Llegue a casa con el corazón latiendo con fuerza, todavía con el eco de Sax resonando en cada pensamiento. La brisa de la tarde acariciaba mi rostro, recordándome que, aunque parte de mí se quedaba en la Grieta, otra parte seguía aquí, en la realidad que compartía con Alex.
Al abrir la puerta, el aroma de nuestra casa me envolvió: café recién hecho, un rastro de pan tostado, y ese olor sutil de él, tan familiar que me arrancó un suspiro antes de que pudiera reaccionar. Alex estaba en el sofá, hojeando un libro, pero al verme entrar, cerró la tapa y me miró con atención. Sus ojos brillaban con preocupación, mezcla de miedo y alivio, como si no supiera por dónde empezar.
—Llegaste más temprano... —dijo finalmente, con voz baja—. Pensé que… quizá tardarías más.
—Sí, regresé antes de lo que esperaba, no tuve que quedarme a estudiar, y en portal el tiempo no es igual que el de aquí —respondí, intentando controlar el temblor en la voz—. Hay cosas que debo contarte, mi vida. Cosas que no vas a entender del todo, pero que son reales.
Se incorporó, lentamente, y me observó con paciencia. La tensión en su rostro hablaba de años de amor y confianza, de miedos que no quería mostrar.
—Te escucho —dijo—. Lo que sea.
Respiré hondo y empecé a contarle todo: el portal, la Grieta, Sax, las flores de memoria, las visiones que me habían desbordado. Cada palabra era un hilo que intentaba unir mi mundo con el suyo. Sentí miedo de perderlo, de que el amor que teníamos se resquebrajara ante lo imposible.
Alex me escuchaba en silencio, sin interrumpir, aunque la incredulidad y el asombro se dibujaban en cada gesto. Cuando terminé, el silencio se extendió entre nosotros como un manto.
—Es… mucho —susurró finalmente—. No sé si lo entiendo todo, pero… te creo. Te creo porque te conozco, porque sé quién eres, y porque nada de esto cambia lo que hemos construido juntos.
Una oleada de alivio me recorrió, mezclada con culpa y gratitud. Me acerqué a él, temblando, y tomé su mano. Sentí el calor de su piel, esa seguridad que siempre me había protegido.
—Alex… no quiero perderte. Lo que siento por Sax es… confuso, pero tú eres mi vida aquí. Mi hogar. —Mi voz se quebró un instante, y él apretó mi mano—. Prometo que voy a resolver esto, y no dejaré que nos destruya.
Él me miró fijamente, y su sonrisa llegó lentamente, con esa mezcla de amor y comprensión que solo Alex podía transmitir.
—No tienes que prometerme nada más que seguir siendo tú —dijo, con suavidad—. Si necesitas ir a ese lugar, lo haré a tu lado cuando puedas, o te esperaré aquí. Pero no voy a dejar que te enfrentes a esto sola.
Me sentí aliviada y segura al mismo tiempo, como si un peso invisible se levantara de mis hombros. Sus palabras eran un ancla, un recordatorio de que no tenía que elegir entre mundos, que podía amar y vivir en ambos, mientras mi corazón supiera dónde estaba mi hogar.
Nos abrazamos, y el silencio que nos rodeaba ya no era pesado, sino cálido, lleno de promesas no dichas. Y aunque lo desconocido me esperaba, había alguien esperándome también aquí. Alguien que me amaba lo suficiente para confiar, incluso cuando nada tenía sentido.
—Gracias por esperarme —susurré, apoyando la cabeza en su pecho—. Por creer en mí.
—Siempre —respondió él, acariciando mi cabello—. Siempre te creeré.
Nos quedamos abrazados, él acariciando suavemente mi cabello, mientras el silencio se llenaba de calma; afuera, la tarde caía lentamente, y dentro de mí, por ahora, había un espacio seguro donde simplemente podía estar.