Corazones Encadenados

Sombras Doradas

En el reino de Eldora, donde las estrellas parecían más cercanas y los días más largos, gobernaba un príncipe cuyo nombre alguna vez fue sinónimo de esperanza y justicia: Kaelor.

Desde niño, Kaelor fue educado para proteger a su pueblo, inspirado por su madre, la difunta reina Aeloria, conocida por su inmensa bondad. El joven príncipe, de ojos dorados y corazón puro, creció bajo la sombra de ese legado, decidido a llevar luz a cada rincón de su reino.

Pero el destino tiene un retorcido sentido del humor.

En una noche oscura, cuando los vientos traían consigo susurros de antiguos hechizos olvidados, Selina, la hechicera del bosque, se presentó ante Kaelor. Vestida con túnicas negras que brillaban bajo la luna, le ofreció al príncipe un regalo: un cinturón dorado, resplandeciente y forjado en el fuego de promesas antiguas.

— Esto te protegerá de tus enemigos — dijo Selina, con una voz suave pero insidiosa — Con él, tendrás la fuerza de los dioses, y ningún mal podrá doblegar tu voluntad.

Deslumbrado por su promesa y cegado por el deseo de cumplir con su destino, Kaelor aceptó el regalo. Pero lo que no sabía era que ese cinturón, lejos de ser un arma de protección, era una cadena invisible que ataría su alma a la oscuridad.

Cada día que pasaba desde que el cinturón envolvía su cintura, Kaelor cambiaba. Al principio, fue un leve susurro en su mente, una voz ajena que cuestionaba su propia bondad.

Luego, esos susurros se convirtieron en gritos que retumbaban en su cabeza, hasta que su visión del mundo se distorsionó por completo. Lo que una vez amaba, lo empezó a despreciar. Donde antes veía belleza y vida, ahora solo encontraba decadencia y traición.

El pueblo de Eldora, que tanto lo había amado, se convirtió en una masa informe de rostros aterrados y desconfiados, esclavos de sus propios miedos.

Y Kaelor, atrapado por el oscuro poder del cinturón, fue quien los sometió, haciéndolos prisioneros de un reino en ruinas, sin darse cuenta de que el verdadero prisionero era él.

Lo que nadie sabía era que este maleficio ya había sido lanzado antes. Hace años, Selina había hecho lo mismo con un valiente guerrero llamado Lenek, un joven de ojos verdes cuyo coraje y honor fueron su perdición.

Lenek había caído bajo el mismo sortilegio, pero a diferencia de Kaelor, su corazón resistió. Aunque su mente estaba atrapada, su alma luchaba constantemente, encontrando en sus sueños fragmentos de lo que alguna vez fue.

A medida que Kaelor caía más y más en la oscuridad, un nombre empezó a resonar en los murmullos del viento: Lenek. La semejanza física entre el príncipe y el guerrero no era una mera coincidencia. Selina había elegido a Kaelor por esa similitud, consciente de que la maldición sería aún más cruel al ver a un hombre tan noble desmoronarse igual que Lenek, pero sin la fuerza para resistir.

La guerra en el interior de Kaelor era devastadora. Sus pensamientos ya no le pertenecían. El odio que sentía hacia sí mismo por lo que había hecho a su pueblo lo consumía, pero, al mismo tiempo, no podía dejar de disfrutar del poder que ejercía sobre ellos.

Era un tirano, un villano, y lo sabía. Pero, en lo más profundo de su ser, una pequeña chispa de lo que alguna vez fue seguía luchando, queriendo liberarse.

Una noche, mientras el reino dormía bajo la pesada sombra de su tiranía, Kaelor tuvo un sueño que no era un sueño. En medio de la nada, una figura se presentó ante él: un hombre joven, de facciones idénticas a las suyas, pero con ojos verdes que brillaban con una intensidad que él había olvidado.

— Soy Lenek" — dijo el joven, su voz cargada de una tristeza insondable. — Fui el primero en caer bajo el poder de Selina. Pero tú, Kaelor, aún puedes redimirte.

El príncipe lo miró con odio y confusión.

— ¿Redimirme? ¿Después de lo que he hecho?

— El cinturón no es solo una cadena — explicó Lenek, con una calma que desarmó al príncipe — Es un espejo. Refleja lo peor de ti, pero también puede mostrar lo que más temes ver: la verdad. Has sido manipulado, pero aún queda tiempo. Lucha, Kaelor, como yo lo hice.

Al despertar, Kaelor se sintió diferente. El odio seguía allí, pero la culpa había crecido lo suficiente como para crear una grieta en la oscuridad que lo rodeaba. Sabía que debía enfrentarse a Selina. Solo ella tenía el poder para romper el hechizo, y él necesitaba respuestas.

En el corazón del bosque oscuro, donde los árboles susurraban secretos y las sombras se movían con vida propia, Kaelor encontró a Selina, tal como lo había hecho años atrás. Pero esta vez, no estaba solo. Lenek, o más bien su espíritu, lo acompañaba, visible solo para él.

— Has vuelto — murmuró Selina, con una sonrisa fría — Sabía que lo harías.

— Libérame — exigió Kaelor, su voz temblando de ira y dolor.

Selina rió suavemente.

— ¿Liberarte? Estás aquí porque lo deseas. El poder, el control... Te consume, Kaelor. Eres exactamente lo que siempre debiste ser.

— ¡No! — gritó el príncipe, con lágrimas ardiendo en sus ojos dorados — ¡Esto no es lo que soy! ¡Este no es mi destino!

En ese momento, Lenek dio un paso adelante, sus ojos verdes ardiendo con determinación.

— Tu destino es el que tú elijas, Kaelor.

Selina, sorprendida por la aparición del guerrero, alzó sus manos para lanzar un hechizo, pero antes de que pudiera conjurarlo, Kaelor, con la fuerza de su desesperación, rompió las cadenas invisibles del cinturón. Un destello de luz dorada envolvió su cuerpo, y el hechizo de Selina se desvaneció.

Lenek, viéndolo libre, asintió con una leve sonrisa antes de desaparecer en la bruma del bosque.

El cinturón cayó al suelo, inerte, mientras Selina, derrotada, retrocedía lentamente, consciente de que su poder sobre Kaelor había terminado. Pero en los ojos del príncipe, ya no había odio ni miedo. Había dolor, sí, pero también una resolución férrea.

Kaelor regresó a su reino, determinado a restaurar lo que había destruido, con el recuerdo de Lenek grabado en su corazón. El príncipe, tanto héroe como villano, lucharía hasta el final, no solo por su pueblo, sino por redimir su propia alma.




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