Corazones entre Sombras I

El Juicio de las Voces

El amanecer no llegó con luz.
Llegó con sonido.

Un murmullo, primero leve, luego ensordecedor, se alzó desde los confines del cielo. Era como si miles de voces antiguas despertaran al mismo tiempo, recordando sus nombres, sus juramentos, sus pérdidas.
Lía abrió los ojos entre la penumbra; su cuerpo aún temblaba por lo ocurrido en la Ciudad de los Ecos. A su alrededor, el aire vibraba con notas doradas, como si el mismo tiempo respirara.

Kael estaba a su lado, en silencio.
La mirada de ambos se cruzó, y algo en su interior supo que ya no eran los mismos. Habían tocado el corazón del mundo, y algo en ese contacto los había cambiado para siempre.

—Nos están llamando —susurró Lía.
Kael asintió, su voz baja y grave:
—Sí. Las Voces han despertado.

El horizonte se abrió como un velo de fuego, y de entre la luz surgió un círculo de tronos suspendidos en el aire. Eran doce. Cada uno hecho de un elemento distinto: piedra, agua, sombra, viento, flor, hueso, fuego, arena, cristal, memoria, silencio… y uno más, vacío.
Encima, figuras colosales emergían, hechas de luz y oscuridad entrelazadas. Eran los Dioses del Equilibrio, los antiguos guardianes de las leyes que Lía había quebrado al elegir amar.

Una de las voces habló, resonando en todos los planos:
Lía de los ecos, Kael de la llama. Han sido convocados ante el Juicio de las Voces. El equilibrio fue alterado. La frontera entre amor y deber, disuelta.

Lía dio un paso adelante.
—Yo abrí las aguas del recuerdo. No por rebelión… sino porque amé.
El amor no excusa la ruptura del orden, —tronó otra voz, tan profunda que hizo temblar la tierra—. Tu amor liberó memorias que no debían despertar.

Kael se interpuso.
—¿Y qué es el orden sin alma? ¿De qué sirve mantener los cielos intactos si los corazones se pudren en silencio?

Un dios de fuego, Sael, alzó la mano. Su rostro, mitad luz, mitad sombra, parecía humano y eterno a la vez.
—Yo fui amor y castigo —dijo—. Yo también creí que el sentimiento podía salvarnos. Pero cuando el amor se enfrenta al deber… uno de los dos debe morir.

Lía lo miró con lágrimas contenidas.
—¿Y si no muere ninguno? ¿Y si ambos pueden coexistir?

Silencio.
El tipo de silencio que corta, que duele.
Las Voces se inclinaron hacia adelante, sus cuerpos hechos de energía vibrante.
Hablas de equilibrio imposible.

Kael tomó la mano de Lía.
—No. Hablamos de esperanza.

Y ese gesto —tan pequeño, tan humano— hizo que el aire se agrietara.
El fuego se detuvo. Las aguas suspendidas temblaron. Las sombras se inclinaron, como si presenciaran algo que los dioses habían olvidado: la simpleza de amar sin propósito.

Una diosa de cabello como humo —Navaira— emergió del trono de silencio.
—Yo fui oscuridad y redención —dijo con voz suave—. Fui condena y perdón. Pero ni siquiera yo entendí que el amor no busca equilibrio: lo crea.

Las demás Voces murmuraron entre sí, un coro de relámpagos.
Entonces este juicio no es para castigo… sino para comprensión.

Lía bajó la cabeza.
—Si he de ser juzgada, que sea por lo que sentí. No por lo que temieron de mí.

Kael la miró, y en sus ojos no había miedo. Solo aceptación.
—Y si me condenan contigo, que así sea. Prefiero el infierno del amor al cielo del vacío.

Una risa se oyó entre los tronos, cálida, antigua. Era la voz de Sael, pero más humana, más triste.
—Así hablaba yo, cuando creía que el fuego podía abrazar la noche.

Lía se adelantó.
—Quizás pueda. Solo si el fuego aprende a no destruir lo que toca.

El vacío del duodécimo trono empezó a llenarse. No con luz, ni con sombra, sino con ambos. Era como si el universo entero exhalara una nueva nota en su melodía.
Las Voces comenzaron a cantar. Era un himno sin palabras, pero cada vibración decía algo que los humanos habían olvidado: que el amor no es opuesto al deber, sino su raíz.

El suelo bajo ellos se convirtió en espejo. Lía se vio a sí misma, niña, guardiana, sombra, mujer. Kael la veía también, pero lo que vio no fue poder ni pecado. Vio ternura.
—No fuiste tú quien rompió el mundo —dijo él—. Fui yo, cuando dejé de creer que podía ser amado.

Ella sonrió entre lágrimas.
—Entonces reconstruyámoslo juntos.

Las Voces callaron.
El cielo se abrió.
Una última entidad se alzó: una figura hecha de estrellas muertas, su rostro mitad femenino, mitad masculino. Su voz era todas las voces y ninguna.
El juicio ha concluido. No hay absolución. No hay condena. Solo un nuevo orden: el del corazón que elige, y acepta las consecuencias de amar.

Lía cerró los ojos.
El círculo de tronos se disolvió, y las Voces ascendieron hacia el resplandor, una a una.
Solo quedaron Sael y Navaira, quienes se acercaron a ellos.
—El ciclo ha cambiado —dijo Sael—. Los dioses también aprendemos.
—Y ahora ustedes son los guardianes de este nuevo equilibrio —añadió Navaira—. No habrá más reglas… salvo las que el amor sostenga.

Lía los miró, emocionada.
—¿Y el mundo?
—El mundo se reescribirá con cada acto de ternura —respondió Navaira—. Con cada beso que desafíe al miedo.

Sael sonrió por última vez antes de desvanecerse en un destello.
—Vivan. Ese será el verdadero juicio.

Y con esas palabras, el universo respiró de nuevo.
Las montañas recobraron su pulso. El aire volvió a ser aire.
Kael abrazó a Lía, y en su pecho sintió latir dos corazones, el suyo y el de ella, como si el amor fuera un puente entre mundos.

—¿Y si fallamos otra vez? —susurró ella.
—Entonces volveremos a amar, hasta que el error se convierta en verdad.

El cielo amaneció por primera vez en eras.
No con luz ni con sombra, sino con color.

“El amor no necesita permiso divino.
Solo el coraje de saberse infinito.”




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