ambos estábamos respirando pesadamente.

"Ahora," dije con una sonrisa, volviendo a exponer mi cuello. "Creo que hay alguien aquí que necesita desayunar."

Su risa fue oscura y deliciosa. "Qué generosa eres."

Esta vez, cuando sus colmillos perforaron mi piel, fue en un lugar nuevo—justo donde mi cuello se encontraba con mi hombro. El pinchazo de dolor fue momentáneo, rápidamente reemplazado por esa sensación embriagadora de conexión profunda.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación. A través del vínculo, podía sentir su satisfacción mientras mi sangre—siempre cargada con la magia que corría por mis venas—fluía hacia él. Era como estar siendo llenada y vaciada simultáneamente, una paradoja que mi mente no podía comprender completamente pero que mi cuerpo había aprendido a anhelar.

Sus manos me sostenían con firmeza pero gentileza, una contra mi estómago y la otra en mi muslo, manteniéndome anclada mientras mi mente flotaba en ese espacio nebuloso entre el placer y el trance.

Cuando finalmente se apartó, sellando la herida con su lengua en un gesto que ya era familiar, me sentía simultáneamente energizada y completamente relajada.




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