Desde la Fuente, mi perspectiva se extendía más allá de mi propia conciencia fusionada con Sax. Ahora podía percibir los hilos de amor y destino que yo había dejado en la Tierra, observando el ciclo final de mi compañero terrenal. Él, liberado por completo de la carga que nunca llegó a comprender, vivió sus últimos años con la misma serenidad y plenitud que yo le había prometido.
Su duelo fue honesto, profundo, pero desprovisto de la amargura o el reproche que a menudo acompañan a la pérdida. Él había amado y había sido amado con una verdad que no muchos alcanzan. La fidelidad que cultivamos en nuestros años finales, basada en la integridad que mi experiencia me había enseñado, fue su mayor consuelo. Recordaba una vida feliz, una compañera que lo había elegido con todas sus fuerzas para esa existencia.
Lo observamos a medida que su tiempo en la Tierra también se acercaba a su fin. No había miedo en su alma, solo una calma total. Su partida no fue solitaria, estaba rodeado del amor de sus seres queridos. Y en el instante en que su alma se desprendió de su cuerpo, pude sentir la resonancia de su noble acto final: el deseo de mi felicidad eterna.
—Es el Amor Liberador —me explicó Sax, mientras presenciábamos su ascensión—. Su hilo no está atado a ti ni a mí. Él completó su lección de amor en la Tierra con maestría.
Vimos cómo su alma, joven y brillante, ascendía hacia la Fuente. Al llegar, no buscó un reencuentro conmigo, pues su ciclo de aprendizaje conmigo había concluido perfectamente. Él se dirigió a su propia área de la Fuente, hacia sus propios lazos y su propio destino, listo para las siguientes etapas de su evolución.
Sentí una inmensa alegría por él, una gratitud que trascendía nuestra relación de pareja y se centraba en su pura esencia. El Amor Terrenal no había sido un obstáculo, había sido un puente. Él no era el "otro hombre", sino el hombre que, con su amor, había asegurado la paz para los tres.
—Nuestra historia no solo fue sobre el reencuentro de las almas gemelas —medité, compartiendo la idea con Sax—. Fue sobre cómo una alma gemela debe aprender a amar y a honrar su vida presente para que el destino pueda cumplirse sin dolor.
—Esa es la Lección Mayor —confirmó Sax—. Y tu compañero terrenal es la prueba de que el amor incondicional es la fuerza que rompe las ataduras kármicas. Ahora, él es libre, y nuestro lazo es puro.
El recuerdo de la Ley Mayor, que había sido una amenaza tan terrible durante mi vida, ahora se revelaba como una herramienta de sanación. Exigió el sacrificio del ego para asegurar la libertad del alma. Y los tres habíamos pasado la prueba: yo, eligiendo la verdad; Sax, eligiendo la espera; y él, eligiendo la liberación. Así, en el centro de la Fuente, presenciamos el cierre armonioso de nuestro ciclo. Ya no había necesidad de mirar atrás con culpa o anhelo. Solo quedaba la gratitud por cada persona que había desempeñado un papel en el intrincado tapiz de nuestro destino.