Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 3

Pasaron algunos días y Rosario se enteró que en el convento «Las Siervas de Jesús» estaban buscando a alguien que se encargara del mantenimiento del recinto. El salario era poco, pero tendría techo y comida gratis. Pablo dudó en si ir o no, él no era muy católico, de hecho se definía a sí mismo como ateo, pero tenía que trabajar ya y dejar a Rosario y su familia en paz, así que decidió ir.

Cuando llegó había niños jugando con alguna de las hermanas, según le había contado Rosario, también era una especie de orfanato. Aquellos niños estaban felices a pesar que nadie los quería, como envidiaba a esos niños. Una vez dentro del convento buscó el despacho de la madre superiora, una de las hermanas lo llevó hasta él.

Después de casi una hora de entrevista, Pablo había conseguido el trabajo, ni él mismo podía creerlo. La madre superiora le enseñó donde viviría. Era una casita pequeña que se situaba lejos del edificio principal pero dentro del recinto religioso. Después de haber vivido en una celda de tres metros cuadrados durante tantos años, aquello parecía un palacio.

En cuanto pudo, recogió sus pocas cosas de casa de Rosario y se instaló allí, al día siguiente empezaría a trabajar. Por una vez después de muchos años, se volvía a sentir útil.

 

—Buenos días Candela—la saludó la hermana Cayetana—¿Qué haces por aquí tan temprano?

Pero la joven no respondió, tenía la cabeza gacha y los ojos hinchados, las lágrimas corrían por sus tiernas mejillas y se sentía incapaz de hablar con nadie.

—¡Ay niña, me estás asustando! ¿Qué pasa?—la hermana la acogió en sus brazos para intentar consolarla.

—Han cerrado el taller de costura—soltó de repente—Me he quedado sin trabajo y ahora mismo no sé qué hacer—el llanto volvió a ella con más intensidad.

—¡Lo siento muchísimo Candela! No sabíamos nada de eso, pero escucha algo…—unos toquecitos en la puerta la hicieron callar—¿Quién es?

—Soy Pablo hermana, vengo a avisarle que desde ahora mismo estoy esperando sus instrucciones.

—Gracias Pablo, en un momento estoy contigo—se volvió hacia la joven que ya parecía un poco más calmada—Tú tranquila criatura, sabes que todo lo que necesites lo tienes aquí con nosotras.

—Te lo agradezco de todo corazón hermana, será mejor que me vaya—abrió la puerta del jardín trasero y se fue encaminando hasta la verja que lo separaba de la carretera.

Necesitaba trabajar urgentemente, debía pagar el alquiler de su casa al menos, si no, se quedaría en la calle. Pensó en aquel dinero que estaba a su disposición, pero lo descartó inmediatamente, ese dinero no lo tocaría para su propio beneficio.

Caminando distraída, no se percató de que la vieja furgoneta del convento se aproximaba hasta su posición, cuando quiso darse cuenta se apartó apenas unas milésimas antes de que chocara contra ella. El vehículo pasó de largo y Candela siguió su camino de vuelta a casa.

 

Después de varios días trabajando para el convento, Pablo tuvo que admitir que aquello no estaba tan mal, llevaba años sin comer así de bien y sin dormir de un tirón. Las monjas eran buenas con él y se veía que con los niños también lo eran. Podría acostumbrarse a pasar allí una temporada.

Una noche quiso salir a dar un paseo por los alrededores, al estar en la periferia, apenas había nadie, sólo los coches que circulaban de vez en cuando. Al volver, vio algo extraño en la verja y fue a ver qué era. Estaba muy oscuro pero parecía una persona  ¿Y si era un ladrón? No podía permitir que asustaran ni a las monjas ni a los pobres niños.

—¿Quién eres?—cogió al sujeto del brazo, lo volteó y se dio cuenta que era una mujer—¡No se te ha perdido nada aquí!

—Yo…yo…trabajo aquí de voluntaria…—tartamudeó la mujer.

—No mientas, yo llevo unos días trabajando aquí y jamás te había visto—la sujetó con más fuerza.

—¡Suéltame me estás haciendo daño!—suplicó con lágrimas en los ojos.

—No te voy a soltar hasta que vayamos a ver a la madre superiora—abrió la verja y la obligó a entrar—Vamos a ver si es verdad que aquí te conocen.

Pablo continuó obligando a la muchacha a caminar hasta el despacho de la madre superiora.

—¡Por todos los santos!—la madre fue a socorrerla—¿Qué está pasando?

—Esta mujer estaba merodeando ahí fuera, supongo que quería entrar con algún fin poco ortodoxo.

—¡Suéltala ahora mismo! ¡Ella colabora con nosotras!—en esos momentos la miró a los ojos y comprobó que no mentía—Candela hija ¿Estás bien?

—Sí, no se preocupe, no pasa nada—respondió casi susurrando.

—Pablo le agradezco que se haya tomado la labor de vigilar esta institución, pero antes de nada debe asegurarse que en verdad se trate de un ladrón. Es mejor que se vaya a descansar.

Pablo salió del despacho verdaderamente avergonzado. Entonces en ese momento recordó el funeral de Adela y cayó en la cuenta que era la misma muchacha que estuvo allí. Era un imbécil, si sólo con verla bastaba para saber que era inofensiva, debería pedirle disculpas.

Más tarde, Candela salió para irse a casa, definitivamente todo estaba en su contra en los últimos días, ojalá la tierra se la tragara de una vez.




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