Llegué a casa, cómo de costumbre. El contraste entre la luminosa y etérea realidad que acababa de dejar y la quietud reconfortante de mi sala era abrumador. Él estaba sentado en la mesa de la cocina, con su carita de amor que me miraba siempre al llegar, pero con esa tristeza profunda y silenciosa, esa melancolía que era el miedo constante a perderme. Me acerqué a él, lo saludé, le besé la frente. Hablamos como siempre de cómo fue nuestro día, de las noticias tontas y divertidas, hasta que inevitablemente, con una calma que me rompió el alma, me preguntó por el portal:
—¿Y hoy fuiste al portal, amor? ¿Cómo te fue? —me dijo con la voz baja, cargada de esa tristeza y comprensión que se habían vuelto la nueva normalidad entre nosotros. Sus ojos, aunque dolidos, eran honestos.
—Bien... ya descubrí la verdad —respondí, sintiendo que la frase se me atoraba en la garganta. La verdad era tan grande que apenas cabía en una conversación de cocina.
—¿Y cuál es la verdad, exactamente? La verdad que tanto te ha costado encontrar —preguntó, bajando aún más el tono.
—Él fue mi alma gemela en la vida anterior, esta aquí para cumplir su promesa.
—¿Qué promesa?— preguntó, sin levantarse, manteniendo su compostura, con la voz baja y cargada de esa melancolía que se había vuelto cotidiana. Era el dolor medido de quien ya espera la sentencia.
Le conté todo. No omití nada: el juramento en la vida pasada bajo las estrellas, el nombre Sax, su elección heroica de esperar en la grieta en lugar de reencarnar, el porqué de esa conexión ineludible que nos había definido, y cómo, al final, la Ley Mayor que rige los destinos kármicos exigía su liberación, mi liberación, para que el reencuentro en la próxima vida fuera posible y eterno. Le expliqué el destino cruel que le esperaba a Sax si él se negaba a liberarme, si su amor se volvía una jaula. Terminé mi relato con la pregunta que lo contenía todo, la que decidiría el destino de los tres:
—¿Tú aceptas? ¿Aceptas mi elección de destino eterno y me liberas de esta vida?
Hubo un silenció vacío, largo, que pareció durar la eternidad que acababa de describirle. Un abismo sin palabras que se tragaba todo el sonido del mundo. Mis ojos estaban fijos en los suyos, esperando su respuesta, la que decidiría mi destino y la condena o absolución de Sax.
Finalmente, cerró los ojos y respiró hondo, un suspiro de rendición que liberó el último vestigio de egoísmo que un ser humano puede tener ante el amor perdido. Cuando los abrió, su mirada era la de un hombre que había hecho el sacrificio más grande por amor y por la paz del ser amado. La tristeza seguía allí, pero estaba templada por una dignidad inmensa.
—Sí...— respondió. La palabra fue apenas un murmullo, una exhalación de su alma, pero resonó en el universo de mi corazón con una fuerza sísmica, rompiendo todas las cadenas que yo misma había forjado.
—Si te amo de verdad, si te quiero feliz, y la felicidad de tu alma está con él, entonces no tengo derecho a detenerte. Te libero de la promesa que tienes conmigo y te deseo la felicidad con el destino que te espera en la Fuente. Que mi amor por ti sea la llave que libere a Sax de esa grieta, y la que te guíe en la próxima vida hacia el destino de tu alma.
—No sé nada de grietas ni de leyes cósmicas. Solo sé que te amo. Y si ese amor es real, no puede ser una jaula para tu espíritu —dijo con una voz que, a pesar de estar rota por la pena, era firme y noble—. Te libero, no solo de él, sino de la carga de elegir entre tu vida aquí y tu alma allá. No quiero ser la razón de tu exilio, ni quiero que vivas tu vida sintiéndote a medias. Quiero que seas feliz, en esta vida y en la que sigue, y si tu felicidad te espera allá, mi amor es el puente.
Una lágrima solitaria, pesada y brillante, corrió por su mejilla.
—Mientras estés a mi lado, te amaré, te honraré y te protegeré, sin secretos ni condiciones. —continuó— No quiero más secretos. No quiero más ausencias. Te doy mi consentimiento absoluto para tu futuro eterno con Sax, pero con una única y simple condición: que vivamos este presente, el tiempo que nos quede, juntos y en plenitud, sin mirar atrás. En esta vida, mi amor, me seguirás amando a mí, como lo has hecho siempre, con la honestidad que encontraste.
—Gracias. Por el amor, por la vida que construimos, por esta inmensa prueba de tu grandeza —le dije, con la voz ahogada por el llanto incontrolable de la gratitud y el alivio—. Y quiero que sepas que así sera, mi amor. En está vida, mi amor es tuyo, es real, y es lo único que quiero. El pacto con Sax es para la próxima vida. Mientras esté aquí, mi fidelidad y mi amor te pertenecen solo a ti. Tú eres mi vida en esta Tierra.
Me acerqué a él, las lágrimas brotando sin control, no solo de tristeza, sino también de una inmensa gratitud por su sacrificio. Tomé su rostro entre mis manos y sellé mis palabras con un beso que era una promesa de presente y un adiós a futuro. Él asintió, una paz profunda reemplazando la tristeza en su rostro. El pacto de liberación y amor se había cumplido.
Supimos que no había vuelta atrás. La hora de cruzar por última vez había llegado, no para dividirme, sino para sellar la unidad de mi destino eterno con el de Sax.
Y al día siguiente, mis pasos me llevaron directamente al callejón. La luz, el velo de colores imposibles, me envolvió de inmediato, con una suavidad diferente, como si me reconociera como libre. Al otro lado, Sax, el Guía, me miraba con una intensidad que nunca antes le había visto. No había ansiedad, solo una expectativa grave y solemne.
—Volviste antes de tiempo —dijo con esa voz que transmitía calma, pero que ahora vibraba con una tensión contenida por la esperanza.
—Vengo con el alma libre —le respondí, acercándome con la determinación que solo la certeza trae.
Le hablé de la aceptación de mi pareja, de esa única palabra, "Sí", y del inmenso acto de amor que selló el destino de los tres.