Desperté de golpe, no en el portal, sino en mi cama. La sábana olía a suavizante terrenal y el sol de la mañana se filtraba por la cortina, tiñendo el ambiente de un naranja tranquilizador. Alex dormía a mi lado, respirando con la cadencia perfecta que siempre había sido mi arrullo.
Me levanté con mareo, a penas me pude poner de pie. No sabia como había llegado aquí y ni quien me trajo. No recordaba nada, solo que Sax me estaba revelando algo pero no recuerdo que. La única imagen nitida era la de la flor celeste, y la verdad que había descubierto.
__Hola amor. ¿Cómo dormistes? __me dijo sutilmente como si nada hubiera pasado.
__Buen día, mi vida. Dormi bien.
__Me alegro mucho. Llegastes re cansada de la uni ayer, cuando llegue del trabajo estabas dormida tan plasidamente que no te quise despertar. Te tape y te di un beso en la frente.
Sus palabras me llenaron de amor. Sentí el afecto en la punta de mis dedos, el calor que irradiaba su simple presencia. Era real, tangible. Este amor no era un fantasma de otra vida ni una promesa etérea; era mi refugio aquí y ahora. El contraste era demasiado doloroso.
Me obligué a ignorar el nudo en el estómago. Era sábado, el fin de semana por delante.
—¿Qué hacemos hoy? —pregunté, forzando un tono ligero. Quería agarrarme a la rutina, a la sencillez.
—Solo se que no vamos a hacer nada que tenga que ver con libros o estudios. Pizza, series, un paseo por el parque, y nadar en el mar —respondió Alex, sus ojos oscuros llenos de la devoción que yo tanto amaba.
Y así fue. Pasamos el fin de semana en una burbuja de afecto. Vimos series absurdas, cocinamos mal, nadamos en el mar, paseamos por el parque, y nos reímos hasta que nos dolió el estómago por las tonterías. Alex me abrazó en el sofá con esa fuerza incondicional que siempre me hacía sentir la persona más segura del mundo. Su mano, cálida y fuerte, buscaba la mía bajo la manta, y al tacto, yo sentía el ancla terrestre que era.
Yo amaba a Alex. Lo amaba por su simplicidad, por la paz que encontraba en nuestro apartamento, por la forma en que mi vida se sentía fácil de vivir a su lado.
Pero en los momentos de silencio, cuando Alex se levantaba a buscar más bebida o cuando me abrazaba por la espalda en la oscuridad de la sala, la memoria regresaba. El rostro de Sax, sus ojos verde marino, la sensación de ingravidez del portal, y la verdad de la promesa... todo se filtraba como un veneno sutil.
Sentía una conexión inmensa con Sax, sí. Era un reconocimiento del alma, una frecuencia que vibraba con la mía en un plano superior. Pero esa conexión me exigía romper lo que yo había construido, me obligaba a un destino que yo no había elegido en esta vida, y eso me generaba una rabia profunda.
Una noche, mientras Alex dormía la siesta a mi lado, me levanté y fui a la ventana. Miré mi reflejo. Estaba cansada, con el ceño fruncido por la lucha interna.
—No. No es verdad —susurré, negando el conocimiento que me quemaba el alma.
El amor por Alex se convirtió en mi arma de defensa. Decidí que la historia de Sax era una elaboración de mi mente estresada, una fantasía para escapar de la responsabilidad del amor adulto. ¿Almas gemelas? ¿Promesas atemporales? No. Mi vida era aquí, mi felicidad era aquí.
Odié la verdad. Odié a Sax por aparecer en mi vida tranquila, por intentar desmantelar el cuento de hadas que tanto me había costado construir.
Tomé una decisión desesperada y emocional: no iba a creer nada. Iba a anular la verdad por la fuerza bruta de mi voluntad. Me obligaría a olvidar los destellos, los colores, los juramentos, y a aferrarme a la realidad más hermosa: Alex, su amor, y la promesa terrestre de estar siempre juntos.
Regresé a la cama, me acurruqué junto a Alex y cerré los ojos, sintiendo su calor. Me dije, una y otra vez, hasta casi creérmelo: Mi vida es esta. Mi amor es este. Todo lo demás es una locura de mi cabeza. Te amo, Alex.
El fin de semana terminó. El lunes regresé a la universidad con mi fachada de normalidad restaurada, pero en el fondo, sabía que estaba construyendo una represa de negación sobre una verdad que, tarde o temprano, exigiría ser liberada.
Sentía que el tiempo se agotaba, sin entender porque. Pero aún asi forzaba a olvidarlo todo.