El aire tenía sabor a lluvia antes de caer.
Una brisa caliente recorría la llanura, agitando las flores negras que ahora se cerraban, como si temieran lo que venía del cielo. La grieta de la luna se ensanchaba, y de ella descendía un hilo oscuro que parecía líquido y humo a la vez.
Kael y Lía se pusieron de pie, aún temblando del encuentro que acababan de sobrevivir. Sus manos seguían entrelazadas; sus marcas ardían con el mismo pulso.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, sin apartar la vista del cielo.
—Algo que no debía despertar —respondió Kael, con la voz tensa—. Cuando cruzamos el umbral, rompimos el sello.
Lía giró hacia él, confundida.
—¿El sello?
—La frontera entre los mundos. No era solo una barrera para separarnos… era una prisión.
El hilo de sombra tocó el suelo. Donde cayó, la tierra se ennegreció y empezó a agrietarse. Un murmullo emergió, como si mil voces susurraran desde debajo.
—¿Qué encerraba? —preguntó Lía, retrocediendo un paso.
Kael la sujetó del brazo.
—No lo sé. Pero lo siente. Nos siente.
Ella se estremeció.
—Entonces fue por nosotros… ¿o por lo que somos?
Kael guardó silencio.
El suelo volvió a vibrar.
Entre las grietas brotó algo que parecía humo y sangre mezclados. Formas humanas, sin rostro, comenzaron a levantarse una tras otra. Algunas caminaban torpemente, otras se arrastraban. Y todas, absolutamente todas, repetían lo mismo:
—El eco... el eco... el eco...
Lía dio un paso atrás, tropezando con las raíces que emergían del suelo.
—Kael…
—No te separes.
—¿Qué son?
—Recuerdos que olvidaron morir.
El cielo tronó. De pronto, la voz del guardián resonó, distorsionada, como si hablara a través de miles de espejos rotos.
—¡No debían tocarse! ¡Despertaron a los que estaban dormidos!
Kael miró hacia arriba, desafiante.
—¡Entonces ayúdanos a contenerlos!
—No puedo. Ya no tengo dominio sobre este mundo. Lo que duerme, ahora camina.
Lía sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
—¿Camina… hacia qué?
La respuesta llegó desde el viento:
—Hacia ustedes.
Las sombras avanzaron. Sus pasos eran silenciosos, pero cada uno hacía que la tierra temblara. Al pasar cerca, el aire se enfriaba tanto que la respiración de Lía se volvió visible.
—Kael, están rodeándonos…
Él desenvainó su hoja, una espada de luz opaca que parecía absorber el brillo de su marca.
—Entonces será otro amanecer de guerra.
Ella lo miró con rabia y miedo.
—Siempre piensas en luchar.
—Porque siempre he tenido que hacerlo.
—Y yo he tenido que sobrevivir sin pelear —replicó ella, con lágrimas contenidas—. Pero ya no quiero solo sobrevivir.
El suelo explotó detrás de ellos. Una sombra más grande que todas emergió, con forma casi humana, pero hecha de un humo que contenía relámpagos. En el centro de su pecho, un ojo abierto los observaba.
—Ahí está el corazón del eco —dijo Kael—. Si lo destruimos, puede que el resto se disuelva.
Lía negó.
—No, Kael… lo reconozco.
—¿Qué dices?
—Esa presencia… esa energía… yo la sentí antes. En mis sueños. En la tormenta de mi nacimiento.
El ojo parpadeó. Una voz resonó directamente dentro de sus cabezas:
“No me recuerdas, pero naciste de mí.”
Lía se llevó las manos a la sien.
—Está dentro… dentro de mí…
Kael la sostuvo, furioso.
—¡Sal de ella!
“No puedo salir. Ella me invocó cuando eligió cruzar.”
El ojo giró hacia Kael.
“Y tú, hijo del fuego, me rompiste cuando la tocaste. Ahora estoy completo.”
La sombra se alzó, extendiendo brazos que se multiplicaban, como tentáculos de humo.
Kael gritó:
—¡Lía, escucha! ¡No es parte de ti!
—Sí lo es… —susurró ella—. Pero no en la forma que él cree.
Lía cerró los ojos, respiró profundo, y su marca comenzó a arder más fuerte que nunca. La luz que brotó de su pecho se transformó en un círculo que la rodeó, proyectando símbolos antiguos sobre la tierra.
El viento cambió de dirección, y las sombras se detuvieron, inquietas.
—No puedes controlarme —dijo la voz.
—No vine a controlarte —respondió ella—. Vine a recordarte.
Kael dio un paso adelante.
—¿Qué estás haciendo?
—Lo que debimos hacer desde que nacimos. Unir las memorias.
El cielo se abrió en un espasmo de luz. Los relámpagos bajaron y golpearon el suelo, iluminando por segundos a las sombras petrificadas. Cada rayo mostraba un rostro distinto, como si fueran las almas de quienes alguna vez existieron en el Reino del Eco.
Lía levantó los brazos.
—¡Kael, pon tu marca junto a la mía!
Él dudó.
—Si lo hacemos, el mundo puede volver a romperse.
Ella lo miró, decidida.
—Entonces que se rompa. Pero que lo haga por algo que valga la pena.
Kael apretó los dientes. Dio un paso. Luego otro.
Y cuando sus manos se tocaron, la luz se expandió como un mar.
El ojo gritó, un sonido sin sonido, que hizo vibrar la llanura. Las sombras se derritieron, convirtiéndose en polvo que ascendía hacia la grieta lunar.
El guardián apareció de nuevo, su figura temblando, incompleta.
—¿Qué han hecho…?
Kael respiraba con dificultad.
—Lo que tú nunca te atreviste: liberar lo que estaba atrapado.
—No entiendes —replicó el guardián—. El equilibrio se romperá.
Lía lo miró, serena.
—El equilibrio solo existía porque alguien lo impuso. Nosotros no queremos equilibrio… queremos verdad.
El guardián cayó de rodillas.
—Entonces prepárense para el despertar.
La grieta de la luna se cerró de golpe, pero en el último instante, una chispa negra cayó del cielo y se hundió en la tierra. Donde tocó, brotó una flor blanca.
Kael y Lía se quedaron mirando el resplandor.
—¿Crees que terminó? —preguntó ella.
—No —dijo él—. Apenas empezó.
#1559 en Fantasía
#5401 en Novela romántica
romance mistico, magia brujas hechiceros aventura romance, magia amor fantacias
Editado: 27.10.2025