(Ji Min)
Desperté con un aroma impregnado en mi olfato, el perfume que le habían rociado era de flores, específicamente de jazmines tan fraganciosas que podía sentirlas en todas partes, en las sábanas de nuestra cama, en mi piel, en mis labios, mis manos prácticamente tenían su aroma, era embriagante y maravilloso.
Al abrir los ojos no pude evitar querer más, más de la noche anterior, más de su aroma, su suave piel sobre la mía, la de ella ardía con cada roce y beso que yo le daba ¿cómo iba a vengarme de ella si estaba tan metida en mi mente y ahora en mi piel? Yo había tenido el honor de ser el primero en tocarla, en sentirla en cada centímetro de mi piel, y no deseaba otra cosa que tenerla solo para mí.
Me gire para verla a los ojos o verla dormir, pero ya no estaba a mi lado. Me levanté tan rápido como pude y la encontré en el balcón cubierta solo con una bata de seda fina y suave que me llamaba. Me acerqué lentamente a ella para ver lo que ella miraba, me encontré con la vista más hermosa de todo el palacio, era el jardín más grande, lleno de árboles y flores de todos los colores, formas y especies. Caminos hechos con tal delicadeza y precisión que podías conocer todo el jardín recorriéndolos, todo era precioso, y abajo estaban damas de la corte que al igual que mi esposa tenían su mirada en un punto fijo, más bien en alguien, el rey del fuego, Nam Joon.
Él la miraba a ella, con una expresión triste y solo se movió para saludar a mi esposa con una fingida sonrisa. Eso me hizo hervir la sangre y ya no pude controlarme más. Rápidamente tomé una bata que estaba a mi alcance y salí al balcón, tomé del brazo a mi esposa y la jalé hacia adentro para luego cerrar las puertas del balcón detrás de mí. Cuando giré para verla había una mirada de terror en sus ojos.
−Solo lo saludé, no fue nada que se pudiera tomar a mal, no tenías por qué tirar de mí de esa manera −se defendió ella al ver a acusación en mi mirada−. Lo lamento de verdad, pero juro que no me vio sin ropa ni nada por el estilo.
−Basta, no trates de restarle importancia a lo que me molesta de esto −dije entre dientes−. El solo hecho de que lo mires me hace hervir de furia, si no quieres que me enfade más, solo aléjate de él.
−Por favor perdona mi ofensa, no quiero ser más merecedora de tu odio −pidió ella tomándome de la mano−. Anoche fue el momento más sublime de mi vida, te ruego que haya más noches y momentos así, tómame como la esposa que soy y te prometo ser obediente ante tus peticiones.
Me limité a mirarla sorprendido de su petición y promesa, ella me estaba rogando por hacer las paces y olvidar lo ocurrido antes. Igual que yo, ella deseaba tener una relación normal de esposa, mi corazón latía con tanta fuerza ante ella. De verdad ella era el sueño más añorado de mi corazón, la quería solo para mí y mi corazón lo sabía ¿cómo podía negarme ante la petición tan maravillosa de mi esposa?
Me acerqué a ella y la tomé del brazo con algo de fuerza, no me sorprendió ver que ella esperaba quizás un golpe o rechazo de mi parte, así que con la otra mano la tomé del cabello y de sus labios salió un jadeo de dolor. Entonces aproveché para besarla con toda la fuerza que pude, acariciando la piel de su rostro, dejando besos en su cuello y bajando poco a poco hasta escuchar un gemido de ella. Sus manos bajaron y eso era una señal pidiendo que siguiera, así que tan rápido como pude con las manos empecé a quitar su bata que se deslizó por su cuerpo con tanta facilidad que casi parecía solo haber sido mi imaginación. La toqué con suavidad y ella me permitió guiarla hasta la cama otra vez.
− ¿Prometes ser obediente siempre? −pregunté mientras yo me subía a la cama encima de ella−. ¿Seguirás mis ordenes sin oponerte?
−Bueno, soy la reina y como tu esposa también tengo derecho a darte ordenes que mantengan a salvo mi reino −respondió ella mirando a otro lado−. Pero puedo seguir ordenes que mantengan nuestra relación en buen camino.
−Me parece un buen trato sin duda, pero tienes que prometer que nuestro matrimonio será primero −dije acariciando su pierna izquierda.
−Lo prometo, obedeceré ordenes que sean solo entre nosotros y de nuestro matrimonio −respondió ella con la espalda arqueada debajo de mí−. Prometo que nuestro matrimonio será primero.
−Si es así entonces no tendrás problema en seguir mi primera orden −susurré en su oído, ella negó suavemente evitando mirarme a los ojos−. Acuéstate de pecho, y si quieres gritar hazlo en la almohada o los guardias escucharan.
Ella soltó una risa pícara y obedeció.
Las doncellas encargadas de la limpieza de las habitaciones llegaron y nos hicieron saber que debíamos estar en la sala del trono para recibir audiencias de los súbditos que deseaban ver al nuevo rey que venía de otra parte y a su tan esperada reina que ascendió antes de tiempo gracias a nuestro matrimonio,
− ¿Alguna vez fuiste parte de una audiencia antes? −preguntó ella con timidez y aferrándose a mi mano.
−Estuve obligado muchas veces a ver las audiencias de mi padre, así que no te preocupes, tengo experiencia −respondí con una sonrisa orgullosa al ver su asombro−. Además, tengo entendido que tú estudiaste mucho para ser la reina, sabrás resolver los conflictos que se presenten.
Ella me sonrió adorablemente feliz y orgullosa de ser reconocida por mí y seguimos caminando hasta llegar a nuestros respectivos tronos. Las damas de la corte que acostumbraban seguirla por todas partes me miraron coquetas y con sonrisas obvias, creí que quizás eso podía despertar los celos de ella, pero ella estaba mirando las flores que adornaban su trono y el del rey, que me correspondía a mí, fue reemplazado por un trono hecho de hielo cristalizado.