Corazones En El Limbo

Capitulo 16 — Llegamos a la vejez juntos

Llegamos a la vejez juntos, un logro que sentía tan monumental como cruzar el velo a otro mundo. Los años habían dejado su marca: caminábamos más despacio, nuestras risas eran más pausadas, pero el afecto era más profundo, casi silencioso, una comprensión mutua que ya no necesitaba palabras. Éramos dos almas que se habían encontrado en esta vida y habían decidido recorrerla con una fidelidad sin tregua.

Mi compañero, mi ancla, seguía siendo mi lugar seguro. Cuidar de él en esta etapa, compartir el silencio de las tardes y recordar las anécdotas de nuestra larga vida juntos, era el acto de amor más puro. Esta vida, la que había temido perder o traicionar, se había revelado como un regalo de inconmensurable valor. Honrar nuestro juramento de vivir el presente con plenitud había dado como resultado una vejez tranquila y llena de paz.

Sin embargo, a medida que la vitalidad se retiraba, dejando paso a la fragilidad, la conciencia del otro destino comenzó a regresar, no con el arrebato de la juventud, sino con la certeza serena de una cita ineludible. Era como si la conciencia terrenal, al debilitarse, permitiera que la memoria del alma se filtrara con más facilidad. Los sueños con el hombre de cabello rojo se hicieron menos vagos, aunque todavía carecían de diálogos o nombres. Simplemente transmitían una sensación: "El tiempo aquí es casi nada. Estoy listo."

El amuleto de piedra, que había permanecido intacto y silencioso durante décadas en el cajón de la mesita, comenzó a irradiar una calidez más constante. Dejé de guardarlo y empecé a llevarlo en el bolsillo de mi pantalón para llevarlo junto a mi, sintiendo su peso leve y su calor reconfortante. Era mi último recordatorio activo, mi conexión con la promesa que aseguraba la trascendencia de mi alma.

Una noche, cuando mi pareja y yo estábamos sentados junto a la chimenea disfrutando del calorsito del fuego, mi compañero me preguntó algo inesperado. Me miró, con los ojos llenos de esa sabiduría silenciosa que solo el final de la vida concede.

—¿Alguna vez te arrepentiste de algo? —su voz era suave, apenas un murmullo sobre el crujido del fuego.

El peso de mi verdad, la que él había olvidado, me inundó por un instante. Podría haber respondido con la verdad cósmica, pero respondí con la verdad de esta vida.

—Solo de las veces que no estuve totalmente presente. Pero nunca de haber elegido esta vida contigo. Eres mi mayor alegría.

Él sonrió, satisfecho. Me tomó la mano y la besó con una ternura que me conmovió hasta las lágrimas.

—Y tú la mía. Gracias por la plenitud.

En ese momento, comprendí la magnitud del sacrificio de Sax y la nobleza de mi compañero. El amor de mi compañero, al liberarme, me había permitido vivir con integridad hasta el final. Y mi amor por él, vivido con honestidad, aseguraba el destino de Sax. La complejidad de los tres amores había encontrado su armonía.

La vejez se convirtió en la última vigilia. Sabía que el momento de partir se acercaba. No había miedo, solo una profunda gratitud por la vida que terminaba y una dulce anticipación por el destino que me esperaba. La Ley Mayor había sido satisfecha. Mi vida, la que creí conocer, estaba a punto de completar su ciclo terrenal, abriendo el camino hacia el reencuentro prometido.



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En el texto hay: fantasia, destino, amor

Editado: 30.11.2025

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