Corazones En El Limbo

Capítulo 12 __Era el momento de que todo saliera a la luz

La lucha interna se volvió física. Mi mente, al rechazar la memoria cósmica, drenaba toda mi energía vital. Las clases se volvieron borrosas, y el simple acto de caminar se sentía como arrastrar un peso invisible. La presencia de Alex se volvió mi única fuente de energía, pero también mi mayor carga; yo estaba mintiendo, y él no lo merecía.

Una tarde, al salir de la universidad, el cielo se tiñó de un gris metálico. Me dirigía a casa cuando mi cuerpo, por sí mismo, se desvió hacia el callejón. Me detuve frente a la sombra que sabía que ocultaba el portal.

—No. No voy a ir —dije en voz alta, negándome a la luz que mi alma, inevitablemente, anhelaba.

Pero al mirar las sombras, vi algo que me heló la sangre. No era la luz giratoria del portal, sino una imagen fugaz: la silueta de Sax. Se materializó por un segundo, su expresión de dolor y urgencia era palpable, y luego desapareció, dejando solo un rastro de olor a sal y minerales, el aroma de la playa etérea.

La presencia ya no esperaba mi cruce; se estaba manifestando en mi mundo.

Llegué a casa temblando. Alex me recibió con una cena sencilla.

—¿Mal día, amor? Te ves destrozada —dijo, tomando mi rostro entre sus manos.

—Sí. La tesis —mentí, sintiendo el ardor de la culpa.

Esa noche, mientras Alex dormía profundamente a mi lado, la angustia me asaltó. Me levanté y miré el cielo estrellado desde la ventana. Ya no podía diferenciar la verdad de la mentira. ¿Era Sax real o solo una manifestación de mi miedo a la felicidad duradera?

Me volví a la cama, y por primera vez, no me acurruqué junto a Alex. Me tumbé de espaldas, tensa, sintiendo la proximidad de su cuerpo como una prisión tibia. Sabía que la negación había llegado a su límite. Yo amaba a Alex, pero mi alma, al estar juramentada a Sax, me estaba abandonando. El dolor en mi pecho regresó, más intenso que nunca. Y por culpa de todo eso pase casi toda la noche despierta, tratando de resolver el misterio.

Al día siguiente, era martes. Alex me despertó con un beso.

—¡Arriba! Tenemos que ir a buscar las entradas para ese concierto que querías.

— ¿Y los estudios, y el trabajo? —dije sorprendida, despertandome.

—Nesesitamos un descanso. Vamos mi vida— dijo llendose a la cocina a preparar el desayuno.

Luego de desayunar, nos vestimos y salimos hacia el centro. Estábamos en una concurrida esquina peatonal, riendo por un chiste sobre el mal café de la universidad, mientras Alex me tomó de la mano, con su gesto de lealtad y absoluta pertenencia.

—Te amo —me dijo, sin motivo, solo por la certeza de su corazón.

—Yo a ti mi vida —respondí con la verdad absoluta.

Y al mirar al otro lado de la calle, lo vi, era Sax. Lo mire fijamente.

—¿Todo bien, amor? —me dijo Alex preocupado.

Cerre y abri los ojos, y Sax ya no estaba.

—Si todo bien, me había parecido ver algo pero no es nada.

Alex me miró con una mezcla de amor y profunda preocupación, su mano apretando la mía con esa familiaridad incondicional que ahora me quemaba como un estigma.

—¿Estás segura? Parecía que habías visto un fantasma —insistió.

—Solo el cansancio —mentí, aunque la mentira se sentía como una herida abierta en mi garganta —. La gente en el centro es demasiada, solo quiero volver a casa, vamos por las entradas y regresemos. Pero al volver la cabeza hacia donde había estado Sax, al otro lado de la calle concurrida, mi mente no registró la ausencia. No sentí el alivio de que se hubiera ido, sino la certeza aterradora de que él había estado allí. No era una alucinación, no era la tesis, no era mi mente estresada. El Guía había cruzado la frontera, había manifestado su presencia en mi realidad para recordarme mi juramento. La negación, mi única arma de defensa, se rompió en mil pedazos, no podía seguir construyendo mi felicidad sobre una verdad dinamitada.

La alegría del día, las entradas para el concierto, las risas tontas; todo se disolvió en una neblina gris. Regresamos a casa, Alex sentía mi angustia; yo sentía su inocencia. Y lo peor aún, hice lo que nunca hacía: busqué la soledad.

—Necesito revisar unas notas de la universidad, son urgentes —dije, evitando su mirada.

—Pero... ¿el concierto? ¿quieres que te ayude con la tarea?—propuso, acercándose, con la esperanza de ese calor que yo solía darle.

—Más tarde. Dame una hora —respondí, entrando en el dormitorio y cerrando la puerta con una firmeza que era una barrera entre nosotros.

Me senté en el borde de la cama, temblando. La urgencia que sentía Sax, el dolor y el anhelo en su rostro fugaz, no era solo por la promesa; era una advertencia. Lo que yo ignoraba no era solo una historia, sino una responsabilidad ineludible. Alex era mi corazón, pero Sax era mi alma. Y el alma, finalmente, había reclamado su cuerpo.

Sabía lo que tenía que hacer. No podía irme sin una palabra, sin una explicación que lo protegiera de la locura que yo estaba viviendo. Me levanté y busqué un papel y un bolígrafo. Empecé a escribir, pero la pluma se sentía torpe. ¿Cómo le explicas a alguien que el amor que compartes es real, pero que tu destino te llama a un universo flotante con tu alma gemela de una vida pasada? Imposible.

Salí del dormitorio, encontrando a Alex en la sala, mirando la televisión con el sonido bajo. Su figura, en esa pose de familiaridad, me partió el alma. Me senté a su lado.

—Alex, mi vida —empecé, la voz rasposa, casi un sollozo. Él apagó la televisión de inmediato y me tomó el rostro.

—¿Qué pasa, amor? Me estás asustando. Hablemos.

—Te amo. Lo sabes, ¿verdad? Te amo más que a la paz, más que a la rutina, más que a mi propia vida.

—Y yo a ti, con toda mi alma —respondió, besando mis labios con una ternura que me hizo querer morir allí mismo, de culpa y de amor.

—Por favor, escúchame. Hay cosas que no puedo explicar, cosas que no tienen sentido, pero que son reales para mí. No me dejes de amar, sin importar lo que escuches.




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