Entré al portal con el aliento contenido. No fue solo un paso, sino una zambullida en otra frecuencia, un quiebre en la monotonía del tiempo.
Mis pasos se guiaron, ingrávidos, hasta Sax.
Allí estaba él, no de pie ni en movimiento, sino sentado cerca de la cascada sobre una piedra, como si la roca misma hubiese brotado de la tierra para ofrecerle asiento. Su postura no era de casualidad, sino de inmovilidad solemne. El aire a su alrededor vibraba con una quietud antigua, y en el silencio que nos envolvía, tuve una certeza ineludible:
Me estaba esperando.
Sus ojos, profundos y serenos, no mostraron sorpresa al verme aparecer. Parecían haber estado clavados en ese punto exacto del umbral, anticipando el momento en que mi sombra, finalmente, se materializara ante él. Sin dejar que dijera ni una palabra, antes de que pasara siquiera un segundo, mi ira se volcó sobre él.
—¡Entiéndelo, no te amo! ¡Déjame en paz, déjalo en paz! Lo único que haces es destruirnos, yo no te pienso, no siento nada por ti. Solo lo amo a él, entiéndelo de una vez por todas! —suspiré hondo y continué—. Desde que apareciste mi vida se está desmoronando, mi mente ya no puede más. Hay veces que me siento loca, incluso mi pareja lo cree. Trato de olvidarlo todo: los destellos, el portal, todo. Pero apareces en mi camino y desapareces. Déjame en paz… ¿Qué puedo hacer? ¿Qué solución hay para que mi vida vuelva a ser la misma? O si todo lo que dices es verdad… ¿cómo puedo cumplir el pacto?
Nos cubrió un silencio espeso, tan pesado que parecía arrastrar el aire hacia el suelo. Sentí cómo mis rodillas cedían y caí, no por dramatismo, sino porque ya no tenía fuerzas para sostenerme. Era una rendición absoluta: a él, al destino, a todo aquello que no comprendía.
Sax no se movió. Solo me observó. Y en esos minutos —que no sabría decir si fueron breves o eternos— su mirada se volvió un filo que me cortaba por dentro. No era enojo. No era reproche. Era dolor. Un dolor antiguo, profundo, que me desgarró porque sabía que todas las palabras que le había gritado no eran del todo ciertas.
Yo sí lo amaba. Había un espacio para él en mi pecho, uno que se abría sin que yo lo permitiera, uno que intentaba mantener cerrado por miedo, por lealtad, por culpa. Mi corazón latía dividido, arrancado entre dos verdades que no podían coexistir. Necesitaba que él se fuera, que me olvidara, que se desvaneciera de mi vida y me dejara regresar al mundo que conocía. Porque con Alex —mi compañero de casi toda la vida— había un amor real, profundo, un lazo construido con tiempo, heridas, luchas y ternuras. Un amor al que sería incapaz de traicionar. Por él daría mi vida sin dudar. Por él negaba todo lo que sentía por Sax.
Y sin embargo… allí estaba, temblando entre dos destinos, sabiendo que cualquiera de mis elecciones partiría algo irremediablemente.
Su mirada cambió: dejó atrás la tristeza y tomó una forma más profunda, como si de pronto recordara siglos enteros.
—He cruzado demasiado silencio, demasiada oscuridad, para cumplir lo que te prometí.
Mi corazón dio un vuelco. No entendía todo, pero había algo en su voz… algo que me hacía sentir que ya lo había escuchado antes, en otra vida, en otra piel.
Él lo notó.
—Sé que me amas. Sé que no quieres sentirlo, pero lo sientes. Fue doloroso escucharte, pero en el fondo sé que me amas. Sé que lo amas a él también. Hay cosas que aún no puedo decirte —continuó—. No porque no confíe en ti, sino porque tu alma todavía no recuerda del todo. Y si te obligo a ver más de lo que puedes sostener ahora… podrías quebrarte otra vez. Como la última vez que intenté contarte todo, cuando casi no resististe y te desmayaste. Tu no lo recuerdas porque no estabas preparada, pero casi todo ya te lo había contado.
Un estremecimiento me recorrió.
—Lo único que debes saber por ahora —dijo, levantándose y acercándose apenas— es que por más que intentes romper este vinculo por completo no podrás, es algo que aún no se puede, incluso no se si hay una forma de romperlo.
Tragué saliva, con el alma temblando.
—Entonces… ¿qué hago? —pregunté con la voz rota.
La mirada de Sax brilló con un conocimiento que aún no podía alcanzar.
—Existen soluciones —respondió—. Dos caminos posibles. Ninguno sera un infierno, sera dificil elegír. Pero no puedo decírtelos todavía. Es demasiado pronto. Tu energía no lo aguantaría. Y si fuerzas más de una vez la revelación… podrías perder más de lo que imaginas.
Mi respiración se aceleró.
—Lo que sí puedo decirte —añadió— es que no estás atrapada. No tienes que elegir hoy. Ni mañana. Solo deja que tu alma recuerde a su ritmo, y se prepare.
Luego dio un paso hacia atrás, como respetando mi espacio… y mi dolor.
—Sigue viniendo al portal —dijo con una calma firme—. No porque debas a venir a verme, sino porque lo necesitas. Tu alma lo nesesita. Aunque Alex te ame, aunque tú lo ames, tu esencia necesita este lugar para equilibrarse.
Yo lo miré, sintiendo que el mundo se partía en dos.
—Habla con él —continuó—. Si necesitan un espacio, tómalo. No para alejarte de él… sino para escucharte a ti misma. Tú no estás traicionando a nadie. Estás sobreviviendo a un vínculo que va más allá de una sola vida.
Sus ojos se suavizaron aún más.
—Cuando llegue el momento… cuando tu alma esté lista… te diré cuál es la solución. La verdadera. Para que puedas vivir sin culpa. Sin dolor.
Un viento cálido pasó entre nosotros, como si el portal aprobara sus palabras.
—Pero por ahora —susurró—, solo respira. Y no huyas más de lo que ya es parte de ti.
Me quedé allí unos segundos, dejando que sus palabras calaran en lo profundo de mi pecho. Luego, lentamente, di un paso atrás. El aire del portal parecía más denso, más pesado, pero también más cálido, como si el lugar mismo me invitara a quedarme, aunque mi mente gritara por volver a la vida que conocía.