Corazones En El Limbo

Capítulo 23 __Un guiño misterioso

Volví antes del amanecer. La casa estaba en silencio, roto solo por el zumbido suave del refrigerador y el tic-tac del reloj. Camine descalza hacía la cama, Alex estaba dormido, boca arriba, con su cabeelo que parecía que se había peleado con la almohada. Me acurre a su lado, y apenas toque las sábanas sentí un alivio, la relajación de mis músulos, que después de tanto tiempo me dormí en un cerrar y abrír de ojos.

La luz que atravesaba la ventana me despertó. Me levanté bostezando y fui a la cocina, él estaba de pie frente a la estufa, concentrado como si estuviera en medio de un experimento científico crucial. La sartén echaba vapor y los huevos parecían bailar, mientras él los giraba con solemnidad exagerada. La luz de la mañana entraba por la ventana y delineaba su cabello desordenado, sus gestos torpes y, de alguna manera, encantadores.

Me apoyé en la pared, observándolo. No decía nada, ni me miraba. Estaba concentrado en su desayuno, ajeno a que yo había estado fuera. Eso me hizo sonreír. Todo lo que había pasado—los portales, Sax, las decisiones imposibles—seguía siendo gran parte un secreto mío, y cada torpeza suya se sentía como un recordatorio de lo humano y cotidiano.

—Hmm… —murmuró mientras intentaba voltear un huevo que casi salta de la sartén—. Esto… esto no estaba en el manual de supervivencia matutina.

Me reí por dentro. Podía imaginar la expresión de su rostro, concentrado y serio, mientras el huevo amenazaba con escapar y él lo defendía como un caballero medieval defendiendo un castillo.

—¿Seguro que sabes lo que hacés? —pregunté, divertida, cruzándome de brazos.

Alex giró la cabeza hacia mí, con esa sonrisa despreocupada que siempre me hacía sonreír.

—Por supuesto —dijo—. Esto es pura ciencia y arte… y un poquito de magia de los domingos. Sí, magia. Eso explica todo.

—Uh-huh —dije, divertida—. La misma magia que usaste la última vez que incendiaste la sartén.

—Malentendido —replicó, sin inmutarse—. Técnicamente fue humo experimental. Ciencia pura.

Observé cómo agregaba un poco de leche al café y luego derramaba azúcar sin querer, creando un pequeño patrón caótico sobre la mesa. Se encogió de hombros y sonrió, como si la gravedad tuviera sentido del humor propio.

—Si desaparezco un rato y aparezco tarde —dijo, aún concentrado en batir su café con la cuchara—, prometéme que no me vas a juzgar. Mi capacidad para coordinar mis piernas, la tostadora y los huevos es… limitada.

—Trato hecho —dije—. Mientras no metas los zapatos en la nevera, todo está bien.

—Excelente consejo —dijo, serio—. Nada de zapatos en la nevera. Got it.

Se sirvió un poco de café y miró los huevos como si fueran pequeños dragones domesticados.

—Hoy sobreviviremos al desayuno… juntos —murmuró con solemnidad—. Una aventura épica.

No pude evitar reírme por dentro. Él no tenía idea de la tormenta que había sucedido mientras yo estaba fuera. Todo mi secreto permanecía intacto. Todo lo extraordinario permanecía oculto mientras la vida cotidiana se deslizaba tranquila, absurda y ligera.

—Perfecto —dije—. Hoy desayunamos, nos divertiremos y seguimos siendo personas funcionales. Eso es suficiente.

—Eso es heroico —replicó, levantando la taza como si brindara solemnemente—. Aplaudo tu paciencia con un dormilón que probablemente ronca en código Morse, desafía la gravedad y causa caos culinario.

Se sentó frente a mí, apoyando los codos sobre la mesa y tomando un sorbo de su café como si aquello fuera un ritual sagrado. Me miró con esa expresión suya que siempre parecía contener un secreto, pero no decía nada.

—Oye… —comenzó, ladeando un poco la cabeza—. Hoy estás particularmente… intrigante.

—Ya se solucionó lo del portal —dije, ligera, levantando una ceja y sonriendo—. Todo bajo control.

Él me observó un instante, parpadeando, como si intentara descifrar algo que no podía.

—Ah… —murmuró con una sonrisa torcida—. Muchísimas películas, ¿eh?

—Muchísimas —le respondí, guiñándole un ojo, divertida—.

Alex me devolvió el guiño, lento, medido, como si supiera algo que yo no podía comprender, y luego sonrió tranquilo, tomando otro sorbo de su café.

—Sí… perfecto —dijo, con esa calma que parecía abarcarlo todo—.

Me reí suavemente, divertida y un poco desconcertada. No tenía idea de si su guiño significaba algo real o si simplemente era uno de esos gestos suyos que siempre me dejaban pensando. Pero ahí estaba: un pequeño hilo de misterio, invisible para él, que flotaba entre nosotros y que el lector podía notar sin necesidad de explicaciones.

—Bueno, entonces hoy somos héroes cotidianos —añadió, como si sellara el trato—. Funcionales, con café y tostadas, y aire de aventuras… y de secretos, supongo.

No pude evitar sonreír de nuevo. Todo podía seguir siendo normal, ligero y divertido. Alex seguía siendo él mismo: torpe, despreocupado, humano. Y yo, con mi secreto intacto, podía disfrutar de cada pequeño instante de normalidad sin que nada extraordinario interfiriera.

Mientras recogía los platos y él se acomodaba para salir hacia la universidad, respiré hondo, sintiendo una calma profunda. La magia permanecía escondida, y el guiño de Alex… bueno, eso quedaba flotando, misterioso, cómplice y divertido, como un pequeño recordatorio de que algo había pasado sin que ninguno de los dos tuviera que decirlo en voz alta.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente presente en la normalidad, y sin que él lo supiera, eso era exactamente lo que había protegido: la posibilidad de que lo inesperado llegara en su momento, ligero, humano… y totalmente mío.




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