Corazones En El Limbo

Capítulo 21 __3 elecciones, una invisible.

Entonces lo sentí.

No fue una voz como las que se escuchan con los oídos, sino una vibración directa en el pecho. Un pulso que se expandió por mis pensamientos como una verdad que no pide permiso.

Él no puede estar aquí.
No podrá.
Solo tú puedes.
Debe quedarse a cierta distancia.

El aire cambió de golpe. Lo sentí antes de verlo, como siempre.

El portal apareció frente a mí. No con estruendo ni con luz violenta, sino como un desgarro suave en la realidad; una presencia que reconocía mi alma, aunque el mundo a mi alrededor fingiera normalidad.

—¿Lo ves? —pregunté, sin despegar la mirada del círculo vibrante.

Alex frunció el ceño, miró el espacio frente a mí… y luego me miró a mí.

—No —respondió con honestidad—. No veo nada.

El portal estaba solo ante mis ojos.

Entonces sentí a Sax.

No apareció físicamente, pero su presencia fue tan clara como un recuerdo que jamás se borra. Su voz me atravesó por dentro, grave, contenida, firme.

No podrás pasar mientras él esté viendo cómo cruzas.

Tragué saliva.

Este lugar solo puede ser atravesado por quienes hicieron un juramento —continuó—. Una promesa desde el alma, sellada para otras vidas. Él no la ha hecho.

Miré a Alex. Estaba ahí, real, tenso, vulnerable. Totalmente ajeno a lo que tenía delante.

No importa cuánto quiera —siguió Sax—. No puedo permitir que pase. Si lo hiciera, descubriría uno de los secretos más grandes de este mundo. Y ese conocimiento no le pertenece ahora.

Sentí un nudo cerrarse en el pecho.

Lo sabe por vos —dijo, con tristeza contenida—, pero lo olvidará cuando todo esto se resuelva. Es necesario.

El portal vibró apenas, como confirmando sus palabras.

Este es un lugar donde las almas recuerdan —explicó—. Vidas pasadas. Culpa. Emociones no resueltas. Promesas antiguas.

Alex me miró preocupado.

—¿Qué pasa? —preguntó—. Cambiaste la cara.

Quise explicarle. Quise decirle todo. Pero su mirada atravesaba un espacio vacío, mientras la mía estaba anclada en algo que él jamás podría ver.

El portal seguía ahí.
Esperándome.

Alex también.

El portal no había desaparecido. Se había ocultado.

Me giré hacia Alex despacio, como si un movimiento brusco pudiera romper algo más.

—Alex… necesito que confíes en mí, aunque no puedas ver nada de esto.

Sostuvo mi mirada, tenso, pero presente.

—El portal está ahí —continué—. Frente a mí. No desapareció. Se ocultó de vos.

—¿Cómo que se ocultó?

—Porque no podés pasar. No ahora. No en esta vida.

El golpe fue inmediato. Lo vi en su cara.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Qué tiene de distinto?

—Esto no es solo un lugar. Es un umbral para almas que hicieron un juramento. Una promesa profunda, de otra vida. Yo la hice. Sax la hizo. Vos no.

Alex bajó la mirada un segundo, procesando.

—Si cruzaras conmigo, o si vieras cómo cruzo —seguí—, algo en vos se activaría. Recordarías cosas que no te corresponden todavía. Vidas, culpas, emociones que no son tuyas. Y eso te rompería.

Levantó la vista, herido pero sincero.

—¿Entonces qué se supone que haga?

—Esperarme —dije con firmeza—. No acá. Más allá.

—¿Más allá de qué?

—De este punto. Esperame donde no puedas ver cómo cruzo. No te preocupes por el tiempo: será corto. Sax me dijo que, cuando todo esto se resuelva, vas a olvidar lo del portal. Será para tu bien.

Alex apretó los puños.

—¿Y si no volvés? ¿Y si elegís quedarte… y yo lo olvido todo?

Lo miré de frente. Sin mentirle.

—Voy a volver.

El viento soplaba frío. El sol empezaba a salir, pero yo sentía que el tiempo se había detenido. Como si todo lo que creía entender se hubiera desarmado en un suspiro.

De alguna manera siempre supe que este momento llegaría. Pero no estaba lista. No para decidir.

Alex se dio la vuelta. Su rostro, marcado por la duda y la angustia, me sostuvo con una última mirada.

—Voy a esperar —dijo finalmente, con voz baja pero firme.

Quise detenerlo. No por desconfianza, sino porque algo dentro de mí sabía que la espera no sería simple. Ni para él ni para mí.

Mientras se alejaba, crucé el portal.

Y vi a Sax.

—Hola, Liría —dijo—. Hoy es el momento de saberlo todo. Incluso las opciones.

—Estoy lista —respondí—. Decime.

Sax me miró como solo miran quienes conocen todas tus vidas.

—El pacto que hicimos fue real. No simbólico. No imaginado. Real y profundamente sentimental. Tan auténtico que logró cumplirse. Y eso es algo que muy pocas almas consiguen.

—Hay parejas que hacen juramentos, promesas, votos de amor… pero no creen de verdad. No creen que exista otra vida. Y cuando no hay fe real en eso, el juramento se disuelve solo.

—Vos sí creíste.

El espacio pareció expandirse.

—Cuando falleciste, tu alma no llegó al cielo ni al infierno. Llegó más allá del universo, a un lugar donde ningún humano podría llegar jamás. Ese lugar se llama la Fuente.

—La Fuente es el principio de nuestras vidas. Allí las almas se liberan de la culpa y del miedo. Todo lo aprendido en cada vida se integra para la siguiente, aunque no se recuerde.

—No es un lugar donde se decide cómo será tu vida. Es donde te toca la vida que corresponde a lo que todavía te falta aprender. Y así, una y otra vez, hasta comprenderlo todo.

—También es donde nacen almas nuevas. Sin enlaces, sin recuerdos, sin karmas. Empiezan limpias.

—Pero no todas las almas lo son.

—Hay almas que llevan décadas de encarnaciones. Décadas de karmas. Y no todos se pagan en la misma vida.

—Cuando alguien hace daño por maldad voluntaria, a veces ese karma no se paga de inmediato. Se paga después, en una vida donde no se recuerda nada.

—Decime, Liría: ¿qué es peor? ¿Pagar sabiendo… o pagar sin saber?

El silencio respondió.

—No existe un cielo ni un infierno como los describen. Existe el karma o la libertad. Todos van al mismo lugar, pero no todos viven las mismas vidas.




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