No salió como esperaba. Creí que todo se resolvería rápido, sin esperas, sin tener que volver a ese lugar que, aunque me inquietaba, tenía algo que me atraía. Solo quería que todo desapareciera, que la normalidad regresara. Pero supongo que no podía pedir mucho más: al menos no quedé atrapada allí. Ese era mi temor más profundo cuando decidí luchar. Por eso me había llevado la remera de mi pareja; si llegaba a quedar atrapada, al menos conservaría su aroma.
Al abrir la puerta de casa, noté que la carta que había dejado en la mesa ya no estaba. Seguí hasta mi habitación, y allí estaba él: Alex. Tenía la carta en la mano. Su rostro no mostraba enojo ni tristeza; era más bien una mezcla de reflexión y desconcierto, como si intentara ordenar lo que acababa de leer. Me miró confundido y preguntó:
—No te esperaba tan pronto. Pensé que tardarías semanas, quizá meses. ¿Qué fue lo que pasó?
—Sí… no salió como lo esperaba —respondí, la voz cargada de decepción. Sentía el peso de mis planes frustrados oprimiéndome el pecho. Le conté lo que el Guía me había dicho, lo que se suponía que debía hacer, lo que no funcionó.
Alex no respondió enseguida. Asintió muy despacio, como si cada palabra tuviera que abrirse paso a través de su incredulidad.
—Ya veo… —murmuró. Se frotó la frente—. Tú sabes que siempre he confiado en ti, ¿verdad?
—Sí…
—Y sigo queriendo hacerlo. Sigo queriendo creer en ti —dijo, con un quiebre casi imperceptible en la voz—. Pero todo esto… es tan ilógico. No entiendo nada. Y aun así… —tragó saliva— voy a confiar. Solo… por favor, no me falles. No podría con eso.
—Te lo prometo —susurré, deseando sonar más firme de lo que me sentía.
—Lo sé… por eso te elegí —dijo, pero esta vez sonó más como un recordatorio desesperado que como una afirmación segura.
El silencio se extendió entre los dos, denso, casi físico. Alex dobló la carta con una lentitud dolorosa y la guardó en el bolsillo, como si esconderla pudiera detener la realidad que había leído. Nos quedamos mirándonos como dos personas que se aman pero no saben cómo sostener el mundo que se les vino encima.
—¿Y ahora qué? —preguntó finalmente. Su intento de calma era evidente, pero sus ojos lo traicionaban. Estaba aterrado.
Miré al piso. No tenía respuestas. En el otro mundo, el Guía había hablado como si todo fuera simple… pero aquí, frente a Alex, me sentía más perdida que nunca.
—No lo sé… —admití apenas, sintiendo cómo la culpa me mordía las entrañas—. Solo sé que no puedo seguir ignorando lo que me pasó. Tengo que seguir cruzando el portal hasta terminar con esto.
Él dio un paso hacia mí. Y no fue hostil, ni apresurado: fue un paso lleno de amor y miedo. Ese tipo de miedo que solo aparece cuando tienes algo que perder.
—¿Y si no hay vuelta atrás? —su voz bajó apenas, como si temiera decirlo demasiado fuerte—. ¿Y si un día entras y… no volvés?
Sentí que la pregunta me atravesaba.
—No sé, Alex… —respondí quebrándome un poco—. No tengo esa respuesta.
Él cerró los ojos un momento, como si necesitara un segundo para aceptar lo que no podía controlar. Cuando los abrió, dio otro paso hacia mí. Estaba cerca, tan cerca que podía sentir la calidez de su respiración mezclándose con la mía. No dijo nada al principio, pero su presencia decía demasiado.
—Tengo miedo —confesó por fin, con una honestidad que me desarmó—. Mucho. No quiero perderte. No quiero que nadie te lastime... —su voz tembló en esa última palabra—. Pero te prometí que iba a apoyarte. Y aunque no entienda nada, aunque me cueste, lo voy a hacer. Vamos a salir de esto. Juntos. Pero necesito que confíes en mí también. No me alejes. No vuelvas a dejar una carta. Si te vas, quiero saberlo. Quiero despedirme. Quiero estar.
Lo miré, sintiendo las palabras clavarse y a la vez sostenerme.
No era un héroe.
No era perfecto.
Era humano.
Y por eso mismo, valía todo.
——No sé qué va a pasar… pero sí sé que no quiero hacerlo sin vos. Yo también tengo miedo —respondí. Esta vez, aunque la voz tembló, no se sintió vacía.
El silencio volvió a envolvernos, pero ya no era un abismo. Era un puente. Una tregua. Un respiro. Alex estaba allí, con todos sus miedos, con toda su vulnerabilidad, y aun así eligió quedarse.
Y por primera vez desde que todo comenzó, sentí que no estaba sola en esto.
No sabía qué nos esperaba, pero sí sabía una cosa:
no podía seguir permitiendo que el miedo decidiera por mí. Tenía que enfrentar lo que venía. Por mí y por él, que seguía luchando a mi lado incluso sin entender la batalla.