Corazones entre Sombras I

Los Hijos del Horizonte

El tiempo se volvió un rumor.

Nadie supo cuándo terminó una era y comenzó la otra.
Los días ya no se contaban con relojes, sino con amaneceres, pues cada uno traía un color distinto, una música nueva, un pulso diferente.
El mundo había cambiado, pero no por la mano de los dioses.
Cambió por un beso, por dos voces que se atrevieron a cantar donde todo callaba.

Siglos después, los hombres ya no hablaban del Juicio de las Voces como historia cierta, sino como mito fundacional.
Decían que existieron dos seres —una mujer de ojos dorados y un hombre con el corazón de sombra— que cruzaron las fronteras del alma para darle al mundo una segunda oportunidad.
Los ancianos los llamaban los Guardianes del Alba, y los niños, con su inocencia, los conocían como Lía y Kael, los enamorados del principio del cielo.

Pero había quienes sabían la verdad.
En los monasterios del norte, los monjes aún rezaban en silencio ante un altar sin cruz, donde una luz y una sombra entrelazadas ardían juntas, sin consumirse.
Y entre esos monjes estaba Erian, un joven de mirada profunda y voz serena, que desde niño oía voces entre los sueños.

Una noche, mientras contemplaba el horizonte, una mujer de rostro familiar se le apareció en la orilla del lago.
No caminaba: flotaba sobre el agua, con la calma de quien pertenece a otro tiempo.
—Has crecido —dijo con voz dulce, envolvente—.
Erian se arrodilló, temblando.
—¿Quién eres?
—Una historia que aún no termina —respondió ella—. Mi nombre fue Lía.

El joven no podía hablar.
El aire a su alrededor se llenó de polvo dorado, y el reflejo del agua mostró dos figuras: Lía y Kael, de pie uno junto al otro, pero ahora no como carne, sino como emanaciones de energía pura, la esencia del amor eterno.

—El mundo está a salvo —dijo Kael—, pero su corazón se debilita.
—¿Por qué? —preguntó Erian.
—Porque el amor se volvió costumbre —respondió Lía—. Lo repiten sin sentirlo, lo buscan sin escucharlo.
—¿Y qué puedo hacer yo?
Lía sonrió.
—Recordar.
—¿Recordar qué?
—Que amar no es poseer —susurró ella—, sino crear.

El lago comenzó a arder suavemente, como si mil luciérnagas danzaran sobre él.
Kael alzó la vista.
—El horizonte se abre de nuevo.
—¿Significa que…? —intentó preguntar Erian.
—Que un nuevo juicio se prepara —respondió Kael—. No de dioses, sino de los propios hombres.

Lía extendió su mano hacia él.
De su palma emergió un pequeño resplandor, una chispa que flotó hasta el pecho del joven.
—Cuando llegue el día, esta luz te guiará —dijo—. No somos tus dioses, Erian. Somos tus raíces.
—¿Volverán? —susurró él.
—Siempre que alguien elija amar aun sabiendo que dolerá —respondió Kael con una sonrisa triste—, allí estaremos.

Las figuras se desvanecieron lentamente.
Erian quedó solo frente al lago.
Pero la chispa en su pecho seguía viva, latiendo al ritmo de algo más grande que él mismo.

Años después, las historias hablarían de cómo Erian viajó por los cuatro confines del mundo, encendiendo esa luz en los corazones dormidos.
Se decía que, allí donde él pasaba, el amanecer recuperaba su antiguo brillo, y las personas empezaban a soñar de nuevo con el amor que todo lo transforma.

El ciclo había comenzado otra vez.
No con el estruendo de los dioses, sino con el murmullo de los hombres.

En un rincón del universo, en un plano donde el tiempo es memoria y no movimiento, Lía y Kael observaban en silencio.
Ella apoyó la cabeza sobre su hombro.
—¿Crees que entenderán lo que hicimos?
Él sonrió.
—Tal vez no hoy… pero un día mirarán el horizonte y sentirán algo que no sabrán nombrar.
—¿Y eso bastará?
—Sí —dijo Kael—. Porque cuando un corazón siente sin entender, es que la eternidad ya empezó a hablarle.

El amanecer se reflejó sobre sus rostros eternos.
Y en el centro de esa luz infinita, una frase pareció grabarse sobre la piel del mundo:

“El amor fue el primer lenguaje.
Todo lo demás fue su eco.”

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FIN DEL LIBRO I – Corazones entre Sombras I

El Juicio de las Voces concluye. El eco del amor eterno permanece.

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Corazones entre Sombras II - CONFIRMADO




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