Corazones En El Limbo

Capítulo 17 ___Mis niños...

Los días siguientes crucé el portal una y otra vez, como quien atraviesa un sueño recurrente que no deja de llamar. Cada viaje me arrastraba más hondo dentro de la Grieta, y aunque el tiempo ahí parecía fluir diferente—como un río que a veces se detenía y otras veces se desbordaba—yo sentía que algo dentro de mí comenzaba a abrirse, a despertar.

Sax caminaba siempre a mi lado, silencioso, atento, como si supiera que cada paso que daba removía capas de un pasado que no recordaba haber vivido. Él fue quien, al cabo de varios días, se detuvo frente a mí, con ese brillo antiguo en los ojos.

—Ya puedes recordar un poco más —murmuró.

Su voz tenía una mezcla de ternura y peso, como si guardara el borde de una verdad que llevaba demasiado tiempo esperándome.

Me condujo hacia un pequeño valle donde las flores líquidas crecían como espejos suspendidos. Sus pétalos translúcidos latían con un fulgor suave, respirando memorias. Sax me indicó una de ellas.

—Tócala —dijo—. Son momentos… nuestros. De otra vida.

Tragué saliva. El aire se volvió espeso.

Puse mis dedos sobre la superficie tibia de la flor. El mundo se quebró en un resplandor.

Y entonces los vi.

Dos niños pequeños corriendo entre árboles altos, riendo con esa inocencia que perfora el alma. Una niña de unos cuatro años con el cabello alborotado, un niño ligeramente mayor intentando enseñarle a lanzar una piedra al río. Sus voces llenaban el aire.

—¡Mamá!
—¡Papá!

Mi respiración se detuvo. Yo era su madre. Sax era su padre. Y estábamos juntos, los cuatro, en un campamento iluminado por una fogata. Yo preparaba malvaviscos mientras Sax los perseguía alrededor del fuego, fingiendo ser un monstruo. El sonido de su risa, la de los niños… me partió en dos.

Cuando la visión se desvaneció, me quedé temblando. Sentía un hueco en el pecho, un dolor antiguo que ahora tenía nombre y rostro.

—Sax… —mi voz se rompió— ¿volveré a verlos alguna vez?

Él me miró largo rato, como si buscara la forma más suave de herirme con la verdad.

—Te diría lo que puedo, pero… es una información fuerte, demasiado fuerte para llevarla de golpe —respondió, con una seriedad que me heló—. Y cuando la escuches… sentirás aún más necesidad de estar con ellos. No quiero que tomes ninguna decisión por obligación, ni por culpa. Elige siempre lo que realmente quieres, cuando te te diga las opciones.

Intenté contener el temblor de mis manos.

—¿Ellos no están aquí?

Sax sonrió, apenas. Una sonrisa fina, triste, cargada de un dolor que no me había mostrado antes.

—No. Eso no sería justo para ellos —dijo, con voz baja—. Si estuvieran aquí… significaría que están pagando el precio de nuestro pacto, el olvido de tu alma. Y no lo merecen. No deben estar encerrados en este lugar.

Sentí un nudo en la garganta, uno que no se deshacía.

—Mira esa flor —indicó.

La toqué.

Y esta vez, los recuerdos me inundaron por completo: los primeros pasos de mis hijos, sus risas manchadas de barro, los brazos pequeños rodeando mi cuello. Luego sus vidas avanzaron a una velocidad imposible: cumpleaños, tropiezos, el primer día de clases, discusiones adolescentes, noches de estudio, diplomas, graduaciones… todo. Todo lo que había vivido en otra vida.

Cuando la visión terminó, estaba llorando sin poder evitarlo. No era solo el amor por Sax el que me atravesaba. Ahora había otro, más vasto, más profundo. El amor de una madre. El amor por ellos.

Sax se acercó y apoyó una mano cálida en mi hombro.

—No te sientas presionada —susurró—. Cuando llegue el momento de elegir, cuando conozcas toda la verdad… no será tan difícil como ahora parece. No digo que no vaya a doler en el momento, pero después se ira más rápido de lo que imaginas —una sombra cruzó su mirada—.

Me quedé en silencio, mirando las flores que seguían brillando con memorias que aún no me atreví a tocar. Eran hermosas. Y eran brillantes, cada una tenía su valor, un recuerdo.

El portal vibró a lo lejos, esperándome. La Grieta parecía respirar conmigo. Y en ese instante supe que la verdad estaba acercándose, inevitable, como una ola que ya había comenzado a romper.




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