Pablo estaba en el patio, fumando uno de sus cigarrillos cuando el guardia fue a buscarlo, su abogado había ido a verlo.
—Fideo—le pusieron ese mote allí porque cuando entró en prisión estaba muy delgado—Tienes visita.
Pablo levantó la cabeza y le dio la última calada a su cigarro, después se puso en pie y se apoyó en la pared.
—Yo nunca tengo visita, así que quién quiera que sea, que se largue, no me interesa.
—Es tu abogado Fideo—le dijo el Flaco, su compañero de celda y el único amigo que tenía en la cárcel—Lo he visto cuando me estaba despidiendo de Rosario.
—¿En serio? ¡Qué emoción!—dijo con ironía.
—No tenemos todo el día Fideo ¿Lo vas a ver sí o no?—le apresuró el guardia.
—Está bien, vamos a ver que se le ha perdido al inútil este.
Atravesó el patio, todos sus compañeros lo miraban, algunos lo admiraban, otros sencillamente le temían, jamás se peleó con ninguno de ellos pero bastaban sólo unas palabras más fuertes de las debidas, para hacerse respetar. Al llegar a la sala de visitas observó a su abogado, un tipo regordete y casi calvo que sostenía un maletín en sus manos.
—Hola Pablo—el abogado le tendió la mano para saludarlo pero el muchacho no le correspondió—No suelo venir a verte ya que raramente aceptas visitas.
—Y si lo sabes ¿Para qué has venido?—preguntó con actitud desafiante.
—Tengo noticias. Buenas noticias de hecho—la actitud chulesca de su cliente desapareció, ahora lo miraba con ansiedad—Dentro de poco saldrás de aquí, vas a ser libre.
—¿Qué dices? Aún me quedan dos años más, el juez me condenó a doce años ¿Cómo es posible?
—Por buena conducta—el abogado sonrió entre dientes—Aunque cuando me lo comunicaron no podía creerlo. No eres un angelito precisamente Pablo, pero al parecer, perro que ladra, no muerde.
—Ten cuidado con este perro, igual un día de estos le da por morder. Gracias por haber venido.
—¡Espera!—lo cogió del brazo en cuanto se levantó—¿Tienes dónde ir cuando salgas de aquí?
—Algo tengo, gracias por preocuparte—se zafó de su mano y volvió al patio a encenderse otro cigarrillo. El Flaco estaba allí y lo miró alzando las cejas.
—¿Y bien? ¿Qué quería el abogadete? ¿Al fin se ha dado por vencido y va a dejarte?—se mofó de él, de hecho era el único al que se lo permitía, en todos los años que llevaba allí era lo más parecido a un amigo que había tenido.
—Parece que me van a soltar pronto, por buena conducta y eso—respondió muy serio.
—¿Vas a salir de aquí y tienes esa cara de funeral? ¡Tío eso es genial, por fin serás libre y harás lo que te de la gana! ¿Es que no estás contento?
—Claro que me alegro, pero no sé que voy a encontrarme cuando salga de aquí, no tengo dónde ir ni dinero.
—Puedes quedarte en mi casa el tiempo que necesites, hablaré con Rosario, ya verás ella y los niños son los mejores.
—Ya hemos hablado de eso, no me voy a meter en tu casa con tu mujer y tus hijos, pero te lo agradezco mucho.
—¡Pero Fideo, no seas así! ¡Deja el orgullo hombre, eso no te va a dar de comer!
—No se trata de eso, yo sé por qué hago las cosas—lo dejó con la palabra en la boca y se fue a su celda.
Sentado en su cama pensó en cómo sería su nueva vida. Una vida sin su hermana y ni siquiera sabía si su abuela seguía viva, hacía mucho que no la llamaba. No tenía familia, nadie que lo esperara ni que se preocupara por él, en el fondo lo anhelaba.
Días más tarde, salió de prisión, al abrir las puertas, el sol le cegó, el viento olía distinto y la ciudad se veía diferente. La vida fuera de allí había avanzado pero él ni siquiera se había dado cuenta. A pesar de su insistencia, Rosario, la mujer de su amigo el Flaco fue a recibirlo.
—Eduardo siempre me ha hablado muy bien de ti, y por supuesto que eres bienvenido en mi casa. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras—la mujer le sonrió con sinceridad.
—Gracias, prometo estar lo menos posible, no quiero molestar—se sentía agradecido de veras pero era incapaz de mostrarlo.
La casa del Flaco y su familia no era muy grande pero estaba bien aprovechada, Pablo se negó cuando Rosario le dijo que uno de sus hijos dormiría en el sofá cama para cederle a él la habitación, bastante hacían ya con recibirlo.
Lo primero que hizo fue darse una ducha con agua caliente, llevaba años duchándose con agua fría. Se miró al espejo, apenas reconocía a ese hombre de pelo muy corto y perilla, sus ojos castaños estaban cansados, le faltaban luz. Lo único bueno que había aprovechado de la cárcel fue el gimnasio, se pasaba ahí todo el día, no por vanidad para verse mejor, sino para evadirse de sus horribles pensamientos y el resultado era más que satisfactorio para él.
Cenar con los hijos de Rosario le hizo pasar un rato agradable, le hacían todo tipo de preguntas sobre la cárcel. Definitivamente esos niños habían visto demasiadas películas de prisiones. Cuando todos se retiraron a dormir, él también lo hizo, abrió el sofá cama, se tumbó y empezó a hacer planes para el día siguiente. Lo primero sería ir a buscar a su abuela, si es que ésta vivía, lo segundo sería buscarse un trabajo cuanto antes. Mañana sería el primer día de su nueva vida.