Corazones en Acuerdo

Capítulo 2

RAFAEL

Logan, mi socio, golpea la puerta y entra en la oficina antes de que pueda invitarlo a pasar.

Construcciones Calloway acaba de firmar con nosotros —dice de golpe—. Piensan hacer todos sus nuevos vecindarios ecológicos.

—Eso es genial, Logan —respondo, aunque mi mirada sigue fija en la ventana de la oficina.

No suelo distraerme con facilidad, pero esta mañana algo en la plaza de abajo capta mi atención. Alrededor de una gran fuente con tres cabezas de león que escupen agua en una pileta de azulejos verde marino, hay quioscos y carritos móviles que ofrecen desde capuchinos con moka hasta batidos de espinaca y mango. La gente se sienta alrededor de la fuente, disfrutando del rocío refrescante mientras termina su descanso matutino. Un grupo de palomas espera ansiosamente cerca, con la esperanza de que una miga de muffin o croissant caiga a su alcance.

Pero no son los leones feroces escupiendo agua, ni las personas con el teléfono en la mano y muffins a medio comer lo que me tiene tan absorto.

—Oye, Logan, ¿es la misma mujer de siempre la que atiende el carrito de café esta mañana?

Logan resopla con fastidio detrás de mí.

—Entro a decirte que acabamos de firmar un contrato enorme, ¿y tú me sales con la chica del café? —Se acerca a la ventana, pega la cara al vidrio y mira hacia la plaza—. ¿La rubia? Es linda, pero tuve que dejar de comprar esos cafés —dice, dándose una palmada en el rollito que le cuelga sobre el cinturón—. Me estaban engordando.

Me río.

—Y yo que pensaba que eran esos almuerzos de cinco tiempos que te estás metiendo en Luisa’s Italian Bistro.

—Sí, sí… probablemente también debería dejar eso —responde Logan, lanzándome una mirada de aparente disgusto—. No todos podemos tener abdominales de acero. Voy a llevar los contratos a la oficina legal para que les echen un vistazo antes de que los firmes.

Asiento distraídamente. Sigo con la mirada clavada en la ventana. Desde hace casi una hora, hay una fila inusualmente larga en el carrito de café, y la mujer —pequeña, con el cabello rubio y sedoso recogido en un moño desordenado— corre de un lado a otro para atender los pedidos. Cada vez más mechones dorados se sueltan del moño mientras se mueve con rapidez detrás del carrito.

—Rafael…

La voz de Logan me saca de mi trance. Finalmente aparto los ojos de la ventana.

—Vaya, hoy sí que no tienes la cabeza en el trabajo —comenta—. Supongo que la boda de tu hermana y la idea de tener que pasar tiempo con toda la familia Silva te tienen distraído.

—Sí, va a ser un espectáculo —respondo con sarcasmo—. Siempre es un gusto que mi madre me acorrale para interrogarme sobre mi vida amorosa.

Empiezo a mover algunos papeles sobre el escritorio, esperando que Logan capte la indirecta de que necesito volver al trabajo. La verdad, sí estoy preocupado por la boda, pero no por las razones que él imagina. Tomo una carpeta como si fuera algo importante y urgente, aunque solo contiene las facturas de servicios del mes pasado.

—Como dijiste… hora de volver a concentrarme. Buenísima noticia lo de Calloway Construye, Logan.

Logan puede ser un poco lento, pero capta la indirecta y se va. Eso sí, no se va sin antes insistir en un saludo de puño por el nuevo contrato. Y tiene sentido: es un gran logro.

Apenas sale por la puerta, Sofía, mi asistente, asoma la cabeza en la oficina.

—Tu hermana está en la línea tres. Y, ¿vas a pedir algo del camión de comida?

—Hoy no, gracias, Sofía.

Ella cierra la puerta y levanto el teléfono.

—Hola, Claudia. ¿Cómo va todo?

Hay una larga pausa.

—¿Claudia?

—Mamá me está volviendo loca, pero bueno, ¿qué hay de nuevo en eso? No veo la hora de que llegues para que pueda concentrar toda su atención insoportable en ti. Y la boda es un desastre. Los manteles están en el color equivocado. Queríamos verde espuma de mar y nos mandaron… no sé ni cómo llamarlo, pero “amarillo neón” me viene a la mente. El catering no consiguió suficiente pichón para trescientos invitados, así que vamos a cambiar a costillas de res...

—Eh, eh, tranquila, hermana. ¿Por qué no me dices qué es lo que realmente está mal?

—Tú nunca te has casado, Rafael. Estas cosas son auténticas catástrofes en el mundo de las bodas.

—Lo importante es… ¿estás emocionada por casarte con David?

Ella resopla fuerte al otro lado del teléfono.

—Y ahí vamos otra vez. Mi sesión semanal de terapia con Rafael Silva. David está bien.

—"David está bien" —repito—. ¿Escuchaste eso? Te pregunto por David y tú dices que está bien, como si te conformaras con cualquier hombre, siempre que tenga un apellido importante y una cuenta bancaria de ocho cifras.

—Esos dos últimos requisitos no son poca cosa. Ya sabes que papá nunca me dejaría casarme con alguien fuera de nuestro círculo social. David cumple con todos los requisitos.

Me río.




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