La Risa como Jaula
Claudia sostenía la pluma entre sus dedos con una delicadeza casi amenazante, como si el simple objeto tuviera el poder de desmantelar las barreras que Ariadna tanto había construido.
El aire estaba cargado de tensión, y Ariadna, atada a la silla, no podía apartar la mirada de los ojos oscuros de su novia, donde brillaba una mezcla de furia y algo cercano a la obsesión.
- ¿Sabes? La risa es una cosa curiosa - dijo Claudia, caminando lentamente alrededor de Ariadna -Es involuntaria, sincera... pero también traicionera. ¿Cuántas veces me habrás mentido mientras te reías, Ari? Pero esta vez no podrás ocultarlo. Voy a hacerte hablar.
Ariadna se retorció en la silla, sintiendo el roce de las cuerdas que ataban sus muñecas.
- Claudia, por favor... no tienes que hacer esto. ¡No te he mentido! Por favor, detente.
Claudia no respondió. En lugar de eso, inclinó la cabeza con una sonrisa fría.
- No estás en posición de pedirme nada - Levantó la pluma y la deslizó suavemente por el cuello de Ariadna, arrancándole una risa involuntaria. -Ahí está. Esa es la verdad saliendo de ti.
El toque ligero bajó por sus brazos, deteniéndose en la curva de sus costillas. Ariadna intentó retener la risa, pero era imposible.
La sensación era insoportable, una mezcla de incomodidad y vulnerabilidad que la debilitaba con cada segundo que pasaba.
- ¿Vas a decirme lo que hiciste?- preguntó Claudia, su tono firme pero teñido de un extraño deleite - ¿O quieres que continúe?
- ¡Claudia, basta! - rogó Ariadna entre risas y jadeos -Te lo juro, no hice nada.
- Eso no es suficiente - Claudia llevó la pluma hacia el abdomen de Ariadna, deslizándola con precisión en los puntos que sabía que eran más sensibles.
Las risas de Ariadna se convirtieron en sollozos mezclados con respiraciones entrecortadas.
La desesperación comenzaba a nublar su mente, y con cada carcajada, sentía que estaba perdiendo el control sobre sí misma.
- Sabes, Ari - continuó Claudia, inclinándose para susurrarle al oído - la risa tiene otra función. Puede quebrar incluso a la persona más fuerte. No es dolor lo que necesitas para confesar, sino perderte en esto... en el caos de tu propia reacción.
Las palabras de Claudia eran suaves, casi hipnóticas, y Ariadna sintió cómo algo dentro de ella comenzaba a ceder. No era solo el agotamiento físico de las cosquillas, sino el peso psicológico de estar bajo el control total de alguien que conocía cada rincón de su ser.
Claudia no estaba simplemente buscando la verdad; estaba demostrando su poder, recordándole a Ariadna que era ella quien tenía las riendas.
Los minutos pasaban, y Ariadna dejó de luchar. Su cuerpo, debilitado y sometido, se abandonó al torrente de risas que no podía controlar.
La línea entre el placer y la tortura se desdibujaba con cada movimiento de la pluma. La mirada de Claudia se suavizó al notar el cambio en su novia.
No era exactamente sumisión lo que veía, pero sí una rendición parcial, una aceptación del juego que ella había impuesto.
- Eso es mejor - murmuró Claudia, dejando la pluma a un lado y acariciando el rostro de Ariadna con una ternura que contrastaba con todo lo que acababa de suceder. -¿Ves lo fácil que es? Todo lo que tienes que hacer es confiar en mí, decirme la verdad, y todo esto terminará.
Ariadna, aún respirando con dificultad, asintió débilmente. Pero en el fondo de su mente, algo comenzaba a cambiar.
Claudia no estaba buscando una confesión; estaba probando hasta dónde podía llegar, cuánto podía controlar. Y aunque Ariadna había caído bajo su influencia, sabía que esto no podía durar para siempre.
Claudia desató las cuerdas con movimientos lentos, observando a Ariadna con una sonrisa satisfecha.
-Eso estuvo mejor, ¿no crees? Ahora sabes lo que pasa cuando intentas engañarme.
Ariadna no respondió. Sus ojos estaban fijos en el suelo, su cuerpo temblando por la experiencia. Pero en su interior, una chispa de resistencia comenzaba a encenderse.
Sabía que Claudia la amaba, pero también sabía que ese amor estaba envuelto en algo oscuro, algo que tarde o temprano tendría que enfrentar.
Por ahora, sin embargo, permaneció en silencio, dejando que Claudia creyera que había ganado. Pero la batalla interna de Ariadna apenas comenzaba.
FIN