Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 4

Días después, Candela acababa de echarles el último vistazo a los niños que ya se encontraban en sus camas dormidos, cuando se encontró a Lidia, la mayor de todos ellos fuera del edificio.

—Lidia ¿Te has vuelto a escapar?—no era la primera vez que la pillaba.

—Venga, no te chives a la madre superiora o me castigará—de todas las personas que había en ese sitio, Candela era quién mejor le caía y la única que la comprendía.

—Sabes que no puedes salir sin permiso y menos de noche. Son las reglas—se cruzó de brazos para aparentar mayor autoridad.

—Era mi cumpleaños. Una no cumple diecisiete todos los días, por favor…—juntó las manos como hacía cuando la obligaban a rezar—No digas nada.

—Vale, no diré nada. ¡Soy una blanda!—clamó al cielo y la chica se rio—Es la última vez Lidia, no lo vuelvas hacer.

—Te lo prometo—ambas sabían que esa promesa se rompería más pronto que tarde—¿Sabías que eres la mejor?—le plantó un beso en la cara.

—Por supuesto…—respondió con ironía—Ahora ve dentro y no despiertes a nadie, si lo haces, ni yo podré defenderte.

—Sé que no me crees, pero para mí eres una gran amiga y agradezco que estés aquí con todos nosotros—la abrazó.

—No soy tu amiga Lidia, soy responsable de ti y de los demás dentro de estas paredes.

—Bueno eso en un año cambiará, yo seré mayor de edad, saldré de este infierno y dejarás de serlo—le guiñó un ojo—Podrías ser perfectamente mi hermana mayor, sólo me sacas cinco años.

—¡Ay Lidia! Cuando salgas al mundo y veas lo duro que es, querrás volver aquí, te lo digo por experiencia—le acarició el hombro con cariño—Venga entra antes que te vea alguien.

La joven entró y Candela terminó de recorrer el camino hasta la puerta de la calle dispuesta a marcharse a casa. Una vez había llegado, alguien llamaba insistentemente.

—¡Hasta que apareces! Llevo todo el día esperándote niña—era su casero—¿Tienes mi dinero si o no?—le exigió.

—Verás Jaime…Si pudieras darme algo más de tiempo…

—Se te acabó el tiempo Candela, o me pagas o te largas. Yo no soy como esas monjitas amigas tuyas, yo no doy caridad a nadie—sentenció.

—Sabes que acabo de quedarme sin trabajo y aún no he encontrado nada—se defendió.

—Ese es tu problema, no el mío. Y bien…¿Me vas a pagar?—extendió su mano con la palma hacia arriba.

—No puedo pagarte Jaime—se lamentó.

—Muy bien. Tienes una hora para recoger tus cosas y abandonar mi casa—la instó sin sentir ni el más mínimo remordimiento.

—¿Me vas a echar en mitad de la noche?—Candela no daba crédito—¡No tengo donde ir Jaime!

—Lo siento mucho—el hombre miró el reloj y sonrió—El tiempo corre. Tic-tac. Tic-tac.

No le quedó más remedio que recoger lo poco que tenía frente al impresentable de su casero mientras aguantaba las lágrimas por la impotencia que sentía. ¿Y ahora qué iba a pasar? ¿Dónde iría? Apenas tenía dinero…Cuando la hora que Jaime le dio llegó a su fin, Candela tuvo que abandonar el que había sido su hogar los últimos cuatro años.

Caminaba por la calle con apenas una maleta y una mochila a su espalda. Era muy tarde, casi no había gente en ninguna parte. Tenía que reconocer que tenía bastante miedo porque lo menos grave que le podía pasar era que le robaran. Recorrió varias calles mientras miraba en todas las direcciones por si veía algo raro. Cuando se cansó, se sentó en el banco de un parque infantil y lloró por la frustración que sentía, estaba agobiada y asustada y eso no le hacía bien a su corazón, la tranquilidad era clave para poder llevar una vida más o menos normal.

Horas más tarde, estaba amaneciendo y Candela dio gracias a Dios por haberle permitido tener una noche sin sobresaltos. Abandonó el parque dirección al convento, le pediría el favor a la madre superiora para poder dejar allí sus cosas mientras encontraba un lugar a donde ir.

 

Aquel día Pablo había madrugado, tanto, que apenas estaba amaneciendo. Aún quedaba una hora para empezar a trabajar. Se sirvió un café solo y cargado, mientras miraba por la ventana, la cual daba al portón principal. Poco después, vio aparecer a Candela con una maleta y, según recordaba, con la misma ropa del día anterior. No tenía buena cara, era evidente que algo le había pasado. La chica miraba a todas partes asegurándose que nadie la pudiese ver, con sigilo, logró entrar al edificio principal sin que nadie se diera cuenta.

Candela guardó sus pertenencias en la pequeña habitación junto a la despensa y se fue hacia la cocina para sentarse y esperar a que las hermanas aparecieran.

—Buenos días Candela. ¡Qué madrugadora!—la saludó la hermana Cayetana.

—Buenos días para quién los tenga—farfulló desanimada.

—¿Estás bien?—la religiosa se acercó a ella y la observó de cerca—¿Qué ha pasado?

—Me han echado de casa. No podía pagar el alquiler, el casero me dejó en la calle anoche y ahora mismo no sé qué hacer hermana—apoyó los codos sobre la mesa mientras se pasaba las manos por la cara—Estoy desesperada…




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