Corazones En El Limbo

Capítulo 20 __Entre lo visible y lo invisible

Esa noche casi no dormí. Cada vez que cerraba los ojos, el vacío volvía a apretarme desde adentro, como si quisiera arrancarme las entrañas.

Cuando sonó la alarma, el estómago se me revolvió. Las clases eran un chiste al lado de todo lo que tenía encima. La mente hecha un nudo, el pecho duro, y un solo pensamiento golpeándome: el portal. Como siempre, nada nuevo.

Me giré hacia el lugar donde siempre dormía Alex. Vacío. Silencio.
La angustia me golpeó de golpe. Quizá no podía seguir a mi lado después de lo de ayer.

Entonces, la puerta se abrió. Me levanté rápido.

Era él.

Toda la tristeza, el nerviosismo y la ansiedad desaparecieron de inmediato.

—Buenos días —dijo con naturalidad cansada—. Fui a hacer las compras. Te iba a avisar, pero estabas tan profundamente dormida que no quise despertarte.

Casi no pude responder.

—Buenos días mi vida.

—¿Vas a clase?

—No estoy para eso —alcancé a decir.

Alex dejó las bolsas sobre la mesada como si soltarlo liberara parte de la tensión acumulada.

—¿Vas a ir al portal?

El silencio le respondió por mí.

Suspiró, agotado, pero sin enojo.

—Lo imaginé.

Me apoyé en la mesada. Necesitaba algo firme antes de hablar.

—Tengo que entender qué pasó ayer. No puedo seguir como si nada.

Alex se acerco hacia mí. Algo había cambiado: menos miedo, más determinación.

—Voy con vos.

Lo miré, sorprendida.

—Alex, no. Nunca quise llevarte porque no sabía cómo ibas a reaccionar o por lo que te podría pasar. No quiero que te pase nada. Ni que termines más asustado.

—¿Hace cuánto pensaste en llevarme y no lo hiciste?

—Desde la primera vez —admití sin escapatoria.

—Entonces voy —dijo—. Me da miedo, sí. Pero me da más miedo que sigas cargando esto sola.

No supe cómo sostenerle la mirada. No era un pedido. Era una decisión.

—Está bien —cedí, aunque algo en mí temblaba—. Te llevaré.

Nos preparamos rápido, cada uno encerrado en su propio silencio. Caminábamos con el miedo respirándonos en la nuca; el mío era antiguo, ya conocido, pero el de él era nuevo, afilado.
Alex avanzaba con pasos tensos, consciente de que esa sería su primera vez frente al portal, y cada movimiento suyo lo delataba.

Al llegar… algo estaba mal.

El aire era más frío, más muerto.
Demasiado.

Me detuve antes del punto exacto donde siempre emergía el círculo de luz, el pulso, el zumbido bajo que sentía hasta en los huesos.

Nada.
Ni un latido.
Ni un temblor en la piel.
Silencio absoluto.

La sangre me cayó como un balde de hielo.

—No… —susurré, avanzando hacia el vacío—. No puede ser.

Alex me observaba con el cuerpo tenso, preparado para cualquier cosa.

—¿Dónde está? —preguntó con cautela.

—Acá —dije, señalando el lugar exacto—. Siempre estuvo acá. Lo sentía incluso antes de verlo.

Avancé, esperando que apareciera, que algo reaccionara.

Nada.

Alex me tocó el brazo con suavidad, como si temiera romperme.

—Liría… —dijo, con una sinceridad que dolió—. Acá no hay nada.

El golpe en el estómago fue mío, no de sus palabras. Porque yo misma empezaba a dudar.

—No estoy imaginando esto —dije, con la voz quebrada pero firme—. No inventé el portal. Ni a Sax. Ni lo que sentí ayer. No es una fantasía.

Alex tragó saliva. No era el portal lo que lo asustaba, sino cómo me veía a mí.

—No digo que inventes —respondió—. Digo que puede que lo estés viviendo de una manera que yo no alcanzo a ver. Y eso me deja impotente. Y preocupado. Mucho.

Sus palabras fueron un puñetazo emocional. No porque estuvieran mal, sino porque eran la verdad más sincera que podía darme en ese instante.

Me quedé mirando el espacio vacío, sintiendo cómo dos realidades chocaban dentro mío: la que siempre conocí y la que él veía ahora.

El portal no estaba.
Alex sí.

Y lo que de verdad estaba empezando a romperse no era la magia.

Era nosotros, atrapados entre lo que yo sabía y lo que él podía creer.

Pero algo dentro de mí seguía inamovible:
el portal no desapareció porque sí.
Se ocultó por una razón.
Eligió callar.

Y esa frontera —entre lo espiritual y lo real— acababa de hacerse finísima.

Demasiado finísima.

Y Alex, sin quererlo, acababa de quedar conmigo justo en el medio.




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